De vez en cuando la vida política ofrece víctimas
propiciatorias con las que saciar la sed de sangre del populacho y las consagra
al sacrificio. En España hemos tenido ejemplos gloriosos que han pasado a los
anales del desastre, pero pocos casos como el del ministro Jose Ignacio Wert y
su látigo de toda cultura existente.
La gestión de este energúmeno amenaza con dejar aulas despobladas
y universidades quebradas sin que haya aportado nada, absolutamente nada, a la
mejora o evolución positiva del panorama educativo español; pero eso no era
bastante, había que colonizar Europa y dinamitar el mejor programa surgido de
ese nido de burocracia inoperante que es la UE: las becas Erasmus.
He dicho varias veces en este blog que, desde mi punto de
vista, la participación en las Erasmus debería ser obligatoria y que es necesario
ir mucho más lejos en el camino emprendido:
debería ser obligado estudiar las carreras fuera del país de origen.
Como la antigua “mili”, así de fácil. Y hay dinero para que eso sea posible, de
verdad. Si me dejaran a mi cargo los presupuestos de la UE, aseguro que
encuentro dinero para eso a base de eliminar absurdos cotidianos que nada
aportan, como ese cambio de sede de Bruselas a Estrasburgo que se mantiene a
pesar del derroche que supone y que nada aporta a los ciudadanos.
A este ministro, más quemado y carbonizado que amortizado,
le han partido la cara sus jefes y tras anunciar la eliminación de ayudas a los
becados del programa Erasmus, ha tenido que dar marcha atrás y rectificar. Lo
insólito es que ha conseguido el unánime reproche de la UE, que también le ha
tirado de las orejas.
De semejante elemento no podemos esperar la decencia de una
dimisión obligada, así que hay que mirar a Rajoy a la espera de que lo
defenestre y arroje su cadáver al Manzanares, que es lo menos que se merece.
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