Sabe la verdad, nos conoce y espera calmada.
Nos lo tendrían que haber avisado. Por mucho que vivamos un puente
de muy baja actividad, leer la prensa de hoy debería haber sido catalogado como
deporte de riesgo, pornografía prohibida a espíritus sensibles o cualquier otro
calificativo que nos inclinara a la precaución y la cautela. Lo miremos por
donde lo miremos, es todo un desastre de proporciones épicas: desde el retorno
de Berlusconi hasta la conexión cretense de Wert y su alma de Minotaruro, todo
nos conduce al absurdo.
Todo lo que nos llega nos habla de desastre y absurdos, pero
de repente un aniversario, un momento que pone de relieve la verdadera
dimensión de nuestros afanes: la primera foto;
la más bonita, la mas usada de las tomadas a la tierra desde el espacio,
concretamente, el 7 de diciembre de 1972.
Es una foto preciosa que todos conocemos y que, justo cuando
todo parece abocado a la locura, nos hace ver que por mucho que intentemos
ponernos de puntillas y aparentar ser más de lo que de verdad somos, no
contamos nada, no somos nada y nuestro paso será olvidado cuando dejemos de
infectar la piel de la Tierra.
El ser humano se encontrará algún día frente a su verdad desnuda:
su completa intrascendencia y el completo absurdo al que, como especie, ha
dedicado sus afanes. Somos un desastre colectivo, una pesadilla desbocada que
corre hacia la autodestrucción y la barbarie sin hacer caso de las voces que
claman por la sensatez.
La tierra, en esa foto, parece calmada y sabedora de que,
como muchas otras cosas, nuestra especie pasará por su superficie para acabar
siendo olvidada como se olvida a un invitado molesto y sucio que no ha tirado
de la cadena. Ella sabe la verdad de nuestras fronteras y diferencias; conoce
el final y espera tranquila pues no le importamos nada.
Mientras la tierra espera, nosotros seguimos empeñados en
cagarla. Hay que ser coherentes con el destino, no nos queda otra.
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