Como siempre, vaya por delante la declaración de principios para evitar confusiones: hombres y mujeres son capaces de hacer las mismas cosas obviedad que no significa ni que sean iguales, ni que la realización de esas cosas o tareas les signifique el mismo esfuerzo. La diferencia, en contra de lo que se ha venido dando por sentado, no implica jerarquía o valoración; no implica cualificación, simplemente la existencia de rasgos, tendencias, inclinaciones y conductas especializadas que se han ido asentando a lo largo de millones de años de evolución. Pretender que desde ya somos iguales, es absurdo. Afirmar que un sexo es superior a otro, es perverso, pues esconde un deseo de dominación infame.
Mi postura, que no es muy popular, es que simplemente somos distintos porque el proceso evolutivo nos ha llevado por ese camino, sin más intención o deseo que el de configurar un núcleo de reproducción estable que garantizara la viabilidad de la especie. La evolución, tal y como yo la entiendo, no se restringe a la herencia de características físicas o rasgos ventajosos; también se extiende a la consolidación de patrones conductuales que favorecen a la especie en su conjunto.
Desde ese punto de vista, el individuo deja de contar para subordinarse a la especie, algo que para el ser humano es bastante complicadillo de aceptar. Es en ese plano cuando la diferenciación sexual deja de tener sentido individual para convertirse en una herramienta de defensa colectiva. A nadie se le escapa que la naturaleza es femenina; entendiendo por ”femenino” el rasgo que permite la reproducción. Los individuos tienden a dejar rastro, a reproducirse, a perpetuar su dotación genética en los individuos de la siguiente generación. Pues bien, la tendencia natural es concentrar esa capacidad en las hembras, dejando para el macho un doble papel: el primero, el de suministrador de esperma, el segundo, el de conservar el territorio en el que el núcleo de reproducción (constituido por hembras y crías) puede asentarse y crecer. Vamos, que cuando la naturaleza necesitó un idiota para partirse la cara con los leones, se inventó al macho.
El macho es una invención cara; un especialista que consume muchos recursos, dura poco y es constante fuente de problemas en el seno del núcleo reproductivo. Andan siempre queriendo ser jefes y mandar mucho; copular todo lo que pueden y les dejan y llevan al grupo a constantes peleas con los vecinos, pero es que quieren ampliar territorio. Los chimpancés patrullan los límites a la espera de poder hacer trozos a los machos del territorio de al lado. Ni siquiera en esto el hombre es original.
¿Y qué pasa con las hembras humanas? Pues que son la leche. Hace años que digo que el futuro es mujer, pero es que cada vez estoy más convencido de que la humanidad necesita que el hombre se haga a un lado y deje que las mujeres pongan orden.
En primer lugar, la mujer, heredera conductual de la sabiduría de las hembras de clan, entiende el poder con perspectiva temporal; sabe apostar por los más prometedores, por los que algún día dominarán. Percibe las corrientes y entiende el grupo como un conjunto dinámico en el que el individuo se desplaza, mientras que el hombre entiende el grupo como algo estático que no debe cambiar mientras él ostente el poder. Si no lo ostenta, hay que dinamitarlo y hacerlo pedazos hasta que yo mismo, ejerciendo el poder conquistado a la fuerza, lo recomponga para dejarlo quieto para siempre.
Además de habilidad social para convivir con las tendencias de grupo y anticiparlas, la mujer es capaz de casi todo: en contra del estereotipo, los núcleos de cazadores reproductores dependen, al 90%, de la recolección llevada a cabo por las mujeres, mientras que los grandes machos cazadores, el “sustento de la tribu” apenas aportan el 10 o el 15% de los recursos. El hombre ha ostentado el poder por la imposición de la fuerza, no por su valor como organizador, gestor o dinamizador.
Por último, podemos mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que una mujer con dos hijos es una familia, mientras que un hombre con dos hijos, es un desastre casi siempre. Es como si la naturaleza hubiera dotado a la mujer de un chip multifuncional que va activando programas y tareas conforme se van necesitando, mientras que al macho le ha dotado de un único software en el que es muy complicado introducir parches.
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