Un final indigno para un navegante glorioso:
Calypso
La actualidad del día nos coloca frente a la historia de dos
barcos cuya significación no puede ser más distinta. Por un lado, hemos
conocido la sentencia sobre el naufragio del “Prestige” el hoy pecio que anegó
de porquería las playas del Cantábrico y de la margen Francesa del Canal de la
Mancha. No hay culpables, sólo una bronca para la rebeldía de un capitán que
quería, desobedeciendo, hacer lo que cualquier marino –lo dijeron todos en esos
y posteriores días –hubiera hecho: buscar refugio en un puerto seguro y
descargar la mierda que llenaba las bodegas.
Queda impune la irresponsabilidad de los políticos que,
todos juntos y en unión, intentaron largarle el problema a Portugal o que intentaron jugar con las palabras y la
verdad llamando “hilillos de plastilina” a lo que era una marea negra de
proporciones ciclópeas. Por cierto, si volviera
a pasar algo así, volveríamos a estar en manos de criterios políticos –ya
sabemos cómo acaba eso – sin poder echar mano de un protocolo de emergencia realizado
por expertos y adecuado a cada caso. Vamos, que la volveríamos a cagar.
El otro barco es el “Calypso”, varado en tierra y comido por
la herrumbre en medio de una pelea legal entre la familia del comandante
Cousteau y un puerto que reclama el pago
del mantenimiento y otros servicios realizados.
Este barco nos enseñó el mar, así de simple: nos maravilló
con todo lo que sus tripulaciones filmaron e investigaron. Tuvo la inteligencia
y la capacidad de enseñar y divulgar de manera ejemplar. Peleó contra la
corriente imperante que pensaba que el mar era capaz de lavar todos nuestros
detritos y concienció a varias generaciones.
Como el Prestige, se muere y descompone, pero sin la bendición que todo
buen barco merece: yacer en el fondo de los mares que surcaron cuando estaban vivos. Una pena que el
malo tenga mejor final que el bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario