Tomo e AVE a Zaragoza y recuerdo cuando ese traslado significaba dedicar un tiempo importante para cubrir la distancia que le separa de Madrid. Recuerdo nombres como Las Inviernas, los tres picos coronados por El Frasno, Cavero y Arévalo; Los Arcos del Jalón, Calatayud y una denominación épica: La Almunia de Doña Godina, de la que sólo supe que debía el honor de poner su nombre al pueblo por haber donado el dinero necesario para rehacer la cubierta del Pilar tras la guerra del 36.
El tren vuela y el paisaje de invierno se adivina anegado de agua debajo del incipiente verde nacido en las pardas sementeras. Es un paisaje de invierno, pero que anuncia primavera y verde, un paisaje en el que los campos arados lindan con las grandes encinas donde se esconde el macareno para burlar las jaurías de los monteros.
Es un paisaje duro, de pedregales ariscos y altos que acogen, de vez en cuando, un sembrado escondido en las bajas solanas del llano. Es un paisaje que asusta, que habla de hambrunas y emigración; de mirar al cielo con ojos temerosos de pedriscos que arrasaban los frutales dejando el campo sembrado de estómagos vacíos y frutas podridas.
El tren es nuevo y mi memoria retrocede, que uno es viejo, a los vagones de aquella tercera clase con asientos de listones de madera en los que compartir la bota y la comida era obligado; de trenes que se arrastraban con nombres dignos de la mejor onomatopeya, como el famoso TAF y sus 14 horas entre Madrid y Jerez de la Frontera. Era una España que viajaba en tercera y viajaba lentamente, aunque hubiera prisa por cambiar y llegar a alguna parte, destino siempre prohibido por el régimen, que prohibía cualquier cosa que oliera a traslado, que aquí no se movía ni Dios.
Recuerdo ese paisaje y recuerdo ese tren para darme cuenta de que ahora el tren es paisaje en la misma medida que lo es el camino que recorre. McLuhan juega con los viajeros y no sabemos ya que es tren y que es paisaje, pero no debe ser muy importante cuando el único que piensa en el cierzo que mueve los árboles soy yo; que recuerdo muy bien su ímpetu al soplar sobre mi cara apenas treinta años atrás.
Por qué leer a Gustavo Bueno en su centenario
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Gustavo Bueno. Fotografía: Moeh Atitar
*© Fernando G. Toledo*
ste 1 de septiembre de 2024 no fue una fecha cualquiera para todo aquel
interesado en las...
me ha gustado,éste es muy tuyo y muy nostágico
ResponderEliminarMuy bueno. Triste melancólico y que demuestra tus dotes de observación y tus buenas maneras dee relatarlas.Son fiel reflejo de una época cargada de experiencias de todo tipo.
ResponderEliminarCabe también el recuerdo de una estación cochambrosa en la que los silbidos de las locomotoras apenas dejaban oir las palabras. La gente corría cargada con bultos y maletas con el reflejo en sus caras de las más diversas emociones. Besos, llantos y para muchos eperanzas nuevas.
14 de Abril 2010 a.m.