Cualquier habitante de Madrid - recordemos que madrileños son todos los que viven en la Comunidad, aunque sean de Parla – sabe donde dirigir su mirada para ver, o intuir, la sierra. La sierra, la antigua, noble y coronada Sierra del Guadarrama se ha mutado en humilde acompañante silenciosa de nuestras vidas y somos pocos los que miramos hacia ella con ilusiones renovadas todos los días.
Hoy ha sido uno de esos días en los que la sierra se ha gustado; se ha levantado por la mañana y, mirándose al espejo, se ha dicho “Que guapa estás, condenada”. Y para celebrarlo ha decidido probarse tocados de nubes y luces, y con cada vestido estaba más guapa, más radiante, más empolvada de blanco de nieve reluciendo al sol que asomaba entre las nubes.
Lo que hoy ha hecho la sierra ha sido un espectáculo que el hombre no puede soñar en imitar, pues para completar el show, se ha unido un viento fresco, seco, oloroso de humedad y tierra contenta de las últimas lluvias que nos prometía una primavera radiante de campos feraces y bendecidos de flores.
Velázquez amaba la sierra y Goya y algunos más, pocos, se dejaron guiar los pinceles por sus azules y por sus matices de luz; por esos cielos radiantes aún en la tormenta, pues las tormentas de la sierra son algo especial. Pero los madrileños viven de espaldas a su diaria generosidad y a su cercanía, despreciando sus senderos y sus valles en búsqueda de lejanas cordilleras.
Amo esta sierra doméstica, modesta y despreciada que se empeña en hacerse bonita cada día para regalarnos un poco de felicidad, aunque sólo sea un segundo de descanso para nuestros ojos, nuestros pulmones y nuestro olfato. Es, nuestra sierra, como esa chica que nunca llama la atención pero que sonríe con felicidad para hacernos felices durante un segundo mientras queremos perseguir a las otras; a las famosas, para acabar dándonos cuenta de que la verdad está en esa sonrisa que permanece a nuestro lado siempre, estemos bien o estemos mal.
Me considero muy afortunado de haberme dado cuenta de que amo a esa chica modesta que, de vez en cuando, como hoy, decide ponerse el viento por montera y arrebujarse de nubes para dejarse querer por el sol y dejarnos boquiabiertos de belleza.
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