Nuestro presidente está feliz, encantado de haberse conocido y se mantiene ausente de esa grosera realidad que le echa la mierda a la pantalla de plasma desde la que se acerca a la vida. Rajoy está batiendo marcas que todos críos insuperables: es más soberbio que Aznar, que ya es decir: su soberbia reside en flotar por encima de todo y de todos sin que nada altere su paz. Es el nivel supremo de soberbia, el desprecio basado en la ignorancia del otro. Ni siquiera hay pelea o argumentación, sólo soberbio desprecio.
En cuanto a inutilidad, barre de cale hasta la segunda legislatura de Zapatero, algo que nadie pensaba posible. No hay forma de encontrar algo a lo que agarrarse, incluidos los escándalos de financiación, sobresueldos y todo lo que imaginarse pueda: nada altera su lectura del Marca y la inmutabilidad oriental con la que flota, imperturbable, por encima de nuestras miserias.
Rajoy ha consagrado la inacción como meta de la acción política elevando a los altares el credo del liberalismo: todo estado es nocivo, toda administración inútil y toda acción desde el poder, nociva. No se puede dar más haciendo menos.