Vuelve el otro a encarnar la amenaza que se cierne sobre nuestro cotidiano diario. Ya no es una amenaza lejana o futura: lo quieren meter en nuestras casas, en la cola del pan, en el Metro. Se afanan, ellos siempre se afanan, en que abramos los ojos y veamos al otro ocupando el espacio de nuestras vidas, un espacio del que ellos se hacen dueños reclamando derechos antiguos que al otro le niegan.
Vuelve Sartre y vuelve a nosotros el infierno de los otros, de los diferentes, de los lejanos, de los anónimos otros que se tornan hoscos cuando abandonan el anonimato de los tajos para hacerse corpóreos en su olvidada humanidad. Es el retorno del otro, de los otros, de los culpables de todo: vuelve la anestesia sobre la moral colectiva encarnada en el otro.
Es importante que el otro carezca siempre de rostro, de nombre, de religión y de estado. Es muy importante recluir al otro en la cosificación anónima, pues si logra escapar de su destino de cosa y hacerse hombre, la injusticia de su situación se hará presente e incómoda, dejando al descubierto la maldad de los que se afanan, ellos siempre se afanan, en protegernos de la eterna amenaza del otro.
Ellos, los que se afanan siempre, velan por nosotros, que hemos olvidado nuestro deber de estar en guardia. Suplen nuestra desidia olvidadiza y cómplice para sonar alarmas viejas, tan viejas como el hombre, y que nos movilicemos en contra del otro.
Pobre otro, olvidado en su miseria, que quiere hacerse rostro y lo único que consigue es hacerse odio sin saber que su seguridad radica en ser cosa y no persona. Triste mundo en el que la vida y la tranquilidad del otro dependen de conseguir no ser, con lo difícil que le resulta conseguir eso a un ser humano.
Me da una pena inmensa pensar en el otro perseguido, pero también me apena enormemente el nosotros, me da pena esta España amnésica que ya se ha olvidado de todo lo que el otro nos trajo; esta España que ya no se acuerda de que Auschwitz, Treblinka y Dachau fueron la casa del otro hace años. Me angustia esa clase política pacata y pobre que no sabe que hay juguetes que no son para niños y que deben estar encerrados bajo llave; que nunca deben usarse pues son peligrosos, muy peligrosos.
Si el otro acaba convertido en un mensajero que le lleva votos a alguien, nuestro destino como nación, como grupo humano, como sociedad, habrá perdido el rumbo de manera peligrosa, muy peligrosa.
Por qué leer a Gustavo Bueno en su centenario
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Gustavo Bueno. Fotografía: Moeh Atitar
*© Fernando G. Toledo*
ste 1 de septiembre de 2024 no fue una fecha cualquiera para todo aquel
interesado en las...
El "otro" no solo estuvo en Auschwitz. Yo le conozco. Le he visto con el juguete que mata en sus manos, pero sigue viviendo entre nosotros y no se puede hacer nada.
ResponderEliminarEse otro somos un poco todos porque no somos capaces de vencerle ni con la razón ni con la fuerza.
26-02-2010 A.M.