El mundo, nuestro mundo, continúa siendo un desconocido para nosotros, incapaces de traspasar las últimas fronteras a pesar de habernos asomado al océano del cosmos. Hace dos días un inglés, moderno Livingston, supongo, terminó de recorrer andando el curso del Amazonas, hazaña que le ha valido reverdecer los laureles de la exploración aventurera. Reconozco mi envidia, pero todavía reconozco más el asombro que me sigue produciendo el enorme desconocimiento que tenemos de nuestro mundo.
El mar, la parte más grande de la esfera, supone un reto del que pocos somos conscientes, pues por debajo de los 20 o 30 metros, el coste de conocer es tan alto que sólo actividades apoyadas con fines lucrativos, como la explotación de los yacimientos del lecho, se postulan como paganos y las consecuencias dan miedo. Los de BP nos ha dado una muestra de lo que pasa cuando los experimentos se hacen con algo que no es gaseosa.
No sabemos nada de las reglas que rigen la vida de la tierra, enorme organismo vivo en cuya piel anidamos como parásitos expuestos a cualquier cambio repentino en el humor del huésped que nos aloja. El mar, los millones de kilómetros cuadrados de agua y fondos de los que nada sabemos, parecen guardar muchas claves y unos cuantos peligros si cedemos a la codicia de intentar alcanzar su riqueza sin estar preparados.
En los fondos se almacena contaminación, metano, capacidad de renovación, nutrientes que afloran en determinadas circunstancias manteniendo la vida que conocemos, minerales de alto valor, depósitos de Co2...el mar es el moderno sagrario que algunos intentarán abrir a patadas diciendo que manejan la mejor tecnología y el más profundo conocimiento, pero nos volverán a mentir en nombre de la cuenta de resultados.
El mar y las últimas fronteras de la tierra deberían ser un santuario dedicado a la mejora del conocimiento; una frontera que sólo el saber debería colonizar y respetar. En lugar de eso, nuestros hijos verán minas de extracción de metano a miles de metros de profundidad, extracciones de oro y otros metales y lo más secreto de nuestra tierra se verá, también, expuesto a un deterioro irreversible que sólo la ausencia del hombre podrá reparar. Cada generación tiene su particular desafío en forma de guerra o tragedia y la nuestra y las que nos siguen, deberán enfrentarse a las consecuencias del paso del hombre. Mala herencia nos dejan y mala herencia dejamos: la humanidad futura nos juzgará, seguro, con toda la dureza que nos merecemos.
Aunque creo que el fin del mundo esá lejos, me asusta pensar en el futuro de nuestros pequeños. Se crearám nuevas defensas pero la degradación es imparable y los recursos que encierran tanto la tierra como el mar son bombas de tal peligro que sería mejor djarlos. La ciencia tiene mucho que hacer salvaguardando lo que ahora exixste . Ya se que esto es imposible y que el futuro ya está diseñado en muchas mentes febriles. Afortunadamente, otras trabajan sin descanso para mejorar la vida y su entorno.
ResponderEliminara.m.