Hay personas en la historia de la humanidad cuyo extraordinario trabajo, intuición y oportunidad nos revela el enorme potencial de la genialidad del ser humano. El esfuerzo que suele haber detrás de cosas aparentemente sencillas es, casi siempre, hercúleo. A nosotros nos llegan los flashes de la consagración, pero no la suciedad de los laboratorios, la frustración, la impotencia y en algunos casos notables, incluso la miseria.
El matrimonio Curie se somete al veneno del radio en medio de trabajos propios de peones de albañil, moviendo toneladas de material. Son incontables los casos semejantes, las persecuciones políticas y religiosas, la incomprensión de los consagrados, la lucha feroz en defensa de las ideas enarbolando la esencia del método: las pruebas.
Darwin no podía apenas salir de casa sin afrontar los silbidos y mofas de jóvenes y viejos sobre su relación directa con los simios. ¿Casos? Todos: muertos, quemados, silenciados, olvidados en vida para que sus trabajos renazcan décadas después de su muerte, pero todos, conocidos y desconocidos, van poniendo los ladrillos que hacen grande el edificio del conocimiento común. Hoy nos aupamos en los hombros de miles de genios que han ido poniendo sus pequeñas piezas para aumentar la altura de la mente humana.
Nuestros antepasados no podrían imaginar el alcance de nuestros logros y algunos de ellos se quedarían asombrados de que hubieran sido sus errores, no sus aciertos, los que les hicieron y nos hicieron grandes.
Hoy asistimos a la pelea de los datos del cambio climático, pero es una batalla más, una entrega más de lo que la contaminación humana produce cuando se mezclan los intereses económicos, vanidades personales o cualquier otro factor, con la verdad de la ciencia. La verdad de la ciencia no es más que la duda constante, la posibilidad de estar equivocado porque nuevos conocimientos contradigan lo establecido hasta ahora. Esa grandeza, esa humilde grandeza, es lo que hace que nuestro conocimiento avance, que el conocimiento se asiente y crezca, que nos permita mirar más de cerca los grandes secretos que todavía se escapan de nuestras pesquisas.
Escribo esto mientras veo un documental de Albert Einstein, ejemplo perfecto del potencial de la mente humana, del rendimiento del trabajo bien hecho y de la gran explosión que supone dar con la clave, con el secreto del misterio y de algo mucho más pequeño: el final del escalón. Cada salto es grande, enorme, pero parcial. Todavía nada nos ha llevado al final de un tirón, en un solo viaje; nadie nos ha colado de rondón en el sagrario.
Es probable que el misterio sea tan complejo que se necesiten las uniones de varios paradigmas científicos, algo que nuestras construcciones mentales rechazan. La ciencia se basa en la capacidad de predicción que establecen sus leyes y sin ella no es nada. Una ciencia parcial, una verdad que llegue hasta un punto para entregar el testigo a otro conjunto de leyes y de teorías que nos condujera hasta la siguiente estación, nos crea rechazo y frustración.
La gran teoría unificada se resiste: lo más grande y lo más pequeño se pelean, sus leyes no les permiten entenderse y el ser humano se vuelve loco, se desespera intentando hablar con ambos en un sólo idioma. Hawkins se nos está acabando y su extraordinario intelecto no ha logrado, que se sepa, estructurar ese esperanto con el que hablar de la Física DEL UNIVERSO; esa que lo explica todo y que tanto pánico genera en todas las religiones.
No sabemos quién será o cuando lo hará, pero habrá una mente capaz de ver el conjunto reuniendo los retazos, de aunar los puntos clave, las grandes, las enormes posibilidades de los distintos campos de la física y de las matemáticas y dar con el centro, con el punto inmóvil que hace que todo se mueva. Ese día, el ser humano, todo el ser humano como género, debería ser capaz de saber para qué, por qué y cómo va a utilizar ese enorme caudal de conocimientos a favor de la colectividad, de toda esa especie que desde hace milenios mira al cielo y se pregunta sobre las estrellas con cara de admiración, algo de miedo y enormes, inmensas cantidades de curiosidad creativa. En eso consiste la genialidad: en ser capaz de mirar el mundo buscando los porqués. Que nadie mate esa genialidad es cuestión de todos.
Por qué leer a Gustavo Bueno en su centenario
-
Gustavo Bueno. Fotografía: Moeh Atitar
*© Fernando G. Toledo*
ste 1 de septiembre de 2024 no fue una fecha cualquiera para todo aquel
interesado en las...
Tus palaba son un elogio, que comparto, a tanto y tantos genios ignorados que trabajan incansblemente para llegar al conocimiento que persiguen y que todos desearíamos que se alcanzara. Pero siempre para bien de la humanidad.
ResponderEliminarEl Universo me atrae, me asusta, me fascina, me bloquea. La ciencia cuenta con seres privilegiados que se sumergen en los laboratorios sin quejarse del tiempo empleado ni de la falta de medios, que aceptan esteícamente los fracasos y que no se vanaglorian de sus aportaciones ni de sus éxitos. Mi admiración más sincera para todos ellos.
24 de Abril de 2010. a.m.
para todos ellos.
24 de Abril 2010. a.m.