Asfixiados y deshidratados tras varios días de viaje en un camión, cuatro inmigrantes –protoinmigrantes, hablando con propiedad – han entregado sus vidas al sueño de una vida mejor. Como ellos, en el estrecho y en el Atlántico, miles de soñadores han dejado sus vidas siguiendo una estrella esquiva y engañosa. Sus sueños se han roto y me pregunto dónde se encuentran los pedazos.
Conocemos algo, apenas retazos, del horror de sus vidas: de sus hambres, de las tiranías políticas bajo las que se arrastran, de los machetazos de las guerras tribales, de las ablaciones de clítoris, de la imposible ley coránica aplicada a las mujeres, de las hambrunas feroces y de los contratos de las mafias encargadas de sacarles el poco resuello que les queda. Con el último aliento de su dinero viven los patrones de las pateras que los expulsan, cuchillo en mano, unos cientos de metros de agua antes de la tierra prometida. Justo la suficiente para ahogar sus esperanzas y sus proyectos.
No sabemos nada de sus sueños, pero conocemos su diaria tragedia en nuestro mundo. Los vemos en los invernaderos, horneados lentamente bajo el sol de Almería y El Maresme en jornadas medievales y mal pagadas. Sabemos de sus alquileres usureros y de sus condiciones de vida. Hemos pasado por la Casa de Campo o las zonas similares de cualquier ciudad y hemos visto su tristeza detrás de la exhibición de sus cuerpos de niñas viejas: la eterna tristeza que acompaña a las que están obligadas a recibir los restos de la soledad y la degradación moral de unos machos sin alma. Los hemos visto en el top manta y los ven aquellos que los buscan para comprar lo prohibido; los intuimos en las cloacas de una sociedad cada vez más altiva que desprecia a los que no han tenido la fortuna de nacer como ellos. A pocos nos duele su desesperanza y su pena; pocos se arremangan para intentar ayudar. Apenas algunas organizaciones y los modélicos ciudadanos que los acogen en las costas de Tarifa y les calientan el alma con su solidaridad.
A mí me obsesionan sus sueños y me gustaría poder reconstruirlos. Me gustaría poder exhibirlos y enseñar la bondad de sus aspiraciones. Sería, posiblemente, un museo en el que se podría conocer lo mejor del ser humano en su estado más puro. Es muy posible que en esa galería de sueños no encontráramos nada parecido al hambre, la explotación, la guerra o la prostitución esclavista e inhumana. Dudo mucho que, en el sueño de esas casi niñas que cruzan el estrecho, pudiéramos encontrar días de frío en los que soportar las babas de los salidos o las palizas del macarra. Casi seguro, en esos maravillosos sueños, no encontraríamos nada relacionado con la droga y las navajas de los yonkies terminales.
Apostaría mi vida a que encontraríamos mucho más volumen de trabajo, determinación, solidaridad y deseo de desarrollarse en paz y tranquilidad, que maldad innata y mezquindad.
Son los sueños rotos, los pedazos que van conformando una escombrera que acabará por sepultar nuestras conciencias hasta la asfixia. Justo en ese momento, cuando ya sea tarde, querremos gritar y no podremos: el silencio de nuestras vidas se olvidará para siempre y nos perseguirán los gritos de sus sueños rotos. Ese día, justo ese día, comprobaremos que estamos muertos.
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Cuantas veces morimos cada día, cuantas veces volvemos nuestras caras, cuantas veces dejamos que nuestras concienzas se entretengan con vaguedades, con mentiras prefabricadas para intentar salvar nuestras almas encallecidas. Si sólo uno de nuestros sueños los hicieramos realidad en las vidas de los que más lo necesitan seguramente al final de cada día sntiríamos un latido de nuestro corazón un poco más fuerte y vital, un latido por la esperanza de los demás, un latido por la propia dignidad.
ResponderEliminarSus sueños se han roto para siempre. Si han tenido la suerte, o más bien la desgracia, de llegar al puerto deseado, empezarán a soñar de nuevo. Esta vez sus sueños les llevarán de regreso a la tierra que dejaron pero en este ir y venir se hsan roto también sus esperanzas y sus ilusiones.El viento se lo ha llevado todo, hasta sus vidas.
ResponderEliminarA.M. 28-marzo-2010