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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Maricón el último


La inmarcesible aventura española en Afganistan va camino de acabar en una rebatiña de iniquidad, cobardía, deslealtad y traición indigna del papel que las fuerzas armadas españolas vienen desempeñando en la España democrática. El ejercito es, con toda seguridad, la institución que mejor ha sabido evolucionar, crecer y mejorar desde 1975 hasta nuestros días.
Para los que conocimos -mejor: padecimos - la mili en el ejército tardo franquista, era impensable que un cuerpo como La Legión recibiera nada menos que las mejores y más valoradas condecoraciones de organismos internacionales y eso, por fortuna, ya ha sucedido en buen número de misiones avaladas por la comunidad internacional, desde la antigua Yugoslavia hasta el Líbano.
Hoy en día, el ejército es ejemplar pero está en manos de los peores gestores que podían desear. El PP parece empeñado en desprestigiar y arrastrar por la vergüenza aquello que según dice, más les emociona y sacude las entretelas de su patriotismo vacío y zarzuelero. Si Trillo supuso un importante desdoro traicionando la lealtad de la cadena de mando y dejando a todos los mandos en pelotas ante la chapuza del Yak 42, el hoy ministro, Morenés, quiere dejar inertes e indefensos a unos 40 traductores afganos que van a ser inmediatamente laminados según salgan las tropas de Afganistán.
Primero querían que firmaran un finiquito inmundo, luego no han respondido a sus solicitudes de visado y ellos, desesperados, han enviado una carta al rey pidiendo amparo.
Estos colaboradores han sido leales, han vestido el mismo uniforme y han compartido peligros e imagino, la vida normal de las unidades desplegadas allí, pero ahora nos vamos y queremos olvidarlos sabiendo que van a durar dos telediarios y que serán masacrados y sus cadáveres exhibidos con orgullo para escarmiento de los colaboracionistas con los infieles.
Espero que alguien le recuerde al ministro lo necesario de corresponder con lealtad a lo que con lealtad se le ha dado y que estos 40 afganos puedan, junto con sus familias, volver a España en los mismos aviones ocupados por aquellos con los que compartieron su trabajo y el riesgo de su vidas.
Podemos marcharnos, pero no podemos salir corriendo sin mirar atrás al grito de "Maricón el último"

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