Aznar amplía el gesto y demuestra el aprecio que le merece su país, la labor de gobierno, la lealtad institucional y otras menudencias hechas para otros, que él ya se ha forrado y pasa de todo.
Han pasado días de enfriamiento y calma, de olvidar esa primera nausea surgida por la visión de un titular imposible; de un titular que nunca deberíamos haber visto en nuestra prensa y que, sin embargo, se produjo el pasado 18 de Agosto cuando los diarios informaban de la visita de Aznar a Melilla.
Que yo recuerde, Aznar jamás visitó, como presidente del Gobierno, ninguna de las dos ciudades españolas que se encuentran en la costa africana. No tiene mayor importancia, pero es un dato. Aznar, en un alarde de bajeza moral, en una acción que cabe calificar de clara y meridiana deslealtad, se acercó a Melilla a darse un baño de ego y de paso, hacer gala de sus bajos instintos.
Aznar ya dio suficientes muestras de carecer de cualquier rastro de moralidad cuando se apuntó, contabilizando ganancias a cambio de cadáveres y transgresión del derecho internacional, a la guerra de Irak, pero lo que ha ido haciendo en los años en los que ya no ostenta cargo alguno más que el de “ex”, configura un extenso repertorio de conductas cercanas a la traición y situadas, de pleno, en la deslealtad y la amoralidad.
Un político que ha tenido el honor – y la recompensa a la que él no ha renunciado – de dirigir el gobierno de una nación, debe guardar en su conducta un halo de respetabilidad institucional que Aznar no conoce. ¿A que fue a Melilla? ¿A resolver algo? ¿El qué? Sólo fue a molestar al gobierno de su país; se dejó caer en Melilla para exacerbar las posturas más africanistas que todavía subsisten en la extrema derecha de su partido: le faltó gritar a mi la Legión y muerte al infiel, que es lo que le pide el cuerpo en estos casos. Si alguien lo duda, que se acuerde del islote de perejil y del fuerte viento de levante que arrebolaba las mejillas del esbirro Trillo.
Aznar es un personaje deleznable que pasea su rencor por las alcantarillas de la acción política. Aznar es un ególatra enfermizo que no acepta el puesto que la historia le ha asignado y que nada tiene que ver con destinos gloriosos, posiciones internacionales de privilegio o el homenaje de sus conciudadanos. Aznar, y tengo la esperanza de así suceda, está más cerca de ocupar un banquillo en el tribunal penal internacional de La Haya que de la gloria de los próceres inmortales.
No vale la pena comparar la actitud y comportamiento de cualquier ex-presidente de gobierno en los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania... y un largo etcétera de naciones civilizadas, porque la comparación es imposible: ninguno haría nada semejante, cercano o parecido. Si un ex presidente tiene la más mínima posibilidad de colaborar con su gobierno hace una llamada y se ofrece, en primer tiempo de saludo, para echar una mano aportando su experiencia, contactos, conocimiento o lo que sea; pero no se desmarca para colocarse al lado del enemigo y meter el dedo en el ojo del presidente del momento.
Aznar acabará sumergido por la marea de mierda del caso Gürtel, la boda de El Escorial y las tropelías del clan de Becerril con Agag a la cabeza, pero lo que de verdad se merece es el desprecio de una nación que comprueba, cada día, que sólo sirvió para que este impresentable medrara, hiciera dinero, inflara su ego y la dejara tirada a la primera de cambio.
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