Canal 9 se va a cerrar, pero la realidad es que estaba
cerrada hace años, como todas las televisiones públicas. Son, han sido y serán,
televisiones muertas entregadas a la manipulación, la censura y la propaganda
política de la peor especie. Todas son deficitarias y todas, sin excepción, son
usadas para gloria y loa del poder político.
Hubo un tiempo, lejano, en el que sus audiencias eran
saludables y se permitían el lujo de ser casi imparciales, pero ese modelo se
acabó gracias a la exaltación del ego de los políticos. Gallardón dijo que la
privatizaría y cuando se vio en la pantalla pensó que no quedaba mal, que
tampoco había para tanto. El acabose llegó con Esperanza y en el caso de Canal
9 se instauró un círculo de hierro que protegía a Camps, Barberá y compañía a
base de un rígido control sobre palabras, expresiones e imágenes.
Lo que ahora conocemos gracias a lo que los trabajadores
cuentan una vez liberados del miedo y de la represión se sospechaba, pero la
enumeración de casos y detalles se va mostrando tan absurda como nos aparece la
antigua censura franquista. No sabemos lo que pasa en TV3 o Canal Sur, en manos
distintas del PP, pero estoy por asegurar que es esquema se repite y que la
libertad de información o de opinión brillan por su ausencia. Me jugaría la
barba.
Canal 9 inicia el desfile, pero debería ser obligatorio el
cierre de esos mausoleos que ya no aportan nada a los ciudadanos salvo gastos
destinados a sostener la imagen, falsa, de los políticos que se aprovechan
del carísimo juguete. Si alguien tiene
dudas, que mire datos, que son espeluznantes.
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