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jueves, 25 de febrero de 2010

La Copa del América

En Valencia reina el viento y la tecnología se pone a su servicio para recibir, como un regalo, toda la energía del aire y convertirla en un sueño ligero y veloz que corre por delante del aire, del futuro y de lo posible.
Los barcos de la Copa del América son la materialización del ego de sus armadores; se enseñan y lucen con el orgullo de gallos en el reñidero y como ellos, sólo uno conservará el nombre, que ya se sabe que esta regata no tiene segundo, sólo primero: el gallo vivo.
Esos barcos lucen la tecnología con la que el hombre, mañana, se enfrentará al reto de los viajes espaciales y sus materiales se hacen de inteligencia, dinero y ciencia, mucha ciencia al servicio de un futuro en el que nuestras vidas serán más cómodas.
Alumbraron el Kevlar, la fibra de carbono, la fibra de vidrio y lo ensamblaron con una resistencia física y una dedicación heroica. Sus tripulaciones se destinan a apurar el segundo y a buscar el último gramo de empuje de una vela mientras hacen cabriolas por una jarcia que estira el espejo de sus velas hasta el infinito de una blancura y unas formas bellas y armónicas, propias de una relajada mañana de sol.
Son barcos bellos, incisivos, cortantes; naves que parecen desear volar altas en el cielo en lugar de cortar las cimas de unas aguas que no entienden de premuras y de prisas, sólo de mareas, lunas y cálidos veranos que viven para hacerse luz en los cuadros de Sorolla.
Desde las sierras añoro el mar en el que vuelan sus sueños y mis sueños de navegar dejando atrás costas y tierras; envolverme en el agua y las velas para desaparecer en ese viento que mañana besará otras velas y dará vida a otros triunfos.

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