Viaje hacia el interior de mi afectividad
Decía no sé que santo que “cada día tiene su afán” (Mateo 6: 25, que esto de Internet es un lujo) y me imagino que eso es también válido para las edades del ser humano; para esas distintas formas de ver la vida que resultan de la constante mezcla de circunstancias, edad, sabiduría, relaciones sociales, fuerza y vida afectiva. Cada cual y cada quien va navegando sus particulares singladuras con las velas que considera adecuadas a las aguas del momento de la mejor manera posible.
Uno, de natural neurótico y un poco excesivo, ha pasado su vida como un perro ovejero atento a demasiadas cosas que pasaban en su entorno y a las que he querido controlar, afrontar y modificar según su mejor criterio y ha llegado el momento de la restricción, de la mesura, del abandono de aquello en lo que yo siempre me he creído con obligación de implicarme y que se demuestra, ahora, que nada tiene que ver ni con mi vida, ni con mi criterio o mi control.
En mi neurosis siempre me he peleado por cambiar una realidad que me venía dada y que jamás acepté sin pelear y torcerla, cambiarla o eliminarla para adaptarla a mi criterio o mis capacidad y ese juego se ha terminado. No puedo hacer nada en la vida de aquellos que configuran mi universo afectivo, sólo puedo quererlos como son y aceptar los giros del futuro con una displicencia oriental que no he sabido practicar en mi vida. Hace poco, apenas unos días, tras un proceso de catarsis que no ha terminado todavía, escribía en una amable discusión de Facebook con dos amigos:”A duras penas llego para cuidar y disfrutar de mis amigos y para darme cuenta de que me tengo que comer mi vida como viene, perdiendo el control de lo que antes controlaba y dedicarme a regar el pequeño huerto que de mi depende. ¿La humanidad? Se me ha hecho grande, enorme e inmanejable. Espero que te vaya bien con ella!!! Suerte en la pelea que yo ya he abandonado.”
Y es verdad, debo terminar de presentarme voluntario a cuanta misión peligrosa roza mi vida; debo olvidarme de intervenir en vidas que por nada me requieren; debo aceptar que la realidad de mi vida es la que es y que toca recluirse en la introspección, en lo más próximo e inmediato; debo olvidarme de aquél mundo que un día soñé para los míos y concentrarme en sobrevivir en el mundo que ahora me toca; debo elegir las peleas que son completamente mías y centrar mis esfuerzos en las luchas que puedo ganar.
En cuanto a los otros, aceptemos la frase de Sartre: el infierno somos los otros, de manera que intentaré ser lo menos “otro” que pueda.
Es una cuestión de autodefensa y supervivencia, no de libre elección. La derrota configura nuevos universos en los que vivir y la cuestión debe estar en pillarles el punto. Espero.