Mariano Rajoy ha hecho hoy, entre muchas otras cosas, algo tan soez, tan impresentable, tan despreciativo hacia los ciudadanos y la legalidad que, sin necesidad de buscar o utilizar nada más en su contra, todos, sin excepción, deberíamos considerarlo muerto y putrefacto para convivir entre nosotros sin vergüenza y sin escupirle a la cara en cuanto hubiera ocasión. Rajoy ha admitido que el PP pagaba sobresueldos y complementos “por razón de su cargo” “como en muchas otras partes”.
Las partes en las que el Sr. Rajoy ha estado metido son ajenas y desconocidas para muchos españoles, millones de ellos que nunca han gozado de tales privilegios y que se llenan de santa y sagrada indignación ante tal desahogo. Pero no solo es inmoral dar por bueno y habitual tamaño desatino, es que, además, es ilegal si el que percibe ese complemento lo hace ejerciendo el cargo de ministro, situación expresamente prohibida por la ley.
Lo que está pasando – y me remito a la más que probable y jugosa edición dominical de El Mundo para añadir que seguirá pasando – con el PP es escandaloso en el sentido más directo de la palabra como sinónimo de gran conmoción. La vida española está conmocionada al saber e intuir lo que ha venido pasando en ese partido en los últimos 20 años.
Bárcenas no es una seta que nace aislada, no: ha formado parte de una estructura que sabía y apoyaba; que se beneficiaba de y que gastaba cantidades de dinero recaudadas ilegalmente para jugar la partida con cartas marcadas y Rajoy lo sabía, lo sabe y se coloca –dicho por él - por encima y al lado de una moralidad que nadie le ha presentado y que, por tanto, desconoce.
Las partes del señor Rajoy, esas desconocidas partes en las que abundan sobres y complementos, nos han roto nuestras partes de una soberana patada despreciativa. Lo malo es que no podemos correrle a gorrazos en sus partes tal y como se merece y a muchos nos apetece.
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