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domingo, 28 de febrero de 2010

La tierra viviente (28 de Febrero)

Chile ha temblado y varios cientos de muertos han pagado un alto precio por vivir en una zona de choque. La tierra, de vez en cuando, nos recuerda que está viva; que su forma cambia y los continentes, esos enormes continentes que parecen quietos, inamovibles y estáticos, se mueven y chocan y arrasan países enteros como si no existieran.


He tenido la suerte, o la desgracia, que nunca se sabe, de pasar un buen temblor en México DF y certifico que la sensación de “no ser nada” es una experiencia única. De pronto, sin avisos previos o señal alguna, lo que todo tu intelecto y toda tu experiencia te certifican como seguro, fiable y estable, deja de serlo. Yo estaba en un edificio que se movía como un árbol, generando un inmediato mareo que no podía controlar de ninguna manera. Hubo suerte y pudimos llegar a la calle tras bajar nueve pisos a oscuras con el suelo bailando bajo nuestros pies.

Cientos, esperemos que no miles, de chilenos no han tenido esa suerte, y hace poco más de un mes, en Haití, otra placa tectónica se llevó por delante a más de doscientos mil seres humanos.

Si echamos un ojo sobre el mapa de las placas tectónicas que forman nuestro palneta, el futuro es espeluznante:




Nos enfrentamos a un enemigo imposible, pues es seguro –seguro, repito – que algún día la enorme fuerza acumulada por la fricción de las placas se liberará en forma de terremotos, subidas de nivel del terreno, fractura de istmos peninsulares y un largo catálogo de posibilidades a cual más siniestra.

El ser humano se niega a asumir que no cuenta; que en el curso de los sucesos del universo no tiene ningún papel, ni siquiera secundario. Somos una enfermedad en la piel de la tierra y, de vez en cuando, la tierra se rasca y se lleva a algunos parásitos por delante. Un día decidirá darse un buen baño de barro y ese día nos vamos a enterar de lo que es un desastre en condiciones.

LA TORTURA EVITA ATENTADOS (Noticia Tv 16 de Octubre)



El MI5 británico, inmerso en informaciones sobre complicidad con cuerpos policiales que la practican, niega su participación en las mismas pero matiza: la tortura evita atentados. Ese cinismo de rico antiguo, de español bien de toda la vida que mandaba a Marruecos al soldadito de cuota que moría en su lugar, es absolutamente inmoral. No sólo es inmoral, es que es vomitivo, fascista y degenerado. Yo no lo hago, pero pago al que lo hace. ¿Qué diferencia hay con el colombiano que alquila un sicario? ¿Es sólo un problema de ser más rico que el pobre que ejecuta la acción ilegal?


Esa postura, que lamentablemente me temo extendida entre países ricos, demócratas y “limpios” es tan repugnante que cuesta, por lo obvio de su rechazo, argumentar sensatamente sobre su indignidad. El MI 5 se mantiene al margen, mira cómo la policía marroquí o pakistaní hace salchichas a cualquier detenido y apunta la partitura cantada por el reo. Que la partitura sea verdad o mentira es secundario. Aprendimos con los tribunales medievales que si hay algo que invalide una confesión firmada, jurada y rubricada, es la tortura.

Lo más seguro, seguro, vamos, es que el que valora positivamente la información obtenida por ese asqueroso método, fuera el primero en inculparse de cualquier cosa que un finísimo verdugo le pidiera. La verdad es, en este caso, un problema de física aplicada o recreativa: Veamos niños ¿Cuántos voltios hay que aplicar en los cojones del detenido por cada cuarto y mitad de atentado confeso? Pedrito, contesta: ¿Cuántos kilos de presión hay que aplicar en la bota malaya para que un detenido acuse a su propio padre de la muerte de Prim? Como vemos, todo es cuestión de física, de pura experimentación y método. Lo demás, pesquisas larga, caras y tediosas. ¿Para qué tiene que pagar el contribuyente largos procesos de seguimiento, búsqueda de pruebas y órdenes judiciales si con un buen par de hostias bien dadas se obtiene lo mismo y encima nos quitamos de en medio a aquellos elementos sociales que no nos molan? Coño, si es que es de cajón: moros, parados sin obras que hacer; negros, drogotas y encima vendedores ilegales, pues se les dan un par de golpecillos aquí y allá y hala, a casita o a la cárcel. A hacer puñetas, coño, que os liais con dos de pipas.

No señores, hay que matar: el uso correcto de los procesos es lo que nos diferencia de ellos, de los salvajes, de los terroristas, de los fanáticos. Somos distintos y mejores porque no matamos ni torturamos; porque somos tan grandes que preferimos sufrir bajas que ser injustos y miserables. Ni más, ni menos.

EL CHIP PRODIGIOSO (12 OCTUBRE)

Como siempre, vaya por delante la declaración de principios para evitar confusiones: hombres y mujeres son capaces de hacer las mismas cosas obviedad que no significa ni que sean iguales, ni que la realización de esas cosas o tareas les signifique el mismo esfuerzo. La diferencia, en contra de lo que se ha venido dando por sentado, no implica jerarquía o valoración; no implica cualificación, simplemente la existencia de rasgos, tendencias, inclinaciones y conductas especializadas que se han ido asentando a lo largo de millones de años de evolución. Pretender que desde ya somos iguales, es absurdo. Afirmar que un sexo es superior a otro, es perverso, pues esconde un deseo de dominación infame.

Mi postura, que no es muy popular, es que simplemente somos distintos porque el proceso evolutivo nos ha llevado por ese camino, sin más intención o deseo que el de configurar un núcleo de reproducción estable que garantizara la viabilidad de la especie. La evolución, tal y como yo la entiendo, no se restringe a la herencia de características físicas o rasgos ventajosos; también se extiende a la consolidación de patrones conductuales que favorecen a la especie en su conjunto.

Desde ese punto de vista, el individuo deja de contar para subordinarse a la especie, algo que para el ser humano es bastante complicadillo de aceptar. Es en ese plano cuando la diferenciación sexual deja de tener sentido individual para convertirse en una herramienta de defensa colectiva. A nadie se le escapa que la naturaleza es femenina; entendiendo por ”femenino” el rasgo que permite la reproducción. Los individuos tienden a dejar rastro, a reproducirse, a perpetuar su dotación genética en los individuos de la siguiente generación. Pues bien, la tendencia natural es concentrar esa capacidad en las hembras, dejando para el macho un doble papel: el primero, el de suministrador de esperma, el segundo, el de conservar el territorio en el que el núcleo de reproducción (constituido por hembras y crías) puede asentarse y crecer. Vamos, que cuando la naturaleza necesitó un idiota para partirse la cara con los leones, se inventó al macho.

El macho es una invención cara; un especialista que consume muchos recursos, dura poco y es constante fuente de problemas en el seno del núcleo reproductivo. Andan siempre queriendo ser jefes y mandar mucho; copular todo lo que pueden y les dejan y llevan al grupo a constantes peleas con los vecinos, pero es que quieren ampliar territorio. Los chimpancés patrullan los límites a la espera de poder hacer trozos a los machos del territorio de al lado. Ni siquiera en esto el hombre es original.

¿Y qué pasa con las hembras humanas? Pues que son la leche. Hace años que digo que el futuro es mujer, pero es que cada vez estoy más convencido de que la humanidad necesita que el hombre se haga a un lado y deje que las mujeres pongan orden.

En primer lugar, la mujer, heredera conductual de la sabiduría de las hembras de clan, entiende el poder con perspectiva temporal; sabe apostar por los más prometedores, por los que algún día dominarán. Percibe las corrientes y entiende el grupo como un conjunto dinámico en el que el individuo se desplaza, mientras que el hombre entiende el grupo como algo estático que no debe cambiar mientras él ostente el poder. Si no lo ostenta, hay que dinamitarlo y hacerlo pedazos hasta que yo mismo, ejerciendo el poder conquistado a la fuerza, lo recomponga para dejarlo quieto para siempre.

Además de habilidad social para convivir con las tendencias de grupo y anticiparlas, la mujer es capaz de casi todo: en contra del estereotipo, los núcleos de cazadores reproductores dependen, al 90%, de la recolección llevada a cabo por las mujeres, mientras que los grandes machos cazadores, el “sustento de la tribu” apenas aportan el 10 o el 15% de los recursos. El hombre ha ostentado el poder por la imposición de la fuerza, no por su valor como organizador, gestor o dinamizador.

Por último, podemos mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que una mujer con dos hijos es una familia, mientras que un hombre con dos hijos, es un desastre casi siempre. Es como si la naturaleza hubiera dotado a la mujer de un chip multifuncional que va activando programas y tareas conforme se van necesitando, mientras que al macho le ha dotado de un único software en el que es muy complicado introducir parches.

sábado, 27 de febrero de 2010

Elegir la Condena (27 de Febrero)

Miro la foto y pienso en el futuro de esta niña que vivirá una condena horrible, olvidada por todos, mientras sus carceleros, sostenidos por petrodólares de naciones que gozan de todas las bendiciones, hablarán con las naciones occidentales de los avances sociales de su país. Es muy probable que esa niña viva en Afganistán y que su condena tenga agravantes que nos resulta casi imposible concebir desde nuestra mentalidad.


Me gustaría comentar algunos, aunque sea de pasada, para que apoyen los comentarios y argumentos que hay que hacer a continuación. Esta niña, por supuesto, no podrá elegir marido, se lo elegirán. Es algo que afecta a un enorme porcentaje de la población femenina del mundo. Por supuesto, deberá mantenerse virgen hasta el día de la boda. Como es posible que la casen a los 12 o 13 años, no será muy consciente del sacrificio, pero que no se despiste: se juega la muerte a manos de su padre o sus hermanos y sería ejecutada con crueldad. Ni una broma. No podrá ir al médico: los médicos no pueden ver su cuerpo desnudo. No podrá estudiar, pues a partir de su primera menstruación será encerrada en casa junto con el resto de mujeres. No podrá trabajar, no podrá pasear sola por la calle y nunca, nunca, será considerada como una persona: sólo será evaluada como productora de hombres.

En esas sociedades, la mujer es inferior al hombre; nunca es libre, nunca es persona, nunca puede mirar su futuro de frente y decidir.

La niña de la foto está cerca de iniciar una condena inhumana y espantosa que no podemos ignorar. Estamos haciendo un enorme esfuerzo en Afganistán y ya hay voces que dicen que hay que salir; que hay que irse y hacerlo rápido, sin mirar mucho lo que dejamos atrás. Yo digo que no podemos irnos mientras los hombres de ese país sigan tratando a sus hijas como si fueran basura, “impuras” según su putrefacta interpretación del Corán.

La mujer es objeto de tortura, violencia, vejaciones y desprecio en una enorme parte del mundo, pero occidente, el dueño del dinero hasta que lleguen los chinos, mira hacia otro lado. Los torturadores vienen a Marbella y dejan ríos de dinero mientras sus mujeres tienen prohibido conducir y algunas están obligadas a llevar una versión “light” del burka y nadie dice nada. ¿Hacen falta más ejemplos? Países que consienten y fomentan ablaciones y mutilaciones genitales mantienen tratos comerciales con Europa sin problema ninguno. ¿Más? No creo que haga falta, pero sí creo que es necesario un último párrafo dedicado a esa tortura pública que es el burka.

Europa discute, piensa y argumenta si debe o no debe prohibir el uso público del burka y yo creo que no deberíamos perder ni un minuto en considerar esa cuestión. No creo que llevar burka sea una decisión libre por parte de nadie que, de verdad, esté en condiciones de ejercer su libertad. Punto. Cualquier argumentación que considere libre a alguien que muestra públicamente su condición de objeto, propiedad o cosa es una argumentación falaz, insidiosa y esclavista. Ni un burka debería poder moverse por Europa recordándonos, constantemente, que hemos claudicado ante los fanáticos y les dejamos tratar a una mujer como si fuera un ser inferior.

DEL TIEMPO Y SU PERCEPCIÓN

17 octubre de 2009

Desde hace siglos se sabe que el tiempo no es una magnitud estable, como lo puede ser el peso o la longitud. El tiempo tiene algo mágico que le permite cambiar, prolongarse o reducirse; intervenir en nuestras vidas y darles una cualidad diferenciada que nadie puede controlar.

Por mucho que nos empeñemos, el tiempo se encarga de mantener su libertad y su capacidad de presentarse no ya como un Jano Bifronte, sino como un ente nuevo a cada segundo. El tempo nos ha ido marcando y además, es único en cada cultura y en cada actividad humana. El tiempo nos ha configurado y todavía, cuando el tiempo cambia sin que nos dé tiempo a cambiar con él, nuestras vidas se resienten y nuestros cuerpos protestan.

El tiempo de la niñez es uno; largo, eterno; sin posibilidad de abarcarlo. Los tres meses del verano daban para llenar vidas enteras. Hoy el verano es apenas un suspiro de sudor entre dos reuniones, aunque nuestro cuerpo y nuestra memoria sigan reclamando el espacio de aquellas noches de lectura y de amor pegajoso bajo los cielos serenos de cualquier costa. No, el tiempo se nos ha acortado en la misma medida en la que han crecido los recuerdos. El tiempo era largo cuando lo por venir era largo y hoy, que es más lo que ha pasado que lo que queda por pasar, el tiempo parece despreciar ese periodo y se precipita corriendo con prisa hacia el final.

El tiempo de las civilizaciones también ha cambiado, se ha hecho más violento, más atropellado, como si tuviera prisa y no quisiera que nos perdiéramos en tonterías antes de mostrarnos el final. Escribo esta nota de hoy en el mes de Octubre, sentado al sol de un otoño seco y ardiente que me ha hecho acordarme de la angustia del agricultor que sigue esperando las lluvias de la temporada; esas lluvias que se harán grano en Junio y sin las que la vida amenaza ser más dura todavía. Me he acordado de ese campo reseco y me he dado cuenta de que nadie, absolutamente nadie de los que yo conozco, ha dedicado ni un solo pensamiento a ese agua que no llega Todos se han separado de la tierra como si esa tierra sólo fuera un lugar que ver en vacaciones. Hace siglos, ya se hubieran sacado a los santos de paseo procesional para invocar las lluvias, pero hoy miramos al sol y sólo pensamos en que es un buen día para pasear y disfrutar de los primeros paisajes del otoño. El tiempo del campo se mide en meses, en estaciones, en aguas y en sequías; en sabiduría de siglos.

¿Dónde está la medida del tiempo urbano? ¿En qué unidad medimos la vida de nuestra cultura? La Inglaterra del imperio vivía pendiente de los Trade Winds que permitían el comercio de los barcos: los mercados latían, expandiéndose y contrayéndose conforme los muelles rebosaban mercancías de ida o de vuelta. Hoy nadie, ni en los sitios de costa, puede localizar los alisios o identificar un viento portante con un destino, un producto o un beneficio.

Me da lástima esa pérdida; ese vivir de espaldas a la esencia de nuestra identidad. Por un lado corremos porque nuestra sociedad es antigua, como muestras propias vidas, pero hay una diferencia clara: nosotros podemos recordar y recrear, mientras que esta cultura actual se ha convertido en una amnésica, en un enfermo de Alzheimer que mantiene el automatismo de sus pasos sin saber de dónde viene ni a dónde quiere llegar.

Me encantaría que algún día, en algún lugar de algún país, un niño se preguntara de donde sale el pan y algún abuelo le pudiera contar de los surcos y las nieblas, de la siembra y de la siega; de las fiestas en la era con el grano durmiendo en los graneros. Me encantaría que ese niño volviera a emocionarse leyendo el Niño Yuntero y supiera de qué nos habla Miguel Hernández; que recordara la angustia por la ausencia del marino y la felicidad de la abundancia en la cosecha. Me encantaría que ese niño almacenara recuerdos y emociones, pero me temo que a ese niño le va a tocar vivir sólo los cambios sin poder detenerse a recordar que hubo un tiempo en el que el tiempo fue largo, las noche propicias para el amor y las estaciones pasaban dejando olores, sabores y corazones henchidos de vida.

EL BUDISMO Y LA VEJEZ

Paseando con los perros 11 de Octubre

Siddhartha era sabio y entendió que la base de la felicidad completa, el nirvana espiritual en el que nada logra turbarnos ni alterar la calma de nuestra comprensión del universo, se basa en la ausencia de deseo. El que nada desea nada necesita, nada le ata ni le condiciona. Si no deseas, no tienes ataduras con el mundo. La pobreza nos altera porque deseamos evitarla, bien para nosotros o bien para los demás, pero nos obliga a movernos para hacer, deseamos “hacer”. Esa necesidad de hacer es motivada y generada por el deseo de alterar el curso de los acontecimientos; nos implicamos, nos “alteramos”, perdemos el equilibrio de la inacción, de la falta de voluntad de cambiar.

Yo creo que el Buda entendió el mensaje que la vida encierra en la vejez. La vejez nos prepara para la nada, para nuestro verdadero destino. Las religiones se oponen a esa verdad, a esa realidad de la que nadie vuelve para darnos la noticia de que hay algo y de que ese algo es así. No, la verdad se esconde en la vejez. Al final de la vida, cuando la nada se acerca, la vida nos enseña a convivir con la nada. No hay acción porque nuestro cuerpo no es capaz de accionarse; no hay pensamiento porque nuestro cerebro se ha despedido; no hay espiritualidad porque nuestro cuerpo se ha refugiado en la más pura animalidad; en la subsistencia que nos iguala al mejillón: la mera transformación de la materia en mínima energía. No hay verdad más completa que esa vejez desvalida e inconsciente; esa vejez que encierra la inmensidad de la nada, del no tiempo y del no espacio que aguarda tras la puerta que se abre al final de todo.

No sé si esto es mejor o peor que otras cosas y otras alternativas, pero si me preguntan estoy más cerca de entender que la vida eterna es más maldición que otra cosa. Al ¿Perros, queréis vivir eternamente? Yo contesto, sin dudar, que no, que ni de coña. La vida eterna, si no me dan más datos, me aterroriza mucho más que la nada. Primero: estoy hasta el gorro de convivir conmigo mismo y mis miserias. Segundo: Seguir con la misma historia, me parece aburrido. Tercero: La contemplación mística de Dios y la inacción completa, pinta aburridillo. Como diría un amigo, es que yo soy más de follar, pero bueno. Pasarme eones enteros contemplando a un fulano… pues eso, que no es que me motive especialmente. Si me dieran a elegir, si hay algo que me apetece bastante, pero no con la categoría de eterno, que siempre se me antoja excesiva, me apetece la comprensión completa. Conocer y ser consciente de los grandes misterios de la física, de nuestra razón de ser (si es que la hay, y si no la hay y somos, como creo, otros bichos pelín más listos, ser consciente de esa verdad), saber, pero SABER con mayúsculas y por un espacio de tiempo no muy largo para luego desvanecerme sin demasiados agobios, me parece un buen destino para el ser humano.

La otra alternativa, la que de verdad sería chula, se basa en la capacidad de elección completa: quiero que el futuro sea así, que yo pueda hacer esto, que mi vida sea así. Ya que nos hemos chupado un periodo de aprendizaje en esta vida, que por lo menos nos sirviera para hacer una segunda versión completamente satisfactoria y sin los errores derivados de la novatada, que por cierto: como novatada se hace larga, joder.

LA RELIGIÓN, DIOS y LOS CONDONES (25 sep 09)

El parlamento rechaza la moción de reprobar al Papa
Esta vez la cosa se pone espesa. Mezclar religión, Dios y condones; al parlamento español, al belga y a los obispos parece imposible, pero gracias a las preclaras palabras del Papa Benito XVI la Iglesia lo ha conseguido. Analicemos el logro.
En primer lugar, ya está bien de confundir la libertad religiosa con la sacralización de la mentira. Cada uno es libre de adorar a quien le dé la gana, pero esa libertad no le autoriza a negar lo que de ciertos tienen los planteamientos de la ciencia médica. Por fortuna, los científicos se limitan a decir que “a la luz de los actuales conocimientos, lo más seguro es que esto sea cierto”, sin negar, en ningún momento, otras posibilidades o cambios de criterio en función de nuevos descubrimientos. Así pues, la comunidad científica internacional está segura de que el uso del condón evita, en gran parte, el contagio del SIDA. Bueno, pues para el Papa esto no sólo no es verdad, sino que agrava el problema y fomenta el contagio.
Algunos dirán que interpretado según la doctrina de la Iglesia como se explica en no sé qué encíclica, de no sé qué Papa, en no sé qué Siglo, lo que el abuelo ha querido decir es todo lo contrario de lo que ha dicho. En román paladino: lo que ha hecho el Papa es dar la razón a todos esos animales de bellota que, hablando sin tapujos, quieren follar sin condón; a todos esos que piensan que eso de las gomas es de mariquitas; ha consagrado las prácticas de todos esos pueblos sumidos en la incultura y el atraso a los que tan complicado es cambiarles el paso y los hábitos sexuales. Y lo ha dicho en el lenguaje que ellos entienden, no en el que entienden los doctos príncipes de la iglesia.
El Papa podrá decir que, bajo la doctrina de la Iglesia, sólo hay que hacer el amor para tener hijos; que en su club no entran los promiscuos; que si has tenido la mala suerte de contagiarte del SIDA en una transfusión y estás casado, la cagaste: no haces el amor el resto de tu vida o contagias a tu pareja que, muy cristianamente, aceptará compartir contigo la carga de la enfermedad. Puede decir todo eso y mucho más, pero no puede, bajo ningún concepto, decir que el condón aumenta el riesgo de contraer el SIDA. Eso es mentira, es peligroso, es dañino y aumenta, directamente y bajo su responsabilidad, el número de muertos y enfermos. Simple y llanamente, es así; es una conducta “cuasi delictiva” y el cuasi viene de la falta de ordenación jurídica, no de la falta de convencimiento moral sobre la autoría del delito, que es completa.
Todavía, y ya son demasiados siglos, estamos sometidos a esa forma insidiosa de argumentación: desde la religión se puede decir todo y todo vale, pues está amparada por el derecho individual a creer en lo que se quiera sin dar explicaciones. Bueno, pues no. Se ha terminado y debe quedar claro, para todos, que eso no es así. La religión no está por encima de las normas sociales organizadas en los parlamentos y en el código penal. Un obispo que no denuncia a un pedófilo conocido bajo confesión es un encubridor y debe tener que hacer frente a un juicio; un religioso que dice que una transfusión es mala y gracias a eso, los niños de su congregación mueren, debe tener que afrontar su responsabilidad junto con los padres que deniegan el derecho de auxilio. Un religioso que impide que los niños conozcan la teoría de la evolución y sólo expone el creacionismo, es culpable de mentir como un bellaco (lamentablemente, este delito no está tipificado en el código) y de llenar de basura la mente de los niños.
La religión no puede ir en contra de la ciencia, de la verdad y del sentido común. La religión, perversión de ámbito privado, debe quedar restringida a ese espaco y sería hora de que los que lo practican fueran tan circunspectos en cuanto a su difusión como lo son los que se dedican a medio asfixiarse con bolsas de plástico o introducirse por el ano objetos que nunca fueron creados o diseñados para tal fin.

viernes, 26 de febrero de 2010

Tormenta (26 de febrero)

Amenaza tormenta y los expertos avisan de vientos superiores a los 150 Km hora. Vamos, que lo que se nos viene encima es, nudo arriba o abajo, una tormenta tropical de grado 3 de las que solemos ver arrasando el Caribe. Además, un paseíto por dos sites de internet y nos enteramos que, en el Atlántico norte, la temporada en la que se pueden dar esas monstruosidades va de Junio a Noviembre y que la frecuencia de visitas anuales es de dos.

Rarito por el momento, pero dentro de la normalidad, que no hay nada nuevo bajo el sol o eso nos quieren meter algunos en la cabeza. Y yo empiezo a pensar, y así lo tengo escrito, que vamos de rasca, que mientras discutimos sobre galgos y podencos, aquí se va a liar la de Dios es Cristo,forma muy española de solucionar las  cuestiones y discusiones teológicas cortando por lo sano.

A una parte de los que fomentan la controversia sobre el cambio climático, normalmente sostenida y bien pagada por las corporaciones más calefactoras, le ha venido fenomenal el escándalo del llamado “climagate”, pero yo creo que seguir esa línea de enfrentamiento es hacer el canelo.

Me explico: a estas alturas del partido lo que el hombre pueda hacer, o dejar de hacer, para parar lo que se ha puesto en marcha me temo que es intrascendente. Hemos alterado, o se ha alterado él solito, un sistema muy complejo y los efectos de ese cambio ya están aquí, nos guste o no; lo queramos o no.

Y ahora sí, ahora hay que plantear la pregunta del millón: ¿Qué vamos a hacer? Y la de los dos millones ¿Queremos y podemos hacerlo? Me parece que si cruzamos dos variables, la respuesta automática es que, quitando un par de granos como Nueva York, Tokio y poco más, la cosa pinta bastante mal. El 80% de la población se reparte el 20 % de los recursos y una gran parte de ese 80% de la población, muy pobre, vive en zonas que pueden verse afectadas por el aumento de nivel del agua del mar.

O sea, que los de siempre lo llevan claro. Los recursos económicos se orientarán a la creación de diques y parapetos que salven las poblaciones  ricas, pero en el pacífico desaparecerán archipiélagos enteros, Bangladesh dejará, por fin, de ser un problema para la ONU y millones de personas dejarán de presionar sobre la demografía mundial.

Dice un amigo que cada generación afronta una gran crisis que puede tener cualquier formato. Me temo que nuestra generación le deja una buena crisis lista a los que vienen detrás. Menos mal que estaremos muertos y no nos llegarán los justificadísimos insultos que nos dediquen.

Munilla y el sentido Teológico de la vida (15 de enero)


El nuevo obispo de San Sebastián ha tardado muy pocos días en mostrar su auténtico fondo de asceta medieval  con unas declaraciones espeluznantes. Munilla ha hecho suyo el cacao mental de una construcción teórica de una iglesia antigua, cerrada, oscura y de vocación martiriológica. Munilla, como todos sus compañeros de banco, aspira al martirio –curiosa coincidencia con los talibanes – despreciando todo lo relativo al hombre físico en favor del espíritu.
Esta separación, esta aspiración de olvidarse del cuerpo material, esa obsesión con lo espiritual  le ha hecho meter la pata hasta el fondo y quedarse desnudo ante la comunidad. Ya he escrito muchas veces que a mí me encantan estas demostraciones de sinceridad que dejan al descubierto la auténtica esencia de la Iglesia Católica. Podemos acercarnos desde cualquier punto de vista, pero al final siempre sale la misma raíz intransigente que se refugia en una espiritualidad artificiosa, meliflua y ñoña.
Cuando Munilla ha comprobado que había armado la marimorena, ha tirado del manual y ha declarado que “hablaba en sentido teológico”. Cuando un jerarca se refiere a ese sentido lo que de verdad querría decir es que “no hablo para idiotas sin formación y sin preparación que no saben distinguir los diferentes niveles de un discurso tan elaborado y armonioso como el mío”. Quieren disimular y que nos les pillen, pero es inútil: la mala calaña se pone de manifiesto una y otra vez.
En el mismo barco, pero en cubiertas diferentes, viajan los que hoy mismo están implicados hasta las cejas en el desastre, misioneros que no han abandonado Haití y sufren con los que llaman sus hermanos mientras Munilla y los de su cuadrilla se preocupan de “su espiritualidad maltrecha”. Son una multitud de miembros de una Iglesia que, de su mano, sería no sólo más popular, sería EJEMPLAR, modélica y respetada por toda la humanidad.
En la radio oigo a un miembro de esa Iglesia sin voz, cura él y comprometido en varios programas de ayuda social: “No respondería a la pregunta sobre el por qué de esa desgracia porque no hay respuesta, me limitaría a trabajar para el hombre”.
Es sorprendente que este cura pertenezca al mismo bando y además de sorprendente, es injusto. Lo es porque sobre su santidad, compromiso y esfuerzo se levantan los castillos de la falsedad, la hipocresía y el poder terrenal al servicio del dinero y el poder político. Su solidaridad se usa de manera torcida y miserable. Su ejemplo se muestra cuando arrecian las críticas para poner su cara más angelical y pasear a la Iglesia del doliente. Son mala gente que usan malas artes.
Munilla y los suyos están copando los órganos de poder del aparato, desmontan el legado del Concilio Vaticano II y la Iglesia retrocede a las prácticas de la primera mitad del Siglo XX dejando en la estacada a esa otra iglesia que se implicó creyendo en un mensaje que los otros enseñan pero no practican.
Y lo peor de todo: Munilla y los suyos asaltan las páginas de este cuaderno con una frecuencia muy superior a la que yo desearía, así que espero que dejen ya de dar la murga y meterse en mi vida.

Sara Palin (12 de enero)

Robert Murdock ha fichado a Sara Palin como analista para su galaxia FOX. Sara Palin se integra en el núcleo más duro, recalcitrante y carca de los medios de comunicación mundiales; los medios que han conseguido descolocar a un departamento de prensa tan experto, curtido y respetado como es el de la Casa Blanca.
Sara Palin es la candidata que hizo naufragar el barco republicano en las procelosas costas de Obama y lo hizo enarbolando una supina ignorancia sobre cualquier cuestión ajena a la Biblia. Tiene una carrera brillante en su palmarés: gobernadora de Alaska, abuela a la fuerza y a la fuerza suegra por imponer un matrimonio a su hija cuasi adolescente. La niña se casó después del consiguiente tumulto, que no escándalo, y se separó pasadas las elecciones.
El resultado de su fracaso ha sido sorprendente. Ella cree que le hicieron fracasar al obligarle a moderar su discurso; que la versión genuina de una Palin con toda su carga de ignorancia, desprecio por todo lo que no es blanco, ultramontano, anglosajón y buen tirador de rifle hubiera arrastrado a los votantes de manera más decidida.
Sara Palin quiere abrir Alaska como un melón para poder extraer petróleo, niega cualquier posibilidad de cambio climático, no quiere que los niños conozcan a Darwin y a teoría; es creacionista hasta las trancas, con todo lo que de imbecilidad tiene la postura. Sara Palin es un engendro, pero lo preocupante no es su existencia, con todo lo que implica: Lo preocupante es el objetivo que anima su integración en una cuadra tan selecta de halcones sedientos de sangre. ¿Necesita la FOX a alguien como la Palin para desmenuzar la realidad de los EEUU? ¿Qué historias “reales” darán a conocer a través de las gafas de la señora? ¿Qué moralejas nos servirán en bandeja? Miedo me da pensar en esos planos de “esfuerzo y superación” en lo más hondo del cinturón de Arkansas, siempre con el Winchester y la bandera encuadrando a la biblia como inspiradora de vidas ejemplares. ¿Verdad que acojona un poco?
Personalmente, me malicio que lo que quieren de los sufridos estadounidenses del norte es que se conviertan en un pueblo idiota, que no se cuestione nada que no se la capacidad del individuo por hacer cosas a costa de lo que sea: ganar o ser vencido, sin matices, sin intervención de un estado raquítico y anoréxico que no puede nada contra los incendios de California, las inundaciones de Nueva Orleans o que piensa que facilitar el acceso a la sanidad de los más desfavorecidos es jugar a ser Dios y decidir sobre la vida y la muerte de las personas.
Esta es la sociedad casposa, teocrática e intransigente contra la que se levanta Richard Dawkins para avisarnos y ponernos en guardia contra la falacia de los respetable. Ellos, que no respetan nada, quieren que se consientan sus animaladas porque las hacen “en nombre de Dios” y eso está por encima de cualquier otra ley. ¿Saben lo peor de todo? Que lo han conseguido; que en USA se puede hacer casi todo si hay un versículo de la Biblia que lo apoya y ya sabemos que la Biblia da mucho juego. Como final curioso, copio la traducción de una carta escrita a una “radio predicadora” que hace hoy en los estudios lo que Sara Palin hará mañana, probablemente, en las teles de todo el país.
Laura Schlessinger es una conocida locutora de radio de los Estados Unidos que tiene un programa en el que da consejos en directo a los oyentes que llaman por teléfono. Saltó la polémica, y más cuando se mezclan temas de religión y homosexualidad, donde cada persona interpreta lo que dice Dios y la Biblia de una manera distinta, cuando la presentadora atacó a los homosexuales. Esta locutora dijo que la homosexualidad es una abominación, ya que así lo indica la Biblia en el Levítico, versículos 18:22, y, por lo tanto, no puede ser consentida bajo ninguna circunstancia.
Lo que a continuación transcribimos es una carta abierta dirigida a la Dra. Laura escrita por un residente en los Estados Unidos, que fue hecha pública en Internet.
Querida Dra. Laura: Gracias por dedicar tantos esfuerzos a educar a la gente en la Ley de Dios. Yo mismo he aprendido muchísimo de su programa de radio e intento compartir mis conocimientos con todas las personas con las que me es posible. Por ejemplo, cuando alguien intenta defender el estilo de vida homosexual me limito tan sólo a recordarle que el Levítico, en sus versículos 18:22, establece claramente que la homosexualidad es una abominación. Punto final. De todas formas, necesito algún consejo adicional de su parte respecto a algunas otras leyes bíblicas en concreto y cómo cumplirlas:

a) Cuando quemo un toro en el altar como sacrificio sé que emite un olor que es agradable para el Señor (Lev 1:9). El problema está en mis vecinos. Argumentan que el olor no es agradable para ellos. ¿Debería castigarlos? ¿Cómo?

b) Me gustaría vender a mi hermana como esclava, tal y como sanciona el Éxodo, 21:7. En los tiempos que vivimos, ¿qué precio piensa que sería el más adecuado?

c) Sé que no estoy autorizado a tener contacto con ninguna mujer mientras esté en su periodo de impureza menstrual (Lev 15:19-24).El problema que se me plantea es el siguiente: ¿cómo puedo saber si lo están o no? He intentado preguntarlo, pero bastantes mujeres se sienten ofendidas.

d) El Levítico, 25:44, establece que puedo poseer esclavos, tanto varones como hembras, mientras sean adquiridos en naciones vecinas. Un amigo mío asegura que esto es aplicable a los mejicanos, pero no a los canadienses. ¿Me podría aclarar este punto? ¿Por qué no puedo poseer canadienses?

e) Tengo un vecino que insiste en trabajar en el Sabat. El Éxodo, 35:2, claramente establece que ha de recibir la pena de muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo yo mismo? ¿Me podría apañar usted este tema de alguna manera?

f) Un amigo mío mantiene que aunque comer marisco es una abominación (Lev 11:10), es una abominación menor que la homosexualidad. Yo no lo entiendo. ¿Podría usted aclararme este punto?

g) En el Levítico, 21:20, se establece que uno no puede acercarse al altar de Dios si tiene un defecto en la vista. He de confesar que necesito gafas para leer. ¿Mi agudeza visual tiene que ser del 100%? ¿Se puede relajar un poco esta condición?

h) La mayoría de mis amigos (varones) llevan el pelo arreglado y bien cortado, incluso en la zona de las sienes a pesar de que esto está expresamente prohibido por el Levítico, 19:27. ¿Cómo han de morir?

i) Sé gracias al Levítico, 11:6-8, que tocar la piel de un cerdo muerto me convierte en impuro. Así y todo, ¿puedo continuar jugando al fútbol si me pongo guantes?

j) Mi tío tiene una granja. Incumple lo que se dice en el Levítico, 19:19, ya que planta dos cultivos distintos en el mismo campo, y también lo incumple su mujer, ya que lleva prendas hechas de dos tipos de tejido diferentes (algodón y poliéster). Él, además, se pasa el día maldiciendo y blasfemando. ¿Es realmente necesario llevar a cabo el engorroso procedimiento de reunir a todos los habitantes del pueblo para lapidarlos? (Lev 24:10-16). ¿No podríamos sencillamente quemarlos vivos en una reunión familiar privada, como se hace con la gente que duerme con sus parientes políticos? (Lev 20:14).

Sé que usted ha estudiado estos asuntos con gran profundidad, así que confío plenamente en su ayuda. Gracias de nuevo por recordarnos que la palabra de Dios es eterna e inmutable

Del Blog perdonenquenomelevante

jueves, 25 de febrero de 2010

Desde el tren

Tomo e AVE a Zaragoza y recuerdo cuando ese traslado significaba dedicar un tiempo importante para cubrir la distancia que le separa de Madrid. Recuerdo nombres como Las Inviernas, los tres picos coronados por El Frasno, Cavero y Arévalo; Los Arcos del Jalón, Calatayud y una denominación épica: La Almunia de Doña Godina, de la que sólo supe que debía el honor de poner su nombre al pueblo por haber donado el dinero necesario para rehacer la cubierta del Pilar tras la guerra del 36.
El tren vuela y el paisaje de invierno se adivina anegado de agua debajo del incipiente verde nacido en las pardas sementeras. Es un paisaje de invierno, pero que anuncia primavera y verde, un paisaje en el que los campos arados lindan con las grandes encinas donde se esconde el macareno para burlar las jaurías de los monteros.
Es un paisaje duro, de pedregales ariscos y altos que acogen, de vez en cuando, un sembrado escondido en las bajas solanas del llano. Es un paisaje que asusta, que habla de hambrunas y emigración; de mirar al cielo con ojos temerosos de pedriscos que arrasaban los frutales dejando el campo sembrado de estómagos vacíos y frutas podridas.
El tren es nuevo y mi memoria retrocede, que uno es viejo, a los vagones de aquella tercera clase con asientos de listones de madera en los que compartir la bota y la comida era obligado; de trenes que se arrastraban con nombres dignos de la mejor onomatopeya, como el famoso TAF y sus 14 horas entre Madrid y Jerez de la Frontera. Era una España que viajaba en tercera y viajaba lentamente, aunque hubiera prisa por cambiar y llegar a alguna parte, destino siempre prohibido por el régimen, que prohibía cualquier cosa que oliera a traslado, que aquí no se movía ni Dios.
Recuerdo ese paisaje y recuerdo ese tren para darme cuenta de que ahora el tren es paisaje en la misma medida que lo es el camino que recorre. McLuhan juega con los viajeros y no sabemos ya que es tren y que es paisaje, pero no debe ser muy importante cuando el único que piensa en el cierzo que mueve los árboles soy yo; que recuerdo muy bien su ímpetu al soplar sobre mi cara apenas treinta años atrás.

La sierra

Cualquier habitante de Madrid - recordemos que madrileños son todos los que viven en la Comunidad, aunque sean de Parla – sabe donde dirigir su mirada para ver, o intuir, la sierra. La sierra, la antigua, noble y coronada Sierra del Guadarrama se ha mutado en humilde acompañante silenciosa de nuestras vidas y somos pocos los que miramos hacia ella con ilusiones renovadas todos los días.
Hoy ha sido uno de esos días en los que la sierra se ha gustado; se ha levantado por la mañana y, mirándose al espejo, se ha dicho “Que guapa estás, condenada”. Y para celebrarlo ha decidido probarse tocados de nubes y luces, y con cada vestido estaba más guapa, más radiante, más empolvada de blanco de nieve reluciendo al sol que asomaba entre las nubes.
Lo que hoy ha hecho la sierra ha sido un espectáculo que el hombre no puede soñar en imitar, pues para completar el show, se ha unido un viento fresco, seco, oloroso de humedad y tierra contenta de las últimas lluvias que nos prometía una primavera radiante de campos feraces y bendecidos de flores.
Velázquez amaba la sierra y Goya y algunos más, pocos, se dejaron guiar los pinceles por sus azules y por sus matices de luz; por esos cielos radiantes aún en la tormenta, pues las tormentas de la sierra son algo especial. Pero los madrileños viven de espaldas a su diaria generosidad y a su cercanía, despreciando sus senderos y sus valles en búsqueda de lejanas cordilleras.
Amo esta sierra doméstica, modesta y despreciada que se empeña en hacerse bonita cada día para regalarnos un poco de felicidad, aunque sólo sea un segundo de descanso para nuestros ojos, nuestros pulmones y nuestro olfato. Es, nuestra sierra, como esa chica que nunca llama la atención pero que sonríe con felicidad para hacernos felices durante un segundo mientras queremos perseguir a las otras; a las famosas, para acabar dándonos cuenta de que la verdad está en esa sonrisa que permanece a nuestro lado siempre, estemos bien o estemos mal.
Me considero muy afortunado de haberme dado cuenta de que amo a esa chica modesta que, de vez en cuando, como hoy, decide ponerse el viento por montera y arrebujarse de nubes para dejarse querer por el sol y dejarnos boquiabiertos de belleza.

Sol de Hielo

Es invierno y desde hace días las nubes se han instalado en nuestras vidas dejando su rastro de lluvia, nieve, niebla y languidez. Este es un invierno de agua un poco anormal en la zona, más dada a los otoños lluviosos y los inviernos secos, duros, acerados de luz diáfana y seca.
Hemos estado grises y oscuros, pero ayer el invierno volvió a mostrarse radiante y nos regaló un día de calendario, de esos en los que las últimas horas de la noche ya prometen un amanecer de radiante luminosidad. Y amaneció como a todos nos gusta ver amanecer, con horizontes claros, aire limpio, seco y frío, sin apenas una brisa que rompa la inmóvil visión de las hojas escarchadas anticipando la llegada del sol.
Son días que habría que poder guardar; días en los que el sol ilumina primero las lejanas cumbres de la sierra del Guadarrama, para dejarnos ver a las nubes arrastrándose por la ladera sur una vez que consiguen coronar las cimas de los montes. Es un espectáculo brillante y hermoso y cuando más enganchados nos tiene mirando las lejanas alturas, un sol de hielo nos empieza a llamar la atención con leves golpes en el hombro o en la espalda.
Es ese sol y esa luz que encontramos en los cuadros de El Prado contemplando la vida de la Villa y Corte y que nadie que no lo haya visto, sentido y vivido podrá pintar jamás: es el sol de invierno en la meseta; el sol que nos habla de que el invierno pasará y la vida volverá por encima de los hielos y la escarcha. Es el sol que anticipa un verano de hierro sobre las peladas rocas y que secará las encinas hasta las raíces.
No soy persona que crea necesitar muchas cosas, pero cuando tengo la suerte de vivir un amanecer como el que intento describir y luego me subo en la moto con el aire bajo cero intentando helarme la cara, me doy cuenta de que esos días significan mucho en mi vida y que, de no tenerlos, es posible que llegara a necesitarlos mucho más de lo que ahora mismo creo.
Combinar esa calma del amanecer con el inmediato trayecto en moto es un regalo que me hacen los cielos y que agradezco en cada ocasión que tengo la suerte de vivirlos.

El libro y la cama

Leo un libro obligado que me abre las puertas del deleite literario y pienso que se hace de noche y no podré leer en la cama. Hubo un tiempo en el que lo mejor de la literatura se acostaba conmigo en la cama, se adueñaba de las sábanas y los dos jugábamos a descubrir mundos escondidos entre páginas y páginas de pensamientos elevados, impuros, obscenos o simplemente idiotas. Hoy, la literatura se ha olvidado de la senda que lleva a mi cama: se ha olvidado del transcurrir de las horas de la noche a la luz elevada de la lámpara unitaria y egoísta.
Me vienen a la memoria las maravillosas noches de verano sudoroso y quieto en las que los libros y yo jugábamos a no sudar, esperando el fresco de la amanecida y los ruidos de los pájaros, para caer dormidos tras agotar los últimos sorbos de un epílogo esperado y frustrante que ponía el punto final al disfrute y la vigilia, todo de una sola vez. Para mis amigos el verano se asocia con mares, playas, montañas, chicas o pandillas: mi verano idílico y rememorado hasta la saciedad de la mentira – me imagino que haría otras cosas, pero ésta se adueñó del modelo – se recrea en un libro inmenso; de esos que superan las 900 páginas, con el que he pasado el día y cuya compañía se prolonga toda la noche hasta la llegada de las primeras luces, claridad que trae el final de la historia y un sueño de hierro hasta el calor del medio día. Eso era verano.
Hoy, cuando la noche me llega en compañía, los usos y costumbres de la pareja han desterrado la luz agresiva de la lectura y las noches ya no llegan acompañadas de los sueños que llenan los libros. Pienso esto mientras leo Mortal y Rosa, justa venganza por lo escrito hace unos días sobre Umbral, y adelanto el deseo de seguir hasta acabar sin pensar en la noche que transcurre acompasada por el desplazamiento de las hojas.
Pienso, mientras escribo, que mi sueño de escritor culminaría al conseguir que alguien se dejara llevar por los enredos que escribo hasta dejar pasar la noche sin más ansia que seguir leyendo. Saber eso, disfrutar de esa certeza, debe ser como saberse bendecido por un don especial que consiste en hacer feliz a la gente durante un rato. Casi nada.

PATER PATRIAE

Los antiguos romanos republicanos, no los imperiales, denominaban así a los que habían tenido un papel decisivo en la suerte de la república; los esforzados que, con su saber hacer, su destreza militar y su valor personal, consolidaban la vida de la urbe. Esa vida ciudadana determinaba el inicio de la cuenta de los años bajo la fórmula AUC (Ab Urbe Condita), año de la fundación, la razón de ser de todo buen romano.
Nosotros hemos tenido unos papás modernos que conviene no olvidar y cuyas desapariciones suponen una pérdida importante para el patrimonio político común de este país. ¿Os acordáis de ellos? Venga, hacer el esfuerzo, que ellos consiguieron la imposible meta de que no acabáramos como algunos querían: a bofetada limpia.







Peces Barba, Cisneros, Herrero de Miñón, Roca, Pérez LLorca, Sole Turá y Fraga

Ya nos faltan tres de ellos y alguno más está más en el otro lado que en este mientras que los relevos, que tendrían que haber llegado, ni están ni se les espera.
Este país ha visto como su clase política ha ido perdiendo peso específico a favor de la estructura de los partidos; el talento ha dado paso a la sumisión, la inteligencia a la habilidad y la ideología a la mercadotecnia. El parlamento es un desierto en el que la oratoria se ha degenerado hasta admitir el lenguaje más zafio sin que sus señorías hagan el esfuerzo de elevar el listón.
Cualquiera de los siete políticos, que aparecen en esos espléndidos cuadros, se hubiera comido crudos a todos los parlamentarios de uno y otro bando antes de desayunar y sin pedir refuerzos; que en el banquillo se quedan nombres de peso como Carrillo, Felipe González, Alfonso Guerra, Leopoldo Calvo Sotelo, Adolfo Suárez ¿Hay que seguir para que se nos caigan las lágrimas añorando esos tiempos?
La actual vida política española se asemeja más al gráfico de los monitores de una morgue que a la cabalgada alegre de unos corazones generosos. El parlamento es mediocre, los discursos anodinos, la tensión no se basa en la transmisión emocionada de ideas y proyectos sino en el cruce de insultos, descalificaciones y gritos de porterillas de corrala. No hay ni siquiera ingenio en las pullas, hay patadas en la espinilla y forofos aplaudidores que saltan a la menor ocasión para hacerse notar y ganar puntos peloteando a los jefes. El parlamento, el templo de la oratoria, ha cedido ante la intoxicación introducida por Martínez Pujalte y compañía. La argumentación no puede ante el cinismo de personajes como Trillo, máximo exponente de la falta de ética, compromiso, sentido de equipo, responsabilidad y moral que asienta sus posaderas en los sillones de la oposición.
La situación es penosa para la generalidad de los partidos mientras los ciudadanos esperamos, ansiosos, que alguien eleve el listón y enarbole un banderín de enganche para retomar la política, la ilusión y las ganas de hacer bien las cosas. Somos muchos los huérfanos que miraremos esos siete cuadros esperando que salgan, de no se sabe dónde, otros políticos dispuestos a elevar el valor de la política para afrontar otro reto igual de complejo que el de ponernos de acuerdo para no matarnos: afrontar los retos del futuro pilotando un país moderno, con unos ciudadanos cohesionados alrededor de un sueño, el sueño que ellos sean capaces de crear para todos nosotros.

GENIALIDAD

Hay personas en la historia de la humanidad cuyo extraordinario trabajo, intuición y oportunidad nos revela el enorme potencial de la genialidad del ser humano. El esfuerzo que suele haber detrás de cosas aparentemente sencillas es, casi siempre, hercúleo. A nosotros nos llegan los flashes de la consagración, pero no la suciedad de los laboratorios, la frustración, la impotencia y en algunos casos notables, incluso la miseria.
El matrimonio Curie se somete al veneno del radio en medio de trabajos propios de peones de albañil, moviendo toneladas de material. Son incontables los casos semejantes, las persecuciones políticas y religiosas, la incomprensión de los consagrados, la lucha feroz en defensa de las ideas enarbolando la esencia del método: las pruebas.
Darwin no podía apenas salir de casa sin afrontar los silbidos y mofas de jóvenes y viejos sobre su relación directa con los simios. ¿Casos? Todos: muertos, quemados, silenciados, olvidados en vida para que sus trabajos renazcan décadas después de su muerte, pero todos, conocidos y desconocidos, van poniendo los ladrillos que hacen grande el edificio del conocimiento común. Hoy nos aupamos en los hombros de miles de genios que han ido poniendo sus pequeñas piezas para aumentar la altura de la mente humana.
Nuestros antepasados no podrían imaginar el alcance de nuestros logros y algunos de ellos se quedarían asombrados de que hubieran sido sus errores, no sus aciertos, los que les hicieron y nos hicieron grandes.
Hoy asistimos a la pelea de los datos del cambio climático, pero es una batalla más, una entrega más de lo que la contaminación humana produce cuando se mezclan los intereses económicos, vanidades personales o cualquier otro factor, con la verdad de la ciencia. La verdad de la ciencia no es más que la duda constante, la posibilidad de estar equivocado porque nuevos conocimientos contradigan lo establecido hasta ahora. Esa grandeza, esa humilde grandeza, es lo que hace que nuestro conocimiento avance, que el conocimiento se asiente y crezca, que nos permita mirar más de cerca los grandes secretos que todavía se escapan de nuestras pesquisas.
Escribo esto mientras veo un documental de Albert Einstein, ejemplo perfecto del potencial de la mente humana, del rendimiento del trabajo bien hecho y de la gran explosión que supone dar con la clave, con el secreto del misterio y de algo mucho más pequeño: el final del escalón. Cada salto es grande, enorme, pero parcial. Todavía nada nos ha llevado al final de un tirón, en un solo viaje; nadie nos ha colado de rondón en el sagrario.
Es probable que el misterio sea tan complejo que se necesiten las uniones de varios paradigmas científicos, algo que nuestras construcciones mentales rechazan. La ciencia se basa en la capacidad de predicción que establecen sus leyes y sin ella no es nada. Una ciencia parcial, una verdad que llegue hasta un punto para entregar el testigo a otro conjunto de leyes y de teorías que nos condujera hasta la siguiente estación, nos crea rechazo y frustración.
La gran teoría unificada se resiste: lo más grande y lo más pequeño se pelean, sus leyes no les permiten entenderse y el ser humano se vuelve loco, se desespera intentando hablar con ambos en un sólo idioma. Hawkins se nos está acabando y su extraordinario intelecto no ha logrado, que se sepa, estructurar ese esperanto con el que hablar de la Física DEL UNIVERSO; esa que lo explica todo y que tanto pánico genera en todas las religiones.
No sabemos quién será o cuando lo hará, pero habrá una mente capaz de ver el conjunto reuniendo los retazos, de aunar los puntos clave, las grandes, las enormes posibilidades de los distintos campos de la física y de las matemáticas y dar con el centro, con el punto inmóvil que hace que todo se mueva. Ese día, el ser humano, todo el ser humano como género, debería ser capaz de saber para qué, por qué y cómo va a utilizar ese enorme caudal de conocimientos a favor de la colectividad, de toda esa especie que desde hace milenios mira al cielo y se pregunta sobre las estrellas con cara de admiración, algo de miedo y enormes, inmensas cantidades de curiosidad creativa. En eso consiste la genialidad: en ser capaz de mirar el mundo buscando los porqués. Que nadie mate esa genialidad es cuestión de todos.

El Informe Ryan

La vergüenza, el horror, la indefensión y lo peor del ser humano, se van a conocer a partir de ahora con el nombre de Informe Ryan. Es el nombre que los tribunales irlandeses han puesto al informe sobre los abusos sexuales a los miles de niños y niñas que, durante años, aguantaron los abusos de aquellos que tenían que cuidarlos, formarlos y convertirlos en personas bajo la tutela del estado.
Los cientos de páginas de ese informe deben ser como bajar a los infiernos y yo sólo he podido acceder a los titulares de los diferentes epígrafes, pero el catálogo es espeluznante. No puedo imaginarme las vidas de esos miles de niños a lo largo de años de espanto, miedo y asco.
Han hecho una asociación, han tenido que defenderse de la Iglesia, del Estado y de la sociedad pues ellos, los agredidos, las víctimas, eran vistas como poco menos que subversivos que querían menoscabar el prestigio de las instituciones. La iglesia ha conservado el poder y la arrogancia hasta el final: ha negado datos a la justicia, ha dificultado las investigaciones, obligó a dimitir al primer juez encargado de la investigación, evitó que los delincuentes aparecieran en el informe con nombres y apellidos. Todo se realizó con desprecio hacia ellos, pues sus vidas no contaban.
Es un relato de pederastia, de sadismo, de vesania, de tiranía y de obligado silencio ante las atrocidades. Los niños estuvieron años sin poder confiar en aquellos que deberían haber sido su ejemplo, su apoyo; los sustitutos de los padres. Eran lo más débil de la sociedad y los más poderosos los remataron cuando tenían que salvarlos: eran menos que ganado, eran la nada de la que no se espera venganza, ni daño ni reacción.
Algunos miserables dirán que esos cerdos también hacían cosas buenas y no podemos dejarles decir eso sin arrojarles a la cara su propio cinismo: nadie que hace eso; nadie que es capaz de mantener esa conducta durante años es capaz de hacer nada bueno, pues el daño que causa su vida lo borra todo. Nadie que abusa de un niño durante años cada quince días (sic) puede hacer nada para que se le perdone ese daño inmenso, esa pena eterna, esa lacra espiritual que persigue a su víctima toda la vida y se adueña de sus noches y de sus pesadillas.
Y el estado ocultaba, era cómplice y encima pagaba a los verdugos para que siguieran destrozando vidas, emponzoñando almas y negando el futuro de todos esos niños a los que, además de negarles el hogar, el amparo y la protección, llegaron al extremo de quitares la dignidad, la autoestima y el honor. Cuando el olor de podredumbre era excesivo, se cambiaba el destino de los culpables y eran otros los que seguían con la rutina del sexo forzado, las palizas injustas y los abusos.
La iglesia, esa iglesia que juzga a los demás desde la inocencia y la superioridad moral se ha revolcado en esa mierda durante décadas y en muchos países. En Estados Unidos los arreglos extrajudiciales han supuesto la bancarrota de varias diócesis. Ahora será Irlanda la que tendrá que hacer frente a cientos de millones de condenas o arreglos. No quiero pensar lo que saldrá cuando esta marea llegue a los países en los que su poder ha sido, y es, tan grande como en Irlanda: Italia, España, Suramérica. La cosa puede ser espectacular. Esa secta que protege a sus delincuentes, que manipula las mentes y convierte en verdad y dogma una mentira histórica archidemostrada; esa iglesia que aceptó el papel de sumidero de cultos para auparse en el poder de una Roma ya decadente y necesitada de una uniformidad que evitara la dispersión de los pueblos; esa iglesia ávida de poder y de dinero que durante siglos blandió la espada con mejor ánimo quela cruz; esa iglesia que nos dice cómo hemos de vivir está, por fin; desnuda y mostrando toda su podredumbre.
Ni una lección más; ni un desprecio más; ni una imposición más. Solo desprecio hacia ellos, rechazo a sus mentiras, asco por sus métodos y oprobio para su nombre.

Los Sueños rotos

Asfixiados y deshidratados tras varios días de viaje en un camión, cuatro inmigrantes –protoinmigrantes, hablando con propiedad – han entregado sus vidas al sueño de una vida mejor. Como ellos, en el estrecho y en el Atlántico, miles de soñadores han dejado sus vidas siguiendo una estrella esquiva y engañosa. Sus sueños se han roto y me pregunto dónde se encuentran los pedazos.
Conocemos algo, apenas retazos, del horror de sus vidas: de sus hambres, de las tiranías políticas bajo las que se arrastran, de los machetazos de las guerras tribales, de las ablaciones de clítoris, de la imposible ley coránica aplicada a las mujeres, de las hambrunas feroces y de los contratos de las mafias encargadas de sacarles el poco resuello que les queda. Con el último aliento de su dinero viven los patrones de las pateras que los expulsan, cuchillo en mano, unos cientos de metros de agua antes de la tierra prometida. Justo la suficiente para ahogar sus esperanzas y sus proyectos.
No sabemos nada de sus sueños, pero conocemos su diaria tragedia en nuestro mundo. Los vemos en los invernaderos, horneados lentamente bajo el sol de Almería y El Maresme en jornadas medievales y mal pagadas. Sabemos de sus alquileres usureros y de sus condiciones de vida. Hemos pasado por la Casa de Campo o las zonas similares de cualquier ciudad y hemos visto su tristeza detrás de la exhibición de sus cuerpos de niñas viejas: la eterna tristeza que acompaña a las que están obligadas a recibir los restos de la soledad y la degradación moral de unos machos sin alma. Los hemos visto en el top manta y los ven aquellos que los buscan para comprar lo prohibido; los intuimos en las cloacas de una sociedad cada vez más altiva que desprecia a los que no han tenido la fortuna de nacer como ellos. A pocos nos duele su desesperanza y su pena; pocos se arremangan para intentar ayudar. Apenas algunas organizaciones y los modélicos ciudadanos que los acogen en las costas de Tarifa y les calientan el alma con su solidaridad.
A mí me obsesionan sus sueños y me gustaría poder reconstruirlos. Me gustaría poder exhibirlos y enseñar la bondad de sus aspiraciones. Sería, posiblemente, un museo en el que se podría conocer lo mejor del ser humano en su estado más puro. Es muy posible que en esa galería de sueños no encontráramos nada parecido al hambre, la explotación, la guerra o la prostitución esclavista e inhumana. Dudo mucho que, en el sueño de esas casi niñas que cruzan el estrecho, pudiéramos encontrar días de frío en los que soportar las babas de los salidos o las palizas del macarra. Casi seguro, en esos maravillosos sueños, no encontraríamos nada relacionado con la droga y las navajas de los yonkies terminales.
Apostaría mi vida a que encontraríamos mucho más volumen de trabajo, determinación, solidaridad y deseo de desarrollarse en paz y tranquilidad, que maldad innata y mezquindad.
Son los sueños rotos, los pedazos que van conformando una escombrera que acabará por sepultar nuestras conciencias hasta la asfixia. Justo en ese momento, cuando ya sea tarde, querremos gritar y no podremos: el silencio de nuestras vidas se olvidará para siempre y nos perseguirán los gritos de sus sueños rotos. Ese día, justo ese día, comprobaremos que estamos muertos.

La Copa del América

En Valencia reina el viento y la tecnología se pone a su servicio para recibir, como un regalo, toda la energía del aire y convertirla en un sueño ligero y veloz que corre por delante del aire, del futuro y de lo posible.
Los barcos de la Copa del América son la materialización del ego de sus armadores; se enseñan y lucen con el orgullo de gallos en el reñidero y como ellos, sólo uno conservará el nombre, que ya se sabe que esta regata no tiene segundo, sólo primero: el gallo vivo.
Esos barcos lucen la tecnología con la que el hombre, mañana, se enfrentará al reto de los viajes espaciales y sus materiales se hacen de inteligencia, dinero y ciencia, mucha ciencia al servicio de un futuro en el que nuestras vidas serán más cómodas.
Alumbraron el Kevlar, la fibra de carbono, la fibra de vidrio y lo ensamblaron con una resistencia física y una dedicación heroica. Sus tripulaciones se destinan a apurar el segundo y a buscar el último gramo de empuje de una vela mientras hacen cabriolas por una jarcia que estira el espejo de sus velas hasta el infinito de una blancura y unas formas bellas y armónicas, propias de una relajada mañana de sol.
Son barcos bellos, incisivos, cortantes; naves que parecen desear volar altas en el cielo en lugar de cortar las cimas de unas aguas que no entienden de premuras y de prisas, sólo de mareas, lunas y cálidos veranos que viven para hacerse luz en los cuadros de Sorolla.
Desde las sierras añoro el mar en el que vuelan sus sueños y mis sueños de navegar dejando atrás costas y tierras; envolverme en el agua y las velas para desaparecer en ese viento que mañana besará otras velas y dará vida a otros triunfos.

El otro

Vuelve el otro a encarnar la amenaza que se cierne sobre nuestro cotidiano diario. Ya no es una amenaza lejana o futura: lo quieren meter en nuestras casas, en la cola del pan, en el Metro. Se afanan, ellos siempre se afanan, en que abramos los ojos y veamos al otro ocupando el espacio de nuestras vidas, un espacio del que ellos se hacen dueños reclamando derechos antiguos que al otro le niegan.
Vuelve Sartre y vuelve a nosotros el infierno de los otros, de los diferentes, de los lejanos, de los anónimos otros que se tornan hoscos cuando abandonan el anonimato de los tajos para hacerse corpóreos en su olvidada humanidad. Es el retorno del otro, de los otros, de los culpables de todo: vuelve la anestesia sobre la moral colectiva encarnada en el otro.
Es importante que el otro carezca siempre de rostro, de nombre, de religión y de estado. Es muy importante recluir al otro en la cosificación anónima, pues si logra escapar de su destino de cosa y hacerse hombre, la injusticia de su situación se hará presente e incómoda, dejando al descubierto la maldad de los que se afanan, ellos siempre se afanan, en protegernos de la eterna amenaza del otro.
Ellos, los que se afanan siempre, velan por nosotros, que hemos olvidado nuestro deber de estar en guardia. Suplen nuestra desidia olvidadiza y cómplice para sonar alarmas viejas, tan viejas como el hombre, y que nos movilicemos en contra del otro.
Pobre otro, olvidado en su miseria, que quiere hacerse rostro y lo único que consigue es hacerse odio sin saber que su seguridad radica en ser cosa y no persona. Triste mundo en el que la vida y la tranquilidad del otro dependen de conseguir no ser, con lo difícil que le resulta conseguir eso a un ser humano.
Me da una pena inmensa pensar en el otro perseguido, pero también me apena enormemente el nosotros, me da pena esta España amnésica que ya se ha olvidado de todo lo que el otro nos trajo; esta España que ya no se acuerda de que Auschwitz, Treblinka y Dachau fueron la casa del otro hace años. Me angustia esa clase política pacata y pobre que no sabe que hay juguetes que no son para niños y que deben estar encerrados bajo llave; que nunca deben usarse pues son peligrosos, muy peligrosos.
Si el otro acaba convertido en un mensajero que le lleva votos a alguien, nuestro destino como nación, como grupo humano, como sociedad, habrá perdido el rumbo de manera peligrosa, muy peligrosa.

Cascos

En Montevideo, por la noche y en la madrugada, el viajero se sorprende con un sonido olvidado. El “clop-clop” de los cascos de un caballo que arrastra el carrito donde se acumula el cartón, los muebles vencidos y una gran parte de la miseria de la ciudad.
Son caballitos humildes, de la raza que olvidó el orgullo bajo el recuerdo del palo. Son el último eslabón de la pobreza, la encarnación de la moderna esclavitud; pero inconscientes.
Mientras la ciudad cambia y se hace más bella; mientras la rambla se abre al paseo y al sol de otoño; ellos nos recuerdan muchas cosas que no se pueden olvidar.
Es posible que esos humildes caballitos, de andar cansino cuando vuelven a unas cuadras que no llegué a conocer, tengan el secreto de la amabilidad de la ciudad. Sólo es posible, pero me gusta pensar que una ciudad que no ha perdido a los caballos es una ciudad que se acuerda de que tiene que estar al servicio del hombre, que sabe guardar el secreto de la Plaza de Zabala con sus bancos al sol, sus perros, sus niños y sus viejos.
Montevideo debe saberlo, pues el sonido de sus caballos se metió por derecho en una pieza publicitaria que, con orgullo, quiso rendir homenaje a sus miserias; quiso reconocerse en todos sus habitantes sin excluir a nadie.
De esa intención, basada en el sonido de los cascos de un pobre caballo cansado, nació el Grito del Canilla, homenaje a todo un pueblo que quiere ser grande sin olvidarse de nadie.
Es posible, sólo posible, que no se pueda ser más grande.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Y el mundo está, pero no escucha

24 de Febrero

Hoy he creado un blog (es posible que estés leyendo esta entrada en LETRASDENADA y tú seas el milagroso visitante) y como muchas otras cosas con las que convivimos, me ha hecho pensar en diversas cosillas.
Primero: desde mi casa, solito en mi estudio y siguiendo dos instrucciones muy básicas, lo que yo escribo puede verse, literalmente, desde cualquier ordenador conectado a internet, esté donde esté y lo use quien lo use.
Segundo: ¿Me he convertido en un medio de comunicación? Pues diga quien diga que sí, creo que no, pues pienso que faltan cualidades propias de un medio de comunicación de masas que, desde luego, no adornan mi pobre blog. De entrada, como es obvio, me faltan las masas.
Tercero: ¿Internet es libre o, mejor aún, libérrimo? Juro que, hasta ahora, nadie me ha dicho nada en contra de mis burradas, me ha pedido credenciales, ha intentado limitar mis expresiones o ejercer algún tipo de censura.
Cuarta: ¿Cualquiera pude decir lo que quiera? Pues vista la experiencia sí. Me imagino que si la cosa se va haciendo gorda alguien tomaría medidas y retiraría la página para evitar su lectura.
Quinta: ¿Es satisfactorio? Pues es gracioso y da una sensación extraña, la verdad. Como explico en el título, sabes que el mundo está al otro lado, pero que, afortunadamente, no escucha.
Y poco más por hoy, a esperar comentarios si es que llegan, enviar mails a los amigos con la dirección y a darle de comer poniendo los deberes diarios a disposición del respetable.

MI RELIGION

4 de enero 2010
Bajo ningún concepto quiero que el título se confunda con pretensiones de igualarme a Unamuno y su “De mi religión y otros ensayos”, pero es que un amigo que ha recibido el contenido de mi cuaderno me pregunta por mi verdadera religión. La respuesta inmediata y lógica es “no tengo ninguna religión”, pero nuestro entorno social y cultural no entendería algo tan simple y a la vez, tan escaso de contenido.
Si por religión entendemos el conjunto de normas de conducta que nos subordina la vida a creencias, preceptos, obligaciones, reglas y jerarquías emanadas de un ser superior omnisciente y omnipresente que controla nuestro destino y de cuya voluntad depende nuestro futuro, claramente no participo de ninguna de las que conozco.
Hasta donde comprendo y he podido analizar, la religión surge en el hombre como emanación directa de la necesidad de explicar el mundo que le rodea y como respuesta al deseo o necesidad de darle a nuestra vida una razón, una causa o una motivación; al deseo de trascender nuestra existencia eludiendo la inevitabilidad de la muerte.
Aunando las derivaciones de los dos últimos párrafos, nos encontramos con algunas consecuencias directas de fácil aceptación:
La primera es que las construcciones religiosas evolucionan en la historia de la mano del avance del conocimiento humano. Cuanto mayor es nuestro acerbo de conocimientos, más etéreo e indefinido es el modelo de dios que el hombre maneja. Al principio, cada fenómeno natural tenía un responsable directo, un encargado que formaba parte de un largo número de dioses. A medida que el hombre adquiría conocimientos diversos, los responsables divinos de las funciones explicadas se quedaban en paro, lo que dio lugar a una enorme inquietud y a la formación de un modelo monoteísta que conseguía pasarle el marrón aun sólo dios encargado y responsable de todo; desde lo conocido hasta lo desconocido, construcción mental muy cómoda y que se ajustaba a cualquier necesidad concreta que pudiera surgir. La verdad es que la solución no deja de ser ingeniosa, hábil y autoexplicativa. La trampa es que se plantee como se plantee el acercamiento, esa construcción siempre tiene salida y además, cuenta con el refugio de lo sagrado, de lo necesario, justo y bueno.
El modelo ha calado de tal forma que la carga de la prueba pasa de lado y recae, ahora, en los que dudamos de la existencia de ese ser a los que sus fieles atribuyen tantas competencias que acaba siendo injusto, arbitrario, un poco absurdo en sus decisiones y decididamente paranoico en sus exigencias. Si yo manifiesto de forma categórica que los unicornios rosas existen, que comen flores amarillas nacidas en la noche y que cantan a la luna con voz de barítono, todo el mundo me pedirá, amablemente, que lo demuestre. Si yo me escabullo diciendo que sólo los elegidos que tengan fe en el unicornio podrán oírlo las noches de luna llena, descartando los no creyentes de la posibilidad de disfrutar su voz, o normal es que la gente me mande al cuerno, pero ese ejemplo se queda a años luz de las absurdas afirmaciones que hacen los seguidores de las grandes religiones establecidas, pero con una diferencia: a ellos no se les pide que demuestren nada. Ellos cuentan con la corriente de opinión favorable y somos nosotros los que, en el caso del ejemplo, nos tendremos que dejar los cuernos para demostrar que el unicornio rosa no existe mientras que ellos defenderán su existencia con argumentos tan elaborados como el siguiente:”El mero hecho de pensar en un Unicornio rosa demuestra su existencia, pues nadie puede pensar en algo que no existe”. Aunque parezca mentira, esto se lo han dicho a un servidor en el colegio, si bien es verdad que el curilla encargado de decirlo no debía ser el más brillante de su promoción.
¿Juega algún papel el nivel de vida en la implantación de la religión? Parece claro que no, pues nos encontramos fanáticos en todo el amplio abanico del arco social. La miseria genera bombas humanas y terroristas suicidas, mientras que los evangélicos americanos que ocupan puestos importantes en la administración americana se limitan a invadir Irak en nombre de Dios.
La idea de Dios es un virus cuya simplicidad es peligrosa: entrégate, haz lo que te digo y la vida eterna será un jardín de deleite y plenitud. Para unos la contemplación de Dios en una visión beatífica, para otros la consecución de todos los placeres físicos que un hijo del desierto pueda ambicionar: ríos de leche y miel, comida y sexo por los siglos de los siglos. Las promesas son estupendas y a cambio de poco; se conforman con nuestra docilidad y con la aceptación de un determinado orden social que vela para que la gloria de Dios sea grande y eterna.
La trampa es estupenda y sirve para todos los sistemas: paz en la tierra, acepta que lo que yo digo es verdad y la otra vida, o la siguiente vida, será estupenda. La traducción: no discutas mi poder, acepta que aquí mando yo en representación de Dios en la tierra (rey o gobernante por la gracia de Dios) y ya verás que bien te lo pasas luego. Por supuesto, esto no se dice, se disfraza de “sentido del deber”, la “llamada del camino”, “la vocación de servicio y darse a los demás” etc. No se puede notar demasiado que unos se lo pasan fenomenal mientras otros sudan tinta, que acabarían dándose cuenta.
Bien, ya he definido lo que no soy, pero ¿cuál es mi religión? Pues sabido ya que ninguna, paso a contar lo que me llena como individuo, que es bastante sencillito, todo hay que decirlo. Me satisface ser coherente con mi propia naturaleza humana, inquisitiva, escéptica, demostrativa y coherente con la necesidad básica de saber la razón y la causa de las cosas y de los fenómenos naturales. ¿Deseo de trascendencia? Algunas veces digo que una eternidad en mi propia compañía no se la deseo a nadie y menos a mí mismo, así que tampoco demasiado aficionado a la eternidad.
Debo confesar que si hay una creencia que me ha tenido bastante intrigado y que he estudiado de forma favorable por lo que de coherente tiene con procesos tan naturales como el aprendizaje y la gradación del mismo; ese paso a paso que nos va llevando cada vez más alto en nuestro conocimiento y para el que una sola vida parece quedarse corto. La idea de una constante reencarnación que nos permite alcanzar la verdad, me apetecería bastante, pero también esa idea tiene truco y la mentira interesada asoma su pezuña por debajo del elevado enunciado de misticismo.
La idea es perfecta para justificar, un vez más, cualquier tipo de orden social basado en el nivel evolutivo del sujeto, de forma que las castas se configuran tan sólidamente como el hormigón y la teocracia se mantiene inamovible.
Así pues, creo que las religiones, todas las religiones son básicamente perversas, generadoras de los peores comportamientos individuales y colectivos (es cierto que en algunos casos individuales también los hay positivos), que han detenido la evolución de las organizaciones sociales poniendo constantes trabas al conocimiento, a la libertad del individuo y han sido la causa directa de guerras que han costado millones de vidas.
Creo firmemente en nuestra curiosidad, en que la evolución de la especie se basó en la supeditación del individuo al beneficio del grupo y no al revés; mantengo que la sed de conocimiento nos ha dotado de una herramienta maravillosa para incrementar el conocimiento y que la capacidad de autocorrección de esa herramienta nos evita el peligro de caer en el dogma. Creo que el mecanismo de la evolución nos ha provisto de un cerebro con una potencialidad extraordinaria y que sí, que lograremos, tarde o temprano, alcanzar el conocimiento de nuestro mundo, entendiendo por mundo todo cuanto nos rodea, incluido el universo las leyes que rigen su funcionamiento.
Así pues, cabe catalogarme como ateo. También cabe catalogarme como activista antirreligioso, en general, de todas ellas. ¿Son unas más peligrosas que otras en la actualidad? Sí, pero eso no les resta ni el peligro ni la potencialidad de que cualquiera de ellas pueda convertirse en un arma de destrucción masiva en cuestión de semanas. Cualquier chispa lanzada desde uno u otro lado, prenderá en una yesca que está deseando arder de forma violenta. Las llamadas religiones del libro son excluyentes, básicamente violentas, xenófobas y aspiran a un orden social basado en sus propios preceptos y condenando y persiguiendo ideas distintas a la suyas.
Que nadie se equivoque: desde el laicismo se aspira a que el individuo pueda actuar según sus preceptos de forma armónica con l ordenamiento social. Lo que uno puede o no puede hacer no implica la obligatoriedad de hacerlo para aquél que lo rechaza. Mi capacidad de actuar según una determinada opción nunca debe condicionar la actuación del otro y eso es un principio al que creo que no debemos renunciar y que significa un importante avance para todos.
Poniendo ejemplos concretos: el que yo pueda separarme de mi mujer no implica que mi vecino deba separarse de la suya. Ahora bien, ¿Qué pasa cuando las creencias religiosas chocan con el ordenamiento social? Ni una sola duda, ni un momento de vacilación: ¿Qué tu dios dice que las niñas no deben estudiar a partir de los 8 años? La jodiste: en este país tu dios no rasca bola. ¿Que tu dios dice que hay que perseguir y matar a la adúltera o la que aborta o al sodomita? La jodiste: en este país tienen derechos y capacidad para actuar según nuestros procedimientos legales, así que tu dios tampoco rasca bola. Podrás, si quieres y pertenecían a tu religión, expulsarlos, declararlos herejes, anatemas, relapsos o lo que te dé la gana, pero no podrás ejecutar ninguna acción represiva contra ellos o ellas.
Y la verdad es que poco más queda por decir, aunque como el tema es largo, interesante y agresivo, dejo este escrito con forma de apéndice y vida propia, de forma que si se me van ocurriendo cosas, las iré escribiendo y la cosa irá engordando.
¿Más clara la cosa?

REFLEXIONES DE AUTOBÚS

Felicidades

Personalmente, la Navidad es una época que siempre me ha movido más a la reflexión que a la euforia, exceptuando el día de Reyes, auténtica exaltación de la ilusión.

En estas circunstancias, las felicitaciones al uso nunca me han acabado de llenar, siempre me han parecido falsas y demasiado estereotipadas, ajenas por completo a mi estado de ánimo.

Es por eso que he optado por salirme de la norma y ponerme al margen, compartiendo algunas de las reflexiones e ideas que me han ido surgiendo a lo largo del año.

Aseguro que en los próximos días todas ellas me acompañarán como una sombra, abriendo un espacio entre lo íntimo y lo público; estado al que Begoña denomina como “profesional”, expresión que refleja una cierta “presencia / ausencia” que algunos, los más cercanos, ya conocen.

El título nace de las ideas que me van surgiendo en el tiempo muerto pasado en el autobús, oyendo la radio y que, al llegar a casa, se plasman en estos sueltos. Como añadido, algunas de las ideas se han presentado a la luz de lo que me he ido encontrando en los viajes, momento en el que el paisaje y el paisanaje me colocan ante sensaciones que me obligo a reflejar. Los comentarios no mantienen ningún orden, sólo el derivado del más puro orden alfabético al que se obliga la informática.

En fin, poco más: desearos unos días tranquilos, sin demasiadas broncas y que la Navidad pase dejando a cada uno lo que más le apetezca.





AVISOS

En los últimos meses estamos contemplando el desarrollo de diversos sucesos que, analizados uno a uno, parecen surgir y morir como fenómenos aislados, inconexos, carentes de sentido y de finalidad común. Es posible que los grandes cambios de la historia hayan sido vistos de la misma forma por aquellos que convivieron con ellos, ignorantes de lo que estaba pasando hasta el momento del clímax, asociado, casi siempre, con una representación final muy adecuada y simbólica: la toma del palacio de invierno, la caída de una cabeza en las plazas de París etc.

Esta posible ignorancia me preocupa y quizá estoy buscando orden en lo que sólo es caos y, como Kepler, busco al relojero universal tras el desenvolvimiento de las leyes físicas que rigen los movimientos del universo. Es posible que la postura sea algo paranoica, pero no creo que los fenómenos sociales se agrupen de forma casual, sobre todo cuando hay indicadores que nos llevan, una y otra vez, al mismo destino.

La globalización nos ha pillado huérfanos de manual, no hemos sabido manejar sus inicios y dudo que sepamos organizar su expansión y su consolidación. Los organismos financieros son globales hasta el momento de hacer frente a una crisis; entonces se metamorfosean milagrosamente en locales. El Banco de Santander se publicita como un gran banco internacional hasta que los argentinos acuden en masa a reclamar sus depósitos. Justo en ese momento se revela la existencia de una sociedad independiente que debe afrontar la crisis en solitario y no puede acudir a la casa madre a pedir dinero. Como siempre, el que menos pierde es el Banco, aunque pierda mucho y no todo, como los pobres confiados que depositaron sus fortunas atraídos por una entidad “globalizada”. Pero esto no sólo ocurre en el tercer mundo, si es que Argentina puede admitir esa clasificación, algo que niego tajantemente: en los estados unidos suena la misma música acompañada por un baile distinto.

Los escándalos financieros han reunido a lo mejor de cada casa, auditores y auditados, presidentes y vicepresidentes en un mejunje que tiene tufo de estafa intergaláctica. Sin una fuerza opositora que equilibre la balanza, el mercado se ha convertido en ese dios beatífico autorregulado que compite para satisfacer a los consumidores ofreciendo duros a cuatro pesetas en beneficio de una sociedad mejor y más justa. Y nosotros nos lo tenemos que creer por muchas cosas: porque no hay nadie que levante la voz en contra de ese esquema; porque defender lo contrario está pasado de moda, como si las posturas morales, éticas o filosóficas pudieran estar sujetas a algo tan consumista y tan “de mercado” como la moda y sobre todo, porque oponerse cuesta. Cuesta esfuerzo, cuesta elaborar un pensamiento propio – lo de acudir al supermercado del pensamiento único es muy cómodo - y cuesta, o puede costar, tener que afrontar las represalias del sistema.

Occidente vive aislado en su esplendor pensando que tiene la llave de la verdad y que el resto del mundo sólo tiene una solución: aceptar la medicina de los ricos. Como grandes terratenientes españoles que despedían a los jornaleros del 32 con el despectivo “¿Tenéis hambre?.Pues comed república.?” Los estados ricos les dicen a los estados pobres: ¿tenéis subdesarrollo? Pues adorad al mercado. Lo que no sabemos es si ese inmenso mundo, ese enorme primer mundo de pobreza y humillaciones, está preparando una butifarra enorme que acabe estrellando el puño en nuestra cara. Casi seguro que nos lo habríamos ganado a pulso.

Boda

Escribir sobre la boda de El escorial parece obligado, pero no creo que aporte grandes cosas. La corriente dominante – y la no dominante – han cerrado filas en el silencio y parece que nadie, desde la oficialidad, quiere airear más el asunto.

Esta boda ha sido un baño de caciquismo, de ostentación palurda y sabores rancios, propio de la caspa mesetaria imperante en la Castilla decimonónica de señoritas de ciudad. Ha sido una boda de visita de domingo y pastas pasadas; de criada de toca y salón de recibir.

En esta boda no ha habido nada acorde con la modernidad de nuestros días. Todo, pero todo todo, se ha hecho a la antigua, como si Clarín hubiera escrito una boda en Vetusta para dejar fijados los cánones de lo que tiene que ser. Me espanta que todavía haya alguien que entienda que es normal comportarse así; que deseen que el modelo se extienda y prolifere el horterismo social hasta esos extremos.

Por otra parte, esta boda ha fijado un máximo, el punto culminante, el metaéxito: por fin la derecha ha recuperado el lugar que el orden natural de las cosas había determinado para ellos. Fueron años duros, pero, con esta boda, se ha cumplido la venganza. La derecha manda, impone y marca los precios de la deuda. La derecha toma los símbolos y los utiliza: desde El Escorial, símbolo de la historia hasta el Rey, deudo de buenas relaciones con el enemigo, tienen que someterse en aras de una buena educación que no ha tenido Aznar.

La normalidad que reclaman los voceros del régimen sólo les afecta a ellos: a la derecha, a los ricos. A todos los demás nos produce rechazo, incomprensión y asco. Cuando las parejas buscan pisos donde Cristo perdió los clavos, cuando los jóvenes no pueden irse de casa atados por el paro o los contratos basura, la derecha nos presenta una boda de más de mil invitados bajo el cristal de la normalidad. Vayan ustedes, con perdón, a escardar cebollinos.



Cascos

En Montevideo, por la noche y en la madrugada, el viajero se sorprende con un sonido olvidado. El clop-clop de los cascos de un caballo que arrastra el carrito donde se acumula el cartón, los muebles vencidos y una gran parte de la miseria de la ciudad.

Son caballitos humildes, de la raza que olvidó el orgullo bajo el recuerdo del palo. Son el último eslabón de la pobreza, la encarnación de la moderna esclavitud; pero inconscientes.

Mientras la ciudad cambia y se hace mas bella; mientras la rambla se abre al paseo y al sol de otoño; ellos nos recuerdan muchas cosas que no se pueden olvidar.

Es posible que esos humildes caballitos, de andar cansino cuando vuelven a unas cuadras que no llegué a conocer, tengan el secreto de la amabilidad de la ciudad. Sólo es posible, pero me gusta pensar que una ciudad que no ha perdido a los caballos es una ciudad que se acuerda de que tiene que estar al servicio del hombre, que sabe guardar el secreto de la Plaza de Zabala con sus bancos al sol, sus perros, sus niños y sus viejos.

Montevideo debe saberlo, pues el sonido de sus caballos se metió por derecho en una pieza publicitaria que, con orgullo, quiso rendir homenaje a sus miserias; quiso reconocerse en todos sus habitantes sin excluir a nadie.

De esa intención, basada en el sonido de los cascos de un pobre caballo cansado, nació el Grito del Canilla, homenaje a todo un pueblo que quiere ser grande sin olvidarse de nadie.

Es posible, sólo posible, que no se pueda ser más grande.

Control y descontrol

La propuesta de mantener el registro de los envíos realizados desde un correo electrónico por todos los usuarios europeos durante un año intenta responder, de una forma demasiado lineal, a un problema muy complejo.

En primer lugar, cabe preguntarse si el correo electrónico debe mantener el status de privacidad aplicado a las comunicaciones telefónicas y al correo ordinario. Si es así, nada más simple que aplicar las mismas excepciones legales que los Jueces pueden disponer en las escuchas telefónicas y en otros controles legales. Si alguien es sospechoso de algo, que la fiscalía solicite la intervención de sus comunicaciones globales y aquí paz y después gloria.

Es cierto que internet es una poderosa herramienta al servicio de lo bueno y de lo malo, pero las normativas legales y la escala de valores aplicables en el ordenamiento jurídico no pueden verse alteradas a la baja con esa excusa.

Es más cierto que el 11 S ha puesto boca abajo muchas cosas y que los americanos están dispuestos a renunciar a gran parte de los derechos civiles a cambio de la seguridad, pero yo no. Que se apliquen las garantías cívicas a cuantas actividades puedan realizar los ciudadanos, pero que no se restrinjan nuestros derechos en virtud de no se que oscuros principios.

Si los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, hay que recordar constantemente a los olvidadizos que este tipo de restricciones se han aplicado, habitualmente, en regímenes policiales y dictatoriales. Que los nazis, la KGB y los fascistas apelaban al bien común y a la seguridad nacional en un discurso paralelo. Hay que recordar que las garantías procesales y los derechos individuales son sagrados y definen un modelo de convivencia social que ha costado mucho edificar, levantar, mejorar y mantener. Hay que recordar que los peores ataques al sistema han tenido origen en el sistema mismo y desde dentro; que el silencio es, por definición, cómplice y culpable de las peores atrocidades.

No quiero despertarme un día y descubrir que mi abstinencia se ha convertido en aquiescencia para el reinado del Gran Hermano, que mi pasividad ha alimentado el valor de la bestia y que algún oscuro funcionario se lucra o regodea con mi intimidad. Ya me fastidia que las grandes empresas comercien con mis datos y direcciones particulares, que mi buzón se vea sometido a un bombardeo de información comercial no solicitada, que la administración facilite los datos de las empresas recién formadas para que puedan recibir todo tipo de publicidad, de forma que, con la experiencia acumulada, puedo asegurar que el remedio será peor que la enfermedad.

El posible daño evitado se verá sobrepasado por el daño causado y veremos que, para cerrar la puerta de un delito, habremos hecho un enorme boquete en el muro del edificio social.

El origen de las peores perversiones se mantiene inmutable y todos los pedófilos parten de la necesaria creación de una situación real. Ese es el origen que hay que controlar pues nadie puede transmitir un video que no se ha realizado ni una violación que no se haya producido físicamente. Echarle la culpa al medio de transmisión y no al origen de la misma, no deja de ser un maquillaje para ocultar el verdadero origen de la medida: Internet es un medio libérrimo y eso, digan lo que digan, es lo que jode. Llevan años buscando la forma de cercenar esa libertad y mucho me temo que, al final, lo conseguirán.

22 de agosto de 2002



Cuna y Fortuna


La desaparición del mundo comunista y sus consecuencias nos ha dejado, de alguna manera, huérfanos de contrapunto ideológico. Lo habitual, en los procesos de análisis y reflexión, es comparar las distintas realidades en función de los puntos de vista ofrecidos por los contrarios. El Ying y el Yang, la acción y la reacción: lo positivo y lo negativo.

El discurso imperante, que intenta restringirnos al crepúsculo de las ideologías y al pensamiento único, elimina alternativas viables a una velocidad quizá excesiva, de forma que cada individuo debe orientar sus criterios sobre modelos unipersonales; muchas veces ajenos a cualquier sistema reconocido.

Sobre este plano de pensamiento, no he tenido más remedio que buscarme algunos puntos de anclaje; refugios en los que encuentro cierta seguridad a la hora de elaborar mis propias actuaciones. Será simplista y un poco infantil, pero me funciona razonablemente bien y me ayuda a sostener cierta postura ética ante los acontecimientos.

Desconozco si este tipo de seguros son homologables, ni siquiera aspiro a ser “políticamente correcto”, pero si estoy comprobando algo: que lo importante no ha cambiado, que determinadas diferencias se mantienen y que las leyes de la acción y la reacción conservan toda su vigencia en los movimientos sociales. Parece claro que la corriente dominante hoy proviene de la reacción: retroceden los avances sociales en occidente, los sectores más conservadores de la Iglesia toman posiciones claves y los presupuestos nacionales buscan el equilibrio a costa de lo que, en otras épocas, se consideraba prioritario para la colectividad.

En España vivimos un momento en el que la educación y la sanidad pública pierden terreno frente a los modelos privados; se cuestionan y se eliminan derechos laborales como si se tratara de limosnas vergonzantes, sólo aptas para inútiles y vagos; los recursos de los cuerpos de seguridad del Estado se han visto recortados y la Justicia se ahoga falta de medios.

Frente a esta corriente, me he refugiado en analizar lo que considero como básico en las prestaciones de un Estado: La Educación, La Justicia y la Sanidad.

En el plano de lo ideal, podemos pensar que si cualquier ciudadano tiene la posibilidad de acceder a estos tres servicios en un plano de igualdad, el estado ha conseguido convertirse en el garante de la libertad de opción. Cualquier ciudadano podrá aspirar a todo con la garantía de que nadie juega con ventaja, de que las cartas no están marcadas.

Me parece simple, pero es una forma de eliminar todos aquellos factores que no son fruto de la casualidad, de que todos consiguen sus logros en igualdad de condiciones y de que sólo el esfuerzo, la capacidad y el trabajo son herramientas válidas para el triunfo.

Creo en la suerte como elemento decisivo en nuestras vidas; aseguro que, a igualdad de méritos y esfuerzos, la Diosa Fortuna elige a sus favoritos, y me siento favorecido por ella. Desconozco qué parte de mis logros, escasos, se deben a mi esfuerzo y qué parte de los mismos es fruto del azar. En ningún caso puedo socializar mi esfuerzo, pero creo que el estado debe asegurar un reparto justo de la suerte.

Con ese pequeño matiz, podremos asegurar que cada uno de nosotros tiene compensadas las dádivas de la cuna y la fortuna.

Detenidos


Leo en el País de Uruguay que la policía de Barajas ha detenido a unos uruguayos al bajar del avión. Leo que no se han podido comunicar con su embajada, que tampoco pudieron llamar a los familiares que les esperaban y que fueron tratados como si fueran delincuentes. Me sonrojo.

La famosa Ley de Extranjería del Sr. Aznar no entiende de nada que no sea el cierre de fronteras. Desconoce los dramas personales y políticos; ignora los sueños y las tragedias para cerrar, cada vez más, la puerta de la esperanza. Hacer lo que se hizo es deshonroso. Hacerlo con un uruguayo, con un argentino, con un mejicano o con cualquier hispano, es, además de deshonroso, un contradiós.

Desconozco los tratados internacionales entre Uruguay y España, pero el sentido común me dice que no hay derecho, que una conducta semejante no debe producirse con ningún ser humano. Burlas y chanzas, desprecio, humillación, distancia y rechazo: todo lo que ningún ser humano debe recibir de nadie y menos, de un hermano.

Estoy harto de los grandes discursos, de las declaraciones pomposas que hablan de amistad, de historia y de herencias comunes: no me toquen las narices. Eso debería traducirse en comprensión, ayuda y apoyo, nunca en repatriación.

Los que rechazamos esa ley fuimos tachados de utópicos, de idealistas alejados de la realidad. Poco menos que tontitos que desconocen la realidad de las cosas. Pues no: sigo pensando que España puede acoger a muchos más de los que acoge; que hay trabajo para muchas manos y mucho sudor que derramar en los tajos. Que nos sobran trabas para que los inmigrantes ilegales puedan integrarse lejos de las redes mafiosas que los condenan al delito. Que faltan programas reglados que faciliten el flujo de los sueños y nos sobra hipocresía a la hora de mantener relaciones diplomáticas con los que son responsables de guerras y hambrunas, que tatúan el miedo en los ojos de senegaleses, gambianos y nigerianos que llegan a España cruzados de cicatrices; lacerados de hambre y marcados a fuego por una vida imposible.

Hemos llenado el mundo de gallegos, extremeños, andaluces, asturianos y demás pueblos de esa España, ahora orgullosa, como para que no nos conozcan las miserias.

Como español me avergüenzo de esa conducta, de esa ley que lo permite y de este gobierno de orgullosos que piensan que cerrando las fronteras se protege la honra de España. Pues acudiendo a un español universal, Francisco de Quevedo, habría que recordarles que “la honra reside junto al culo de las mujeres, así que hay que buscar mejor sitio para depositar lo importante”.

Me quedo con mi vergüenza y con los deseos, compartidos por muchos, de que algo así no vuelva a producirse.

El Clima

Las ciudades mantienen un clima propio, completamente ajeno a lo que dicta el calendario. Nos hemos olvidado de la importancia del agua para las siembras o de lo que un viento significa en nuestra tarea diaria.

En verano nos refugiamos en el aire condicionado, en invierno pasamos del coche al radiador sin demora, escapándonos del rigor de la helada o de la lluvia. Nos escondemos de los efectos del clima; nos olvidamos de la importancia atávica que ha tenido para nosotros y para nuestros ancestros, hasta que un día comprobamos que sigue siendo importante.

En los últimos días, exactamente desde que el Prestige comenzó a vomitar veneno sobre las costas de Galicia, nos hemos vuelto a ver impotentes ante los efectos del aire, la corriente y la fuerza del mar.
Todos atendemos a la información del tiempo: miramos las isobaras en la esperanza de que las flechas vengan de tierra y nos eviten la negra presencia del desastre.

Reconozco que la mirada se tiñe de localismo, de necesaria cortedad. Con tal de que se aleje, nos sirve, sin ampliar el horizonte del pensamiento hacia las costas francesas o hacia cualquier costa que se vea amenazada por el abrazo asfixiante del fuel. Lo importante es la dirección de la flecha y la previsión del estado de “la mar”, femenino significativo y olvidado en las tierras del interior.

La naturaleza se ha alejado de nuestras vidas, nuestros ritmos nada tienen que ver con los que determinan la luz y la temperatura, hasta que una bofetada nos recuerda que no somos más que una enfermedad en la piel de la tierra y que ésta, de vez en cuando, es capaz de rascarse. El recordatorio nos llega acompañado del fragor de los volcanes o de la destrucción de huracanes y terremotos, pero lo oímos para olvidarnos al poco tiempo.

Cuando la estupidez humana se mezcla con el poder del mar, las consecuencias suelen ser nefastas. Galicia lo ha comprobado una vez más y, lamentablemente, me temo que no será la última.

El rey ese.....

Como si de un moderno Mr. Marshall se tratara, llevamos días anticipando la llegada del salvador; de aquél que arreglará todos los problemas económicos, laborales y sociales de una zona tan deprimida de la costa como Marbella. Desconocemos si el fenómeno ha generado coreografías y estribillos dignos de la genial película, pero si sabemos que todo el mundo, cada uno a su manera, ha enloquecido.

El que mas y el que menos espera participar de las bondades del cuerno de la abundancia: boutiques, hoteles, camareros, restaurantes y putas se preparan siguiendo las comunes directrices de la mejor atención dedicada a los mejores clientes. Incluso El corte Inglés abrirá sus puertas en sesiones exclusivas planificadas con nocturnidad, premeditación y alevosía.

La buena educación rige las transacciones comerciales y la urbanidad imperante obviará algunas cuestiones de mal gusto, relegándolas a los rincones oscuros de los que no deben salir. A mí, con cierta tendencia proclive a lo grosero, lo que más me interesa es conocer lo que se oculta bajo las alfombras y en los rincones olvidados, de forma que podamos compartir algunos de los hallazgos más interesantes.

Lo primero que se cae de las bodegas de carga de los aviones del séquito son varios niños palestinos, olvidados por este gran benefactor en alguno de los muchos campos de refugiados en los que Sharón organiza sesiones de tiro privadas. La ONU no ha podido constatar que el resultado de estas sesiones se circunscriba a unos cuantos centenares de muertos, ya que nadie les ha dado permiso para investigar los restos. La Liga Árabe ha quedado reducida a una pasarela de modas en la que los poderosos intercambian información sobre las mejores babuchas y túnicas, sin olvidar turbantes y joyería variada.

Un poco más tarde, ya en uno de los hoteles, un armario se ha convertido en campo de retiro para varias adúlteras que esperan pacientemente su lapidación en uno de los jardines privados del monarca. No hay que olvidar las buenas costumbres, así que uno de los secretarios ha planificado tres de estos pequeños autos de fe para que las mujeres del numeroso harén no olviden con quién se están jugando los cuartos: tanta molicie, compra y contemplación de cuerpos serranos puede dar lugar a cualquier cosa, así que, atenta la compañía; bromas las justas, que las piedras de La Meca son muy fáciles de transportar y mantienen una eficacia excelente a lo largo de los siglos. Incluso hay alguno que marca aquellas de las suyas que ya han alcanzado su objetivo en sesiones precedentes y las atesora como los buenos golfistas guardan sus mejores palos.

En uno de los salones menos visitados de la gran residencia, justo en la esquina de detrás de una maceta, me encuentro un paquete muy liviano que guarda la dignidad y la moral de todo un pueblo. Aceptado mayoritariamente como un axioma que ambas son cuestión de dinero, el peso de los petrodólares ha conseguido reducirlas a la mínima expresión. Es curioso contemplar cómo intentan llamar a la ética desesperadamente, pero su compañera no pudo resistir la carga y se ha esfumado; no queda ni el recuerdo.

La última visita me lleva a la comisaría del puerto, donde los matones de Gil custodian a un iluminado al que , entre paliza y paliza, enseñan como una curiosidad local. El pobre loco sale de la celda, tímido ante los dos o tres afortunados con enchufe y, ante la promesa de un pitillito, comienza el número que le ha hecho famoso entre los “conocedores” de la zona: En cuanto se ha hecho el silencio, sus gritos se adueñan de la comisaría y los policías ponen cara de “ya te lo decía yo: es único”.
“Me cago en el rey y en sus petrodólares, que se los metan en donde no alumbra el sol”. “Lameculos, ir a limpiarle la mierda para que os suelte un Rolex” “Lástima de cólera que se meta en La Meca y te haga reventar, inmoral” “Menos cordero de La Meca y más ayuda para los palestinos” “Vosotros, a estos no les llamáis moros de mierda, a estos les venderías la madre, panda de (aunque uno sea proclive a la grosería, esto no puedo reproducirlo)”

Ahorro al lector un conocimiento más detallado del show completo, pero hay que señalar que merece la pena dar la generosa propina que exigen los agentes para violar las normas de la incomunicación. A la salida, el paseo presenta un aspecto normal, las boutiques funcionan, los hoteles lucen la mejor de sus sonrisas y todos sueñan con la posibilidad de que uno de estos señores árabes se enamore de su madre, de su mujer, de su hija o de sí mismo y les retire: eso si que sería perfecto. Total, por un ratito de vez en cuando, tampoco es para tanto. Más da por saco el reajuste de personal y nadie dice nada.

El sudor de la Historia

Al acercarse a la historia, desde cualquier plano, versión o autor, nos seducen los diseños de las grandes decisiones, los enormes movimientos y cambios sociales que se van desgranando como un silogismo lineal y previsible. La revolución industrial, las guerras civiles de Mario, Sila y César; las aventuras coloniales y el pensamiento de Lenin o Mao, todo se nos presenta como una película ordenada, aséptica en honor a la objetividad metodológica y claramente iluminada por el tiempo.

Pero, cada vez más, queda eliminado el sudor de esas historias. Cada vez más se olvidan los afanes y las penurias particulares de los individuos que movieron las ruedas de la historia desde el anonimato, el esfuerzo y la muerte. De la misma forma que se intentan recuperar las historias de los perdedores, celtas, mayas, cartagineses etc, mi inclinación, en los últimos tiempos, me acerca al conocimiento de las historias pequeñas: el exiliado que lo perdió todo, el emigrante que se vio forzado a un trabajo excesivo y casi esclavo para integrarse en una sociedad distinta: en definitiva, la historia personal de los que se convirtieron en los ladrillos de esa otra gran historia.

Mi trabajo actual ha hecho renacer ese interés y me obliga a ponerme tras la pista del olor de ese sudor: en México, Uruguay, Chile, Venezuela hay cientos de esforzados, cientos de familias que pueden transmitir la historia de los sueños de esa gente. Son emigrantes, más o menos voluntarios, más o menos forzados, pero todos agentes catalizadores de la historia hecha silencio.

Las relaciones internacionales entre España y estos países se ve influenciada y categorizada por ellos; los estereotipos con los que se trivializan sus vidas se han formado por la contemplación de su esfuerzo cotidiano y sus hijos conservan la memoria. Sería bonito recuperar el ejemplo de ese trabajo y conservarlo en un libro, un pequeño registro que se quedará corto –inmensamente corto – y que pueda servir de contrapeso a las grandes historias, aquellas que se escribieron ignorando el sudor que las hizo posibles.



La comprensión de lo imposible


Acercarse, desde la óptica y la cultura española, a la realidad venezolana supone una prueba de valor que reconozco más allá de mis limitaciones intelectuales. Una amiga intenta ponerme al corriente de los últimos acontecimientos políticos y se sorprende ante la dureza de mi respuesta: “ No te esfuerces, hace tiempo que he tirado la toalla y sólo sigo los titulares a la espera del milagro. Por mucho menos, aquí se lió la Guerra Civil del 36, tercera edición de las guerras carlistas.”

Las claves que maneja un venezolano cualquiera me son ajenas; desconozco la historia de los personajes y sus movimientos, en uno u otro sentido, me colocan al borde de la neurosis. Los afectos se convierten en enemigos en el transcurso de una noche mientras las movilizaciones populares se asemejan unas a otras como dos gotas de agua. En el paisaje general sólo cambia una figura: el orador de turno.

Las cárceles se cierran y se abren en función de misteriosos mecanismos ajenos a la más normal de las actividades judiciales conocidas; el ejército, normalmente considerado en todos los países como uno, se multiplica en facciones y colores en una partenogénesis más propia de un laboratorio genético que de cualquier institución armada.

Reconozco mis limitaciones, mis condicionantes y mis trabas culturales, pero estoy llegando a pensar que, para sobrevivir en situaciones similares, se requiere una dotación genética a prueba de todo. Lo de la supervivencia del más apto ha quedado convertido en un juego de niños comparado con lo que debe suponer la realización de cualquier acto cotidiano en una ciudad como Caracas. Europa ha convivido con la guerra durante siglos, pero las guerras empiezan y acaban, no se instalan en un permanente tránsito hacia la nada.

Dicho esto, sólo me resta reconocer la grandeza de una raza superior, capaz de sobrevivir en las más adversas condiciones medioambientales manteniendo una grandeza individual que les coloca por encima del resto de los mortales. Algún día, los historiadores locales, aquellos que mantengan el genoma intacto, podrán darnos un curso que nos saque de la ignorancia. Espero ansioso ese momento.

La Deuda Histórica

La situación de muchos países de América Latina demanda la devolución de un deuda histórica que España debe amortizar de manera inmediata. Esa deuda, que se fundamenta en siglos de emigración, explotación, violencia y olvido, ha generado unos enormes intereses a los que Aznar no hace frente.

No hay que remontarse a las épocas en las que se manejaban términos grandilocuentes y paternalistas para intentar obviar lo más simple y lo más cercano a todos nosotros. Son muchos los españoles que sobrevivieron con el trigo argentino de una posguerra sórdida, temerosa y gris. Son otros muchos los que recibieron dinero y ayuda de algún pariente que había emigrado a Montevideo, Venezuela, Perú, Colombia, México etc.

Son muchos los españolitos que hoy llegan a Cuba para encontrarse con un pueblo que los recibe con los brazos abiertos y les ofrece todo el cariño y la cordialidad necesaria para que se sientan en casa.

Somos muchos los españoles que hemos renunciado al pasado para comprobar que en todos esos países somos un gallego más que, para estar a gusto, debe ser consciente de que tiene que aceptar un pasado mezclado; que el cariño y el reproche se mezclan para dar lugar a un trato que sólo se dispensa a los cercanos. Es complicado que un Argentino o un Mexicano entren en disputa con un turista Coreano, pero con un español se entra al toro de la confrontación con todas las alegrías que ofrece una discusión familiar.

Los españoles no entendemos que nuestro presidente se olvide de los cubanos porque su sistema político es contrario a la concepción de lo correcto que maneja el Sr. Aznar. Como buenos hispanos, separamos a las personas de los estados, dejando claro que toda administración pública es enemiga del individuo. Lo importante, para nosotros, es ese amigo que hemos hecho en cualquier bar, plaza o asador: ese señor tiene cara, es próximo y necesita que le echemos una mano. Si su presidente es un cretino, un santo o un caradura, a nosotros nos importa un bledo.

España debe mojarse, debe hacer todo lo posible por abrir cauces y puentes entre ese continente y la unión Europea, debe dejar claro, a unos y a otros, que el cambio es posible, que la recuperación de la esperanza sólo depende de que todos hagan los deberes que tienen que hacer. Y nosotros lo sabemos: podemos enseñar las cicatrices de un próximo pasado que nada tiene que ver con el presente.

Hace treinta años, España no era nada. Exportábamos emigrantes a todo el mundo para copar los últimos estratos sociales. Europa nos despreciaba y Franco agonizaba boqueando sus últimas sentencias de muerte. Nuestro camino no era más que una delgada línea que separaba dos realidades terribles: la involución militarista – para los olvidadizos: 23 de febrero de 1981, último intento de volver a las tinieblas – y una realidad social propia de los últimos años del XIX.

Hemos hecho los deberes, nos hemos puesto a trabajar y a pagar impuestos como si fuéramos alemanes sin tener, al inicio del proceso, las contraprestaciones que ellos tenían. Hemos hecho carreteras, nuestras empresas crecen y nuestros profesionales están bien considerados. Hemos perseguido la corrupción, aunque todavía quedan restos y recibimos inmigrantes en vez de exportarlos. No hemos hecho nada que no se pueda hacer en todos lados.

Si nuestro presidente se baja del pedestal y reconoce nuestras miserias pasadas y presentes; si piensa en los ciudadanos y no en sus políticos, si ofrece programas y mecanismos de control que garanticen el buen destino de las ayudas y consigue transmitir esperanza y confianza, España habrá devuelto parte de la deuda, pero me temo que los sueños de gloria de Aznar están lejos de esos afanes.

Es más cómodo reírle las gracias a G. Bush y olvidarse de que, un día, España necesitó ayuda y la encontró. Si América no encuentra en España una ayuda firme, sobre España caerá un velo de vergüenza que los españoles no queremos.




Las omisiones


La moral judeocristiana incluye la omisión entre las conductas – no conductas – que hay que confesar. Todavía recuerdo el fragmento del “he pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra y omisión” que recitaba de pequeño. Las omisiones, mejor la inercia y la falta de acción, se están convirtiendo en graves pecados con los que no es fácil convivir. Y tampoco es fácil separar el grano de la paja, lo esencial de lo accesorio.

Si repasamos la lista de omisiones dolosas veremos que el manual de uso no está convenientemente redactado y que la acción reparadora puede tener consecuencias antagónicas.

Nuestra nueva y controvertida ley de partidos nos obliga a condenar, postura activa, cualquier acto terrorista cometido en nuestro país bajo pena de ilegalización. El que piense que esto aporta una guía ética y moral debe tener mucho cuidado, ya que se puede encontrar en el centro de una tormenta que amenaza con socavar gran parte de nuestras estructuras.

Si lleváramos este mandato hasta sus últimas consecuencias, nuestras relaciones sociales podrían verse gravemente trastornadas, de forma que podríamos quedar convertidos en algo parecido a pobres y errabundos parias.

Si alguien no está conforme, le propongo un repaso al catálogo de omisiones que evitan condenar acciones inmorales o poco éticas con las que convivimos normalmente.

Sin salir de nuestro territorio las preguntas son múltiples: ¿Debemos cancelar las cuentas del BBVA por sus actividades irregulares y mandar a los trabajadores inocentes al paro?. ¿Debemos cerrar los centros religiosos por la conducta indigna de los obispos responsables de los contratos laborales con los profesores de religión?. ¿Hay que dejar de invertir en Bolsa por la conducta irregular de algunos directivos? ¿Ponemos en marcha un boicot a las petroleras por sus actos contra el medio ambiente y nos cargamos el sistema económico?. ¿Abandonamos el consumo de productos agrícolas recolectados por inmigrantes ilegales para mayor beneficio del propietario?.

Los ejemplos son muchos sin salir de España, pero si nos vamos fuera, la cosa se complica enormemente. Veamos algunas situaciones que requieren estudio y, según esta nueva normativa de moral colectiva, una postura de activa condena.

La primera que me viene a la cabeza está protagonizada por los Estados Unidos de América, país que está cometiendo una serie de actos muy delicados. ¿Debemos repudiar activamente y hasta sus últimas consecuencias la detención, sin cargos y por tiempo indefinido, de personas morenas y con bigote?. ¿ Es cómplice nuestro silencio?. ¿Debemos aprobar el traslado de prisioneros a países que permiten la tortura para mejorar el resultado de las investigaciones? En caso de no condenarlo, ¿significa eso que apoyamos tal medida?. ¿Debemos romper nuestras relaciones e ilegalizar los tratados vigentes con una nación que protagoniza actos como los que acabo de nombrar?.

¿Hay que dejar abandonada a Cuba por culpa de su clase política?. ¿Extendemos esta norma a Venezuela y a la práctica totalidad de África?. ¿Qué hacemos con China y con su feroz manera de entender los derechos humanos?.

En cuanto al resto del mundo, me gustaría que alguien me dijera como romper la omisión en los casos de Israel, con sus acciones de terrorismo de estado – asesinatos selectivos, nos dicen – o los protagonizados por una Arabia Saudita que lapida a las adúlteras bajo un régimen feudal. Eso sin olvidar los países que mantienen la pena de muerte vigente, las ayudas a regímenes no democráticos; los ausentes del nuevo Tribunal Penal Internacional y un largo etcétera.

Criminalizar la omisión es un camino largo y de consecuencias imprevisibles, falto de mapa y carente de experiencia previa en el plano colectivo. Es posible que mantener la consideración moral de esta falta en el terreno individual sea positivo para la persona, pero en el campo de la política de estado podría implicar una revolución en la ordenación internacional para la que no estamos preparados.

Sinceramente, no creo que se factible. Los poderosos lo son como resultado de una compleja trama de intereses que, más o menos, nos tienen pillados a todos; así que, casi mejor: lo dejamos. Si Israel ha conseguido modificar la geografía física y colarse en Europa para jugar competiciones deportivas, miedo me da pensar en lo que podría hacer su hermano mayor a la hora de imponer el nuevo orden internacional. Parece ser que el cinismo es más práctico que la ética. Nada nuevo.

Las prioridades


Sobre el cielo alemán, pulcro, ordenado y veraniego, han perdido la vida varias decenas de niños rusos que volaban dormidos con un sueño de sal mediterránea posado en sus bocas.

En el suelo alemán se acumulan restos y muertos como si algún Goya misterioso y profético hubiera dibujado la alegoría del declive de una forma de entender el mundo. Occidente está embarcado en un proyecto imposible; en una contradicción intrínseca que se expande en el silencio de la mayoría y revuelve el sueño de aquellos que un día soñaron un modelo social distinto.

Llevan años pregonando las bondades del mercado, las virtudes de la libre empresa y pervirtiendo el significado original de la palabra liberal. El liberalismo quiso arrancarle a las monarquías el privilegio de la exclusividad; quiso que las naciones dejaran de ser consideradas la finca del Rey y que la riqueza por ellas generadas revertieran en los ciudadanos. El liberalismo original quiso estructurar una sociedad más rica en la que los ciudadanos pudieran crecer y crear riqueza.

El neoliberalismo es un tumor que se nutre de la riqueza colectiva para generar burbujas económicas, dejando maltrecho el cuerpo social que lo sustenta. El neoliberalismo ataca al estado diciendo que su gestión es ineficaz y excesivamente cara; que todas las funciones ejercidas por el estado pueden ser fuente de ingresos para las empresas, mejor preparadas y mejor dispuestas para generar riqueza.

Y nosotros nos callamos; nosotros entregamos las conquistas sociales de más de ciento cincuenta años de lucha en manos de los que van a dilapidar esa riqueza engañando con auditorías ficticias y movimientos financieros puramente especulativos.

Nos hemos olvidado de que hay objetivos incompatibles, de que el fin único de la empresa es ganar dinero y de que el único fin de determinadas funciones es atender al cumplimiento y mejora de las garantías comunes; justo aquellas que nos permiten seguir viviendo de una forma organizada.

Entregar el control del tráfico aéreo a una compañía privada es un contradiós. Suponiendo que todo se haya hecho bien – que ya es mucho suponer – y que no haya habido tráfico de influencias, pago de comisiones, intereses oscuros etc, nos encontramos con que una necesidad colectiva, la seguridad, tiene que compartir prioridades con la cuenta de resultados, tiempos y plazos de amortización, expectativas bursátiles y un montón de variables que son, por definición, contrarias a la función original encomendada a la empresa.

Y pasa lo que pasa: que un sistema de aviso inmediato debe desconectarse sin que se ponga en marcha otro servicio redundante, algo básico en cualquier sistema de seguridad; que uno de los controladores se ha entregado al sagrado rito del cafelito porque “a esta hora no pasa nada”; que si la abuela fuma y ....la cagamos.

Ahora estamos asistiendo a un posible proceso sobre responsabilidades criminales contra la empresa, (vamos: que el currito lo lleva claro) y a la ceremonia de quema de herejes.

Es verdad que hay una falta criminal; es verdad que hay culpables; es verdad que hay dolo y dejadez; es verdad que la sociedad, en general, ha sido dañada, pero el tiro se confunde. La culpa es de un sistema que se engaña a si mismo y engaña a sus ciudadanos. La culpa es de los que nos aseguran que lo imposible es lo mejor; que los intereses comunes pueden ser compatibles con los objetivos de la empresa.

Por favor, que los jueces condenen y metan en la cárcel a los tiburones y políticos que han hecho posible la desgracia y que nadie gane dinero a costa de mi vida. O de la tuya, que viene a ser lo mismo.



Los genes sociales

Al situarnos frente a la controversia que plantea la verdadera naturaleza del ser humano, a menudo nos encontramos con posturas muy definidas que aspiran a resolver el problema con juicios tajantes y pruebas definitorias.

Para algunos, el hombre es un ser que aspira, de forma natural, a la bondad, la solidaridad y el altruismo. Para otros, el ser humano y, de forma especial, sus organizaciones y estructuras sociales, son manifestaciones tangibles de la naturaleza corrupta y egoísta del mismo sujeto.

Las dos posturas aportan pruebas, historia y seguidores y es posible que las dos estén a la misma distancia de la verdad. El ser humano, como organismo social, se ha estudiado siempre desde un punto de vista muy moderno, muy alejado del resto de los seres vivos y desde una postura de superioridad bastante inexplicable.

Hablar del ser humano, de su conducta, como algo ajeno a las nuestras raíces es un grave error, aspecto que suele ser rechazado con vehemencia. Todo el mundo está más o menos dispuesto a aceptar, salvo en ciertos núcleos integristas de Arkansas o sitios por el estilo, nuestras conexiones anatómicas y morfológicas con la familia de los grandes simios; pero cuando intentamos dar el paso siguiente, el que conecta a la anatomía con los comportamientos, el rechazo es total.

La evolución es un proceso global y continuo, indivisible desde su origen y que afecta al organismo en su conjunto. La evolución parte de la necesidad del gen de perpetuarse a si mismo, poniendo a disposición de esa función duplicativa los mejores mecanismos y herramientas que pueda encontrar. Los organismos superiores y las estructuras sociales no son más que herramientas al servicio de ese fin, escueto, simple y determinante, iniciado en el mismo momento en el que una molécula tuvo la capacidad de hacer copias de si misma.

De alguna manera, este determinismo ha creado todo y contra eso nos sublevamos. La evolución no sólo afecta los aspectos morfológicos: la aparición de los comportamientos sociales surge como una complejidad al servicio de ese mismo “gen egoísta”, permitiendo que el individuo se beneficie de las ventajas que aporta la colectividad.

El número permite que la horda siga controlando el territorio durante más tiempo; asegura su defensa y permite controlar a los depredadores. De forma complementaria, la evolución pone en marcha el invento del sexo junto con el dimorfismo sexual. Al servicio de la reproducción y el control territorial, la invención del especialista -el macho- asegura la estabilidad del núcleo reproductivo, la hembra. La naturaleza es femenina, siempre al servicio de la perpetuación del gen original. El macho, verdadero dispendio de recursos, sólo sirve como barrera de protección y como proveedor de material genético renovado. Es la superioridad física la que determina el orden y el comportamiento social llegando, en algunas especies, a determinar el cambio de sexo de la primera hembra del grupo cuando desaparece el macho dominante.

En los póngidos o grandes monos, los comportamientos sociales alcanzan un grado de complejidad enorme, dando lugar a todo tipo de interpretaciones. En los chimpancés encontramos conductas que consideramos aberrantes como el canibalismo infantil, los ofrecimientos sexuales basados en el trueque de comida y otros que nos resultan más familiares, como la organización de partidas de caza y la formación de alianzas dentro del clan basadas en la simpatía, pero son escasas las muestras de solidaridad o el altruismo, más habituales en los bonobos.

Los gorilas, mucho más lineales, sólo ofrecen comportamientos estables y previsibles, mientras que los orangutanes plantean incógnitas sobre su verdadera naturaleza, aunque son extrañas las alianzas y las interactuaciones complejas.

Visto el panorama, la pregunta se centra en el lugar ocupado por el ser humano, dotado de una herramienta evolutiva, el córtex, que hace tambalearse varios de los principios establecidos.

En primer lugar, el cerebro es un instrumento muy caro, tanto en tiempo como en recursos. Un cerebro del tamaño del hombre requiere muchas cosas: unos cambios anatómicos muy importantes para poder expulsarlo en el nacimiento; una niñez muy prolongada; un gran consumo energético y un núcleo reproductivo de extraordinaria solidez en el que desarrollarse. El córtex, como instrumento al servicio del gen, implica el desarrollo de unos patrones sociales todavía más complejos, acompañados de “inventos” colaterales que facilitan la prolongación de una niñez excesivamente larga y única. Para colaborar en el proceso de protección de esos “fetos andantes”, la mujer se ha dotado de una capacidad fisiológica única en la naturaleza: la menopausia, periodo de esterilidad que le permite colaborar con el resto de hembras fecundas en la crianza de la prole.

Es el córtex el que necesita de todo ese apoyo para lograr dar lo mejor de sí mismo y el córtex hace surgir una nueva línea de posibilidades que, en algunas ocasiones, entran en conflicto con la determinación genética. Para el grupo puede ser una buena inversión mantener a un individuo físicamente incapaz pero intelectualmente superior. Su dotación genética no es apta en el plano físico, pero es muy importante para el patrimonio cultural del grupo al ayudarle a un mejor control del medio.

Colocados en esta encrucijada, debemos ser capaces de sopesar y de predecir la tendencia de estos dos procesos antagónicos: la tendencia egoísta, física y asocial de nuestra dotación genética, por un lado y las posibilidades que ofrece un grupo basado en el desarrollo de las capacidades intelectuales como soporte de estabilidad y mejora de las condiciones colectivas. Las modelos sociales más elevados surgen, precisamente, de las manifestaciones intelectuales que más se alejan de la causa genética, elevando al córtex a una misión superior de la determinada por el gen.

Probablemente, nuestra confusión nazca de una visión temporal distinta. En términos geológicos y evolutivos, estamos al principio del camino; en términos de vidas humanas, queremos ver resultados y conclusiones en el término de unas cuantas generaciones.

Desde mi punto de vista, nos quedan muchos siglos de futuro mezclado; siglos en los que las dos pulsiones, la más básica y la que inicia nuevas posibilidades, van a seguir luchando hasta consolidar una línea ganadora. Me temo que, para nosotros, lo que queda es la larga contemplación de los peores vicios de ese gen egoísta que nos acerca más a los machos dominantes de las hordas simiescas que a la bondad universal.



Los Sueños rotos


Asfixiados y deshidratados tras varios días de viaje en un camión, cuatro inmigrantes –protoinmigrantes, hablando con propiedad – han entregado sus vidas al sueño de una vida mejor. Como ellos, en el estrecho y en el Atlántico, miles de soñadores han dejado sus vidas siguiendo una estrella esquiva y engañosa. Sus sueños se han roto y me pregunto dónde se encuentran los pedazos.

Conocemos algo, apenas retazos, del horror de sus vidas: de sus hambres, de las tiranías políticas bajo las que se arrastran, de los machetazos de las guerras tribales, de las ablaciones de clítoris, de la imposible ley coránica aplicada a las mujeres, de las hambrunas feroces y de los contratos de las mafias encargadas de sacarles el poco resuello que les queda. Con el último aliento de su dinero viven los patrones de las pateras que los expulsan, cuchillo en mano, unos cientos de metros de agua antes de la tierra prometida. Justo la suficiente para ahogar sus esperanzas y sus proyectos.

No sabemos nada de sus sueños, pero conocemos su diaria tragedia en nuestro mundo. Los vemos en los invernaderos, horneados lentamente bajo el sol de Almería y El Maresme en jornadas medievales y mal pagadas. Sabemos de sus alquileres usureros y de sus condiciones de vida. Hemos pasado por la Casa de Campo o las zonas similares de cualquier ciudad y hemos visto su tristeza detrás de la exhibición de las tetas: la eterna tristeza que acompaña a las que están obligadas a recibir los restos de la soledad y la degradación moral de unos machos sin alma. Los hemos visto en el top manta y los ven aquellos que los buscan para comprar lo prohibido; los intuimos en las cloacas de una sociedad cada vez más altiva que desprecia a los que no han tenido la fortuna de nacer como ellos. A pocos nos duele su desesperanza y su pena; pocos se arremangan para intentar ayudar. Apenas algunas organizaciones y los modélicos ciudadanos que los acogen en las costas de Tarifa y les calientan el alma con su solidaridad.

A mi me obsesionan sus sueños y me gustaría poder reconstruirlos. Me gustaría poder exhibirlos y enseñar la bondad de sus aspiraciones. Sería, posiblemente, un museo en el que se podría conocer lo mejor del ser humano en su estado más puro. Es muy posible que en esa galería de sueños no encontráramos nada parecido al hambre, la explotación, la guerra o la prostitución esclavista e inhumana. Dudo mucho que, en el sueño de esas casi niñas que cruzan el estrecho, pudiéramos encontrar días de frío en los que soportar las babas de los salidos o las palizas del macarra. Casi seguro, en esos maravillosos sueños, no encontraríamos nada relacionado con la droga y las navajas de los yonkies terminales.

Apostaría mi vida a que encontraríamos mucho más volumen de trabajo, determinación, solidaridad y deseo de desarrollarse en paz y tranquilidad, que maldad innata y mezquindad.

Son los sueños rotos, los pedazos que van conformando una escombrera que acabará por sepultar nuestras conciencias hasta la asfixia. Justo en ese momento, cuando ya sea tarde, querremos gritar y no podremos: el silencio de nuestras vidas se olvidará para siempre y nos perseguirán los gritos de sus sueños rotos. Ese día, justo ese día, comprobaremos que estamos muertos.

Muerte a las siete


Esta tarde, a las siete, acaban los sueños de unos y empiezan los de otros. Esta tarde, a las siete, el rey conocerá - eso nos dicen – la lista de los nuevos y flamantes ministros. Me imagino la escena y me falta la presencia de los “ex”, una categoría incierta que está formada de restos, de olvido y de nostalgia.

Estos ex me producen curiosidad: no sé nada de su vida, pero puedo imaginarme la ruina personal en la que quedan sumidos. La mayoría no tienen problemas: el sistema vela por ellos y por sus nuevos puestos en consejos y empresas; pero algunos se convierten en sombras, sostenidos apenas por su propio recuerdo.

Conviven con sus fantasmas de poder, el motor de una carrera acabada en medio, muchas veces, del escarnio más absoluto. Nos acordamos de las recetas de cocido de una y del bichito suicida de otro: ellos así lo quisieron, pero me dan pena.

Algunos dirán que ya quisieran sus prebendas y consideraciones; pero yo no les envidio la losa de recuerdos, esa continua sensación de “ya no ser” que debe acompañar su frustración. Tuvieron poder, “el poder” y ahora son meras figuras decorativas en la “galería de ilustres”. Han caído de la cima como ángeles en desgracia, se han alejado del sol que calentaba sus vidas y habitarán las tinieblas de afuera. Aún a los peores les podemos otorgar el beneficio de una duda que impulsaba su acción: es posible que quisieran hacerlo bien.

Esto es lo único que les quedará de ahora en adelante: tuvieron la oportunidad y se les secó en las manos. Se perdieron en la intricada red de las acciones perdidas y la política es así de cruel. El cuaderno azul no tiene entrañas y su dueño menos. Una vez usado, el ministro vuelve a la nada y ya no es.

Se cruzarán miradas torvas, harán declaraciones mesuradas y correctas. Algunos, incluso, dejarán unas lagrimitas sobre las sobrias alfombras del despacho, pero esta noche, en la soledad de sus cavilaciones, se darán cuenta de que el colchón no se hunde cuando ellos se mueven. Se habrán convertido en la nada y en la nada habitarán sus vidas. Con un poco de suerte, hasta sus sueños se olvidarán de ellos.

Paraísos y Banderas

El naufragio del Prestige ha llenado Galicia de fuel. Cada año, varios barcos similares riegan nuestro planeta de destrucción y muerte, arrasan las costas y dejan, tras de si, un panorama de impotencia y desolación. Cuando el afectado es Estados Unidos, se sacuden la mierda de encima y legislan a su favor. Desde el Exxon Valdés, las costas americanas están cerradas para estos restos flotantes, verdaderas minas de espoleta retardada que agotan sus últimos días de vida a la espera de la anunciada tragedia. Saben, todos sabemos, que estos barcos mueren en acto de servicio, que sus cargas se compran y venden varias veces en cada trayecto y que sus dueños cargan cualquier material peligroso que otros no quieren llevar y que las grandes compañías no podrían transportar de otro modo.

Hay demanda, hay oferta y hay formas de eludir cualquier responsabilidad. Como siempre que se analizan problemas internacionales nos encontramos con agujeros negros impermeables a toda observación. Hay paraísos fiscales que ocultan el dinero de las mafias que los colocan allí a la espera de poder hacer valer su poder en las bolsas de valores. Hay banderas de conveniencia que reúnen restos flotantes y los convierten en barcos legales. Hay mucho interés en que esto siga así.

Las compañías petroleras tienen a los gobiernos cogidos por donde más duele; los paraísos fiscales están al servicio de los poderosos y, si no se lo cree, pregunte en el mercado o en su bar habitual, quién de los habituales guarda su dinerillo en las Islas Caimán. No saben ni dónde están. Gibraltar, Suiza, Caimán, Cabo Verde, Liberia y otros viven de tapar la porquería que otros no pueden ocultar, pues sería demasiado obvio.

No me creo los desgarradores lamentos de los políticos, no me creo que hagan lo que hay que hacer, no me creo que no conozcan los mecanismo del negocio del que todos participan. Las grandes compañías manejan presupuestos superiores al de muchos estados, sus presidentes configuran un grupo de presión que ejerce el poder forma implacable. Con ellos se negocian pequeños maquillajes que dejan la gatera abierta para que todo siga funcionando y , cuando ven en peligro la puerta de salida, amenazan con paralizarlo todo.

Un bloqueo internacional de los países desarrollados contra estos paraísos financieros y navales es viable. Nada ni nadie podría escaparse si USA y la CCEE quisieran condenar al ostracismo económico y financiero a estos pequeños países. Pero significaría perder muchos privilegios y muchos beneficios, algo que nadie está dispuesto a aceptar.


Dicho esto, sólo me queda aceptar mi escepticismo, mi cruda realidad: no pinto nada, a nadie le importa lo que me pase y van a seguir forrándose a costa de cualquier cosa: nuestras costas, nuestra salud, nuestro medio ambiente y, cuando no quede más remedio, nuestras vidas, que van las últimas porque no valen nada, no por otra cosa.


Record

Que estamos locos es una verdad que se confirma día a día en el repaso de la prensa. Que esa locura confunde los valores y nos coloca en un constante estado de perplejidad es algo con lo que nos obligan a convivir a la fuerza.

Convertir la locura en virtud es el último grado de un tratamiento colectivo que ha conseguido una sociedad silente y confortable. Emilio Romero dijo que, para ser periodista en España, había que ser capaz de desayunarse un sapo cada mañana. Lo que no dijo es que el sapo es cada vez más y más venenoso.

Lo de hoy ha alcanzado varios récords: El primero el del horror; el segundo el del silencio y el tercero, el de la confusión de los valores morales.

¿Que de qué estoy hablando?

Reproduzco textualmente:

“Armado con un rifle de gran calibre, mató a su combatiente afgano que se encontraba a 2.430 metros de distancia durante la Operación Anaconda
El récord mortal de un gran francotirador
Un soldado canadiense desplegado en Afganistán ha conseguido establecer un record mundial, abatienbdo a un miliciano afgano situado a 2,5 kilómetros de distancia. La revista Soldiers of Fortune informa en su última edición de que el francotirador logró su proeza el 7 de octubre.

Una cosa es que, obligado por la necesidad de cumplir con un trabajo horrible, alguien cometa una barbaridad, otra, muy distinta, es que ese trabajo se convierta en titular de prensa, se invite a la emulación y el autor alcance el calificativo de GRAN destacado en titulares.

Después de esto, creo que es el momento de pararse y decir, de una forma clara, que no queremos participar en esto, que la degradación moral a la que nos están sometiendo tiene que tener un límite y que, desde mi punto de vista, este límite ha quedado, por lo menos, 2.430 metros atrás.


Si vis pacem, para bellum

La política de dominación territorial desempeñada por los romanos en su expansión por el mediterráneo, acuñó, con derecho propio, esa expresión que hemos ido aprendiendo a lo largo de los siglos. Si quieres paz, prepárate para la guerra; o lo que es lo mismo: si quieres disfrutar de los beneficios económicos de las tierras que controlas, tienes que tener a punto un ejército que domine y, a la vez, disuada a otros sobre la posibilidad de liberarse o de arrebatar la conquista.

Hoy en día el paradigma ha cambiado: si quieres la paz, destruye toda posibilidad de que la situación cambie. Y hazlo antes de que nadie pueda pensar en cambiarla. Actúa “preventivamente”, libérate de cualquier traba moral, ética o legal: haz lo que los intereses de tus empresas dictan y pasa a la historia cargado de beneficios económicos y vergüenza histórica, esa que al neoliberalismo le parece inexistente.

Roma escribió la historia, confirmando que la historia la escriben los vencedores, pero la ignominia de su traición a Cartago ha prevalecido. La verdad, esa verdad que nos habla de la posibilidad de hacer las cosas de otro modo, llena las páginas de los libros y la codicia romana se presenta como la consolidación de los peores vicios de una sociedad amoral.

Cartago, que nunca vivió en el mare nostrum, sino en la Oikumené, la comunidad de los pueblos que rodeaban al mediterráneo convirtiéndolo en un espacio de comercio, respeto, comunicación cultural y convivencia, consagró un modelo que, al ser derrotado, se olvidó dando paso al “único posible”, el que implantaron los vencedores. Lo malo de todo esto es que el modelo no ha cambiado, que seguimos empeñados en que la única solución es la guerra, la destrucción y el sometimiento, todo ello al servicio de la riqueza.

La paz es riqueza que se derrama sobre todos, que a todos alcanza y que permite prosperar. La guerra sólo beneficia a sus amos, los perros de la guerra, los halcones del poder: la guerra siempre destruye y los beneficios que genera nacen muertos, desprovistos de fuerza vital.

Estamos consagrando un modelo basado en lo peor de nuestras raíces animales, le hemos dado al mono dominante la mejor de las armas olvidando que la evolución creó un cerebro capaz de negar la necesidad de seguir actuando como una banda de chimpancés. La etología ha descubierto los peores vicios del buen salvaje: la sociología no ha conseguido descubrir las mejores posibilidades del cerebro. Así nos va.
Soledad


Hace años que defiendo, contra muchas opiniones contrarias, que la muerte es el único acto puramente egoísta de nuestra existencia y lo es, precisamente, porque no participamos de sus consecuencias. Todos nuestros actos, aunque tengan una motivación egoísta, alteran nuestro entorno de una u otra forma, de manera que siempre es posible que haya que actuar en función de sus efectos. La muerte no. La muerte nos aísla para siempre; nos silencia y nos excluye de sus múltiples consecuencias.

Como derivación secundaria de esta postura, defiendo el derecho a una muerte digna y consciente; a una muerte instructiva que eleve nuestros niveles evolutivos y genere riqueza espiritual. Aunque supongo que el último trago me sabrá igual de mal que a los demás, aspiro a entrar en el otro mundo – si es que lo hay – con los ojos abiertos y tratando de aprender; bonita aspiración que resulta más fácil de contar que de realizar.

No podré contar nada ni nadie participará de los posible frutos, pues será, definitiva y eternamente, mía. En ese sentido acepto el suicidio como un acto de dignidad y cierta rebeldía; un acto que nos hace más humanos y menos animales. La concepción romana, ese no querer participar en algo que es contrario a nuestra dignidad, me parece espiritualmente elevado. Por el contrario, apurar las heces del puro dolor y su inherente degradación física y moral como ente sufriente, me parece más propio de la condición animal que de la espiritualidad humana.

Somos individuos tanto en cuanto mantenemos nuestra capacidad intelectiva. Sin ella, no somos nada, apenas carcasas vacías de un ser humano perdido.

De sus aspectos sociales, rechazo toda alharaca y demostración impúdica de llanto, pena y desgarro. La muerte es parte de la vida y como tal, hay que entenderla. No me imagino la escena de una familia lacrimosa ante una situación cotidiana y normal: llanto ante la salida de un primer diente o algo parecido. Estirar la vida mas allá de lo que el cuerpo aguante es algo antinatural y , cuando ese estirón supone permanecer en estado vegetativo, un acto inmoral.

La sociedad actual ha separado la muerte de la vida, no acepta su indivisibilidad y soñamos con la condena de vivir eternamente. Morir en casa se considera de mal gusto, algo casi violento. Nos estiramos caras y cuerpos, queremos mantener los veinte años a costa de convertirnos en monstruos de ochenta, olvidando que la valoración estética está vacía de contenido. La belleza de una vejez asumida y serena es muy superior al triste esfuerzo de elongación de los pellejos. Si habláramos de prestaciones mentales este discurso podría cambiar, pero la cirugía reparadora no ha llegado a las neuronas.

Estos días nos han llegado noticias de la muerte solitaria de varios ancianos en Madrid y no me duele su muerte. Me duele el previo abandono de sus hijos y parientes; me duelen su tristeza y sus preguntas sin respuesta; me duele su muerte en vida. Olvidados, vacíos y viejos, su muerte les llegó hace tiempo: cuando nadie quería recibir lo que ellos podían, todavía, ofrecer. Sólo quedaba por realizar el último acto: en este caso, el menos triste.



Agosto de 2002