El término, acuñado en argentina, está de moda en España gracias a las acciones llevadas a cabo por la Plataforma Afectados por la Hipoteca, hace referencia, según la inefable Wikipedia, “a un tipo de manifestación en la que un grupo de activistas se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se quiere denunciar, se trata por lo tanto de un método de protesta basado en la acción directa”
Por aquello de ir por partes, lo primero que hay que poner encima de la mesa son los posibles cauces mediante los cuales un ciudadano puede hacer llegar su descontento a la clase política de una forma que pueda tener repercusión pública y mediática. Cartas y comunicados pueden llegar a su destinatario, pero seguro, no contarán con espacio en los medios, de manera que complicado. Acceso a las inexistentes ruedas de prensa, complicado y prácticamente imposible y más, teniendo en cuenta el formato absurdo que han tomado esas ocasiones. En el Congreso está prohibido, de manera que queda el “cara a cara”, el aprovechar la ocasión o hacerse notar allí donde se sabe que el político al que queremos interpelar va a aparecer. Eso incluye actos programados y…las salidas y llegadas a su domicilio.
Los políticos españoles son ajenos a esos timbrazos dominicales con los que los electores ingleses perturban las tardes de sus diputados para preguntar cuestiones diversas relacionadas, fundamentalmente, con el “que ha hecho Vd. por mi respecto a…” práctica sanísima que aquí no tiene diana concreta.
Los límites del buen gusto nos dicen que sí, que los ciudadanos deben poder manifestarle su descontento a cuanto político acceda a la representación ciudadana y además, hacerlo de forma notoria, pública, eficaz y desagradable. A él, de forma directa a él y si eso implica molestias para sus vecinos, lo siento. Gritar en la calle no es delito; acompañar paseos y traslados con consignas de rechazo, no es delito; mostrar pancartas, carteles y frases de repulsa, no es delito.
Sí lo es insultar, levantar falsos testimonios, aporrear puertas o intimidar físicamente, de manera que los límites, como siempre, los marca la ley, ni más ni menos. Los políticos deben asumir que se han colocado frente a los ciudadanos, que sus acciones son rechazadas y que generan las peores injusticias; esas que ampara la ley y que todos queremos cambiar de manera rápida y fulminante.
Personalmente, prefiero el silencio, un pesado, clamoroso y generalizado silencio que rodee su vida en todas y cada una de sus apariciones, pero eso no quiere decir que el escrache no sea perfectamente lícito si se realiza con dos dedos de frente.
Desde luego que la protesta, silenciosa o tipo escrache, es lícita y democrática, faltaria más. Supongo que lo que realmente le molesta a nuestros dirigentes es que se airee su despiadada gestión que machaca sistemáticamente a los más débiles y consiente la barbarie y el abuso de sus afines.
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