Mas competitividad, imposible
Occidente vive sumido en la sorpresa constante que le ofrece su propia realidad, lo cual no deja de ser sorprendente. Llevamos años oyendo que hay que aumentar la competitividad, que sólo aquellos capaces de adaptarse podrás sobrevivir y que el crecimiento de la economía y de las empresas es la única vía que asegura la salvación.
No entro ahora a discutir la verdad de esa afirmación y dejo mi natural tendencia al margen, de manera que doy por bueno el axioma y trato de comprobar el resultado de esa universal aceptación. Lo que pasa, está pasando, es que todo se supedita a uno sólo de los componentes de la competitividad. Podría parecer que el aumento de elementos cualitativos que componen un servicio o un producto debería mejorar su competitividad, pero eso no funciona: el elemento que determina la competitiva supervivencia de productos o servicios es el coste, el precio puro y duro.
No hay valor que escape a esa verdad, de manera que los proveedores buscan en las alcantarillas y subsuelos aquello que puede abaratar costes. En los servicios se ha roto la barrera de la decencia y se paga dinero por gestionar dinero olvidando la razón que justifica el movimiento original y eso llega a todos los mercados.
Europa vive estos días en estado de shock por la aparición de carne de caballo en productos que deberían estar libres de ella; los musulmanes suizos descubren que se han puesto ciegos de cerdo en los kebabs helvéticos y yo doy gracias a los cielos porque nadie haya descubierto lo sencillo que es cazar ratas en las alcantarillas y meter sus proteínas en cualquier eslabón de la cadena alimenticia.
La cosa no ha hecho más que empezar y los chinos lo tienen claro, de manera que si alguien tiene dudas que mire lo que se come un chino pobre: es la mejor manera de escudriñar el futuro que está por llegar, sin duda.
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