Cuatro chicas aburridas enseñando cacha sin venir a cuento.
Leo en El País la
polémica sobre el manifiesto de no sé cuantos cabrones que piden que “no me
toquen a mi puta” mientras que en Granada se ha montado la mundial a costa de
la publicación de una “algo” (lo de llamarlo libro me parece un exceso) en el
que se aconseja a la mujer la total sumisión al marido dentro del matrimonio.
Por causalidad, uno de los temas de conversación del fin de semana de motos ha
sido, precisamente, el del papel de la
mujer en este entorno, restringido a una imagen chabacana, hortera y casposa de
tetas neumáticas y tacones imposibles.
La mujer no es un objeto, no es algo que deba aceptar el
comercio sobre su cuerpo, la esclavitud sexual o la libre disposición de su
anatomía para que cuatro babosos salidos se hagan una foto como recuerdo su
paso por el circuito. Hoy en día, es más seguro apostar sobre la esclavitud de
las prostitutas que sobre su libre decisión para ganarse la vida dando trabajo
a los bajos.
¿Qué nos pasa con la mujer? ¿Qué especie de maldición de
género seguimos alimentando en nuestros actos? El islam, la esclavitud sexual
en oriente y occidente, la sumisión al poderío físico del macho maltratador y
demás estigmas permanecen indelebles destrozando la vida de la mujer; esa que
es madre, hermana e hija y a la que desprecia el macho como si no tuviera
relación alguna con él.
No tenemos arreglo y me temo que la cosa va cada vez peor. Un
pena.
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