Queremos, pero no hay cirujano cualificado
Era 1978 y España se puso históricamente de acuerdo para
afrontar un futuro de todos y para todos que cerrara la vergüenza de una
dictadura infamante y oscura. Era 1978 y España afrontaba una ilusión lastrada
por el odio de algunos empeñados en anclarnos en la noche de la violencia, los
atentados y los tanques enfrentados por encima de un pueblo en marcha. Era 1978
y los españoles creímos en el trabajo, la ilusión y el esfuerzo con el que
conseguimos ser nombrados como “los prusianos del sur” por una admirada Europa
obligada a olvidar los tópicos dañinos asociados a una imagen de España que
todos quisimos enterrar.
Sobre esa Constitución y sobre la generosidad de una
izquierda ambiciosa que supo ver un mejor destino que el del enfrentamiento
anduvimos un camino que ahora se ha cerrado por la maleza y el abandono. ¿Cómo
hemos llegado a esto? ¿Quién es responsable de este dispendio histórico? ¿Quién
es culpable?
Como a los niños de Hamelin nos han llevado tras una flauta engañosa
robándonos la casa y las herramientas con las que un día nos pusimos en marcha
orgullosos de poder y de querer. Nos han engañado, nos han timado y nos hemos
dejado como palurdos idiotas siguiendo el señuelo del timo de la estampita.
Hoy, 34 años después necesitamos reconstruir ese sueño y no hay magos que guíen nuestros
sueños; no hay arquitectos a los que encomendar el proyecto de esa revisión
necesaria; no hay quien dibuje una Constitución moderna para una realidad
tecnológica que permite un Estado y una Administración moderna, eficaz, barata,
favorecedora de la actividad empresarial sin lastres y sin trabas eternas: una
Constitución engarzada en una legislación Europea de manera armónica y sencilla.
Hoy, cuando la Constitución nos necesita para que le
devolvamos algo de lo que ella ha hecho posible, no tenemos capacidad de
echarle una mano para devolverle la vida. Hoy somos un cuadro de actores de Ionesco
que buscan autores en los que confiar y no podemos encontrarlos. Hoy estamos
huérfanos de esos padres muertos que
fueron capaces de pensar una Constitución a la que hoy nadie puede ayudar.
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