Este pueblo no es mentira y tampoco ha fracasado
Nace el siglo marcado por la entronización de la mentira y nuestra
clase política se ha instalado en ella como en una atalaya desde la que gobernarlo
y manipularlo todo. Mienten con desparpajo, desfachatez y desahogo. Mienten
porque saben que la mentira rinde y genera dividendos; mienten porque sus votantes,
de unos y de otros, les apoyan a pesar de sus mentiras, mienten porque sale
gratis y no tiene consecuencias.
España ha perdido la moralidad pública y esa pérdida ha
arrastrado a la moralidad privada a las sentinas donde todo vale, todo es admitido y nada es
castigado. Miente España entera y valida la mentira porque todavía –y resalto
el TODAVÍA – no ha surgido un movimiento que, desde dentro, saque a patadas a estos
mercaderes de la política del templo de la soberanía popular.
Mentiras nos cuentan sobre la verdad de una jornada que
debería suponer un aldabonazo para todos ellos, políticos y sindicalistas, al
demostrar que estamos hartos, que la ciudadanía los rechaza a todos y que busca
trabajo, sociedad y liderazgo para dejar atrás la mentira como etiqueta de un
periodo nefasto y funesto.
Miente y niega la realidad de las fotos una delegación del gobierno
que calcula los asistentes a la manifestación de Madrid en 35.000 personal; se
evade de la realidad y se instala en la mentira un presidente de gobierno que
pretende ignorar, sin escucharlos, los gritos y demandas de un pueblo en
movimiento y en estado de cabreo; se mienten los partidos de la izquierda
pensando que todos esos ciudadanos se convertirán en votos en las próximas
elecciones y alucinan los sindicatos si piensan que todos esos trabajadores son
potenciales afiliados.
Mienten todos y de
mentira en mentira, este país se va al carajo. Y eso, desgraciadamente, no es
una mentira más.
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