Los antiguos romanos republicanos, no los imperiales, denominaban así a los que habían tenido un papel decisivo en la suerte de la república; los esforzados que, con su saber hacer, su destreza militar y su valor personal, consolidaban la vida de la urbe. Esa vida ciudadana determinaba el inicio de la cuenta de los años bajo la fórmula AUC (Ab Urbe Condita), año de la fundación, la razón de ser de todo buen romano.
Nosotros hemos tenido unos papás modernos que conviene no olvidar y cuyas desapariciones suponen una pérdida importante para el patrimonio político común de este país. ¿Os acordáis de ellos? Venga, hacer el esfuerzo, que ellos consiguieron la imposible meta de que no acabáramos como algunos querían: a bofetada limpia.
Peces Barba, Cisneros, Herrero de Miñón, Roca, Pérez LLorca, Sole Turá y Fraga
Ya nos faltan tres de ellos y alguno más está más en el otro lado que en este mientras que los relevos, que tendrían que haber llegado, ni están ni se les espera.
Este país ha visto como su clase política ha ido perdiendo peso específico a favor de la estructura de los partidos; el talento ha dado paso a la sumisión, la inteligencia a la habilidad y la ideología a la mercadotecnia. El parlamento es un desierto en el que la oratoria se ha degenerado hasta admitir el lenguaje más zafio sin que sus señorías hagan el esfuerzo de elevar el listón.
Cualquiera de los siete políticos, que aparecen en esos espléndidos cuadros, se hubiera comido crudos a todos los parlamentarios de uno y otro bando antes de desayunar y sin pedir refuerzos; que en el banquillo se quedan nombres de peso como Carrillo, Felipe González, Alfonso Guerra, Leopoldo Calvo Sotelo, Adolfo Suárez ¿Hay que seguir para que se nos caigan las lágrimas añorando esos tiempos?
La actual vida política española se asemeja más al gráfico de los monitores de una morgue que a la cabalgada alegre de unos corazones generosos. El parlamento es mediocre, los discursos anodinos, la tensión no se basa en la transmisión emocionada de ideas y proyectos sino en el cruce de insultos, descalificaciones y gritos de porterillas de corrala. No hay ni siquiera ingenio en las pullas, hay patadas en la espinilla y forofos aplaudidores que saltan a la menor ocasión para hacerse notar y ganar puntos peloteando a los jefes. El parlamento, el templo de la oratoria, ha cedido ante la intoxicación introducida por Martínez Pujalte y compañía. La argumentación no puede ante el cinismo de personajes como Trillo, máximo exponente de la falta de ética, compromiso, sentido de equipo, responsabilidad y moral que asienta sus posaderas en los sillones de la oposición.
La situación es penosa para la generalidad de los partidos mientras los ciudadanos esperamos, ansiosos, que alguien eleve el listón y enarbole un banderín de enganche para retomar la política, la ilusión y las ganas de hacer bien las cosas. Somos muchos los huérfanos que miraremos esos siete cuadros esperando que salgan, de no se sabe dónde, otros políticos dispuestos a elevar el valor de la política para afrontar otro reto igual de complejo que el de ponernos de acuerdo para no matarnos: afrontar los retos del futuro pilotando un país moderno, con unos ciudadanos cohesionados alrededor de un sueño, el sueño que ellos sean capaces de crear para todos nosotros.
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