El origen de tantas mentiras:
In hoc signo vinces
Leo que el 28 de Octubre se cumplieron 1700 años de la
batalla del Puente Milvio, donde las tropas de Constantito le pegaron una zurra
a Majencio dejando libre le camino del imperio al hijo de Santa Elena; santidad
debida al peloteo con el vencedor, que de otra forma, hubiera sido recordada
como chica de taberna, medio puta y medio fregona, pero eso es otra historia.
Dicen las crónicas que en los prolegómenos de la batalla
Constantito tuvo una visión y un sueño en el que se le aparecía una cruz y un
mensaje: IN HOC SIGNO VINCES, y que a partir de esas premoniciones el
cristianismo y la cruz, que nunca más el pez de los pescadores de almas, iniciaron
el largo ascenso hacia el poder. La cosa tiene su miga, pues la cruz no aparece
en el LABARUM, nombre del signo que usó Constantino en la batalla, formado por
dos letras griegas iniciales de la palabra griega escrita en griego: CRISTO, la
CHI y la RO (Χριστός). Un engaño más que convierte a una modesta X en la cruz
cristiana que tanto ha dado que hablar y que tan bien le vino al emperador para
recordar que la LEX romana tenía mucho que ver con la crucifixión de los rebeldes
no romanos.
Constantino necesitaba una religión que se amoldara a las
necesidades políticas del imperio y supo domesticar a los cristianos como el
mejor aglutinador de los diferentes cultos mistéricos del estado. Los padres de
la iglesia cristiana supieron doblar el lomo y poner la mano a cambio de
convertirse en la religión del estado y les fue bien, demasiado bien.
Del reino de dios, pasaron a administrar el reino de los hombres
y lo hicieron tan bien que cuando el amo sucumbió y el imperio pasó a mejor vida,
fueron ellos, los abades y los obispos, los que administraron diezmos y
haciendas y se erigieron amos y señores por siglos.
Constantino nos dejó un regalo envenenado que perduró por
siglos y cuyo poder se perpetúa en el negocio de las almas de hoy en día. Su
historia real está cubierta de sangre y oprobio y está por ver que en el futuro
no nos depare otra guerra santa que se nos lleve a todos por delante, bien por
agresión o bien, por defensa.
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