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sábado, 30 de marzo de 2013

Django (la “d” es muda)



Una experiencia que debería ser obligatoria

El ser humano tiene potencialidad de sobra para alzarse sobre la realidad y cambiarla, llevarla allí donde otra estética y otra relación con el tiempo y el espacio son posibles; es capaz de inventar mundos nuevos y hacerlos creíbles gracias a un talento extraño y sublime que se manifiesta en determinados genios capaces de contarnos cosas de una manera especial. Estamos mucho más acostumbrados a que ese talento se haya desarrollado tomando como base la palabra escrita y a nadie extraña que la literatura nos mantenga horas pegados a las páginas de un libro hasta que el suspiro final nos obliga a cerrar sus tapas, felices por conocer y deseando que no se hubiera producido el final para seguir disfrutando de lo inexistente.
Ayer estuve viendo la última creación de Tarantino y nunca me había visto sometido a tal ordalía de estimulación mental y sensorial. Más que buena, la película se proyecta hacia la genialidad de un camino emprendido hace años por alguien que tiene ese toque mágico con el que los genios son bendecidos.
Desde la primera escena, la experiencia -habría que buscar una palabra nueva para estas obras, pues película no basta- se apodera de ti y va haciendo contigo exactamente lo que el director quiera que haga. En lo más profundo de la sordidez, el absurdo y la crueldad, te descubres riendo ante el ridículo de los pretendidos seres superiores -el germen del KKK- que no se ponen de acuerdo en si deben atacar con la capucha puesta o a cara descubierta. Cuando en el ambiente de un lupanar de lujo te esperas escenas subidas de tono, lo que te encuentras es una de las escenas más duras que yo haya visto en el cine y que te define a los personajes con una precisión quirúrgica: podredumbre moral envuelta en seda.
Ayer acabé agotado, exhausto. Acabé con una tormenta de imágenes, sensaciones, fichas mentales, mensajes -estos si eran mensajes, no los “recaos” que le gustan a mi amigo Pepu- y muchas ganas de poder ordenar esa experiencia al ritmo de los humanos normales, con tiempo y calma para recrearme en los cuadros de cada enfoque; en los miles de detalles que se reivindican y te asaltan cuando recuerdas; con miedo a que la anticipación del horror lo haga más oscuro todavía y pudiendo dedicarme al disfrute de ese algo nuevo que no tiene nombre y que hace que ir al cine suponga una experiencia única, nueva y completa.
Debería ser obligatorio ver esta obra.
“Recao” para mi amigo Curro: cosas así no se recomiendan tibiamente a los amigos, no. Se pone uno las pilas, se cierra una fecha y a ciegas, sin decir nada, se les pone delante de la emoción. Más decisión la próxima vez, aunque la próxima seguro que estaremos juntos en el día del estreno.

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