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viernes, 22 de marzo de 2013

Ya ni eso


Con lo bien que me lo pasaba yo viendo llover en la SS de Sevilla

Como saben algunos que me siguen con cierta asiduidad, reciben el mail con cada actualización, esta es la época en la que saco a relucir uno de esos bajos instintos que guarda mi mala entraña y que me proporcionan sádicos momentos de placer: la visión de la lluvia sobre Sevilla en plana Semana Santa. La cuestión es que eso debería ser un placer escaso, esporádico y reservado a las grandes ocasiones, no una cuestión habitual cercana al tedio.
Como en todo, el placer debe tener mesura y proporción para conservar el encanto de lo escaso, de lo excepcional y deseado. Si el caviar se convierte en el pienso diario, la cosa pierde mucho, lo siento. Bueno, pues eso es lo que me está pasando con lo de la lluvia en Sevilla y la pura maravilla, que empieza  a degenerar y a perder atractivo.
Como buen sádico, yo necesito una cierta puesta en escena para que la lastimera visión de los lloros de los cofrades me estimule adecuadamente. Lo primero, la sorpresa: no puede haber tanta anticipación en el desastre y en eso, la tecnología juega en mi contra. Hoy viernes, ya sé que hasta el jueves la cosa viene metida en agua. Menos emoción.
Además de la sorpresa, tiene que jarrear. Lo siento, no me sirven cuatro gotas de nada, no: la cosa tiene que estar clara y los cielos se deben abrir para que no haya duda alguna de que se ha consumado el desastre y los lloros se unan a las aguas. Es entonces cuando el dramatismo alcanza cotas sublimes y el desgarro llena las pantallas de siciliana desesperación mediterránea; de impúdica exhibición de incontenible dolor.
La maldad, como todo, tiene sus reglas y se deben cumplir según el rito y la ceremonia; la liturgia es importante y llevamos unos años en los que todo eso se ha convertido en una simple putada para muchos sin que algunos podamos entregarnos al placer malvado que nos proporciona esa ceremonia de desesperación por el colaboracionismo frustrado.
En fin, José Manuel, que parece que un año más seguirá sin llover a gusto de todos y lo que es peor, ni siquiera a gusto de los malvados, lo cual no deja de ser penoso. Y para que veas que en el castigo llevo la penitencia, (o como se diga) en mi caso la frustración nada tiene que ver con la religión y si con el condumio: los deseados asaditos de semana santa en compañía de buenos amigos  se han esfumado como esas famosas estaciones de penitencia que verán pasar los días desde el interior de las iglesias. A este paso, acabaré sabiéndome la nomenclatura y dejaré de confundir pasos y tronos.
En fin, que ya no nos queda  ni el oscuro placer de la desgracia ajena. Una ruina.


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