Nuestros castillos tomados y quemados
Entregado a la pena
que aguarda siempre
Entregado a la negra
sombra de lo ido
Entregado al enemigo
paciente, al que eternamente espera
No hay descanso, no
hay tregua en la pelea, siempre está,
siempre espera la
flaqueza, la débil seña del cansancio:
Justo ahora, justo
cuando los brazos bajan, ella entra.
No hay vida fuera del
silente enemigo que me acecha.
No hay noche que no
llene de sus muertes y sus miedos
No hay silencio que
no grite su presencia y me recuerde,
constante, que no hay
escape, ni fuga, ni salida.
Compañera de años y
celosa de las luces
ella triunfa sobre
todas las otras sensaciones y retorna:
Siempre vuelve, la
eterna sensación de nada,
la eterna pena sin
sentido, sin objetivo, sin salida
Ha seguido mis pasos
y ha triunfado, ha vaciado los días de
mis días.
Ha conquistado mis
castillos todos, los ha quemado.
Su aliento ha secado
mis alientos
Su presencia ha
ensombrecido hasta mis luces
Mi alma toda se
reconoce vencida y muerta por la pena
Sólo un pequeño
reducto de voluntad resiste;
resiste contra todo
por moverse, sin alma
y sin aliento, sin
luces y con sombras
en ese negro espacio
dominado por la pena;
el espacio donde mi vida vive.
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