La tierra lista para la siembra de invierno
Desde esos remotos inicios, la luz guio los pasos de grandes
genios, desde Newton a Einstein y sobre su naturaleza se ha discutido mucho más
que sobre el sexo de los ángeles en la lejana Constantinopla.
Hoy, en el primer domingo inmerso en la fría neblina de una
luz más invernal que otoñal, todos, perros incluidos y tirados en los sillones,
sentimos la necesidad de dejarnos llevar por la indolencia y la pereza; nos
dejamos conducir a esa nada semanal que desvela la verdadera naturaleza del
domingo por la tarde: la nada.
Por la mañana me he dedicado a mover la tierra de la huerta preparando
la siembra de ajos, cebollas y posiblemente habas y guisantes. Son fuertes y
crecerán en el invierno mientras la tierra duerme y los hielos reinan sobre un
mundo aletargado. Mientras movía la tierra me acordaba de los millones de
espaldas que levantaron la tierra antes que yo y que, no por placer sino por
obligación, se dejaron vida y riñones sobre las pardas sementaras y negras
huertas.
Se asienta en otoño camino del invierno y nieblas y soles se
mezclan sobre la modorra de la tarde del domingo. Nada nuevo, pero siempre es bueno pensar en lo
cotidiano manejando otros puntos de vista.
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