Hay, de vez en cuando, frases con las que te identificas o con las que, de repente, te colocas en perfecta sintonía sin saber muy bien la razón. Por ejemplo, la famosa frase de “el infierno son los otros” de J.P. Sartre o la que ayer leía y que pertence a Enrique Vila-Matas: “Esto es como el suicidio, pienso siempre en él, pero por ahora lo retraso.”
El suicidio como sempiterno compañero de nuestras andanzas por la vida y con diferentes concepciones a lo largo de nuestro tiempo y nuestras experiencias. El suicidio como negación de esa antigua esclavitud del hombre hacia aquello que no puede elegir y que, sin embargo le encierra en una cárcel cuya puerta siempre está cerrada.
El suicidio como máxima expresión de negación y rebeldía, el suicidio como última reserva de la dignidad humana ante la tiranía de esos cuerpos que llevan la vida más allá de la vida; el suicidio como reivindicación de la condición humana sobre la naturaleza animal que se aferra a la vida…el suicidio como muestra abosluta y última del libre albedrío, la más elevada muestra de humanidad.
Entiendo perfectamente ese constante retraso; esa connivencia con la comodidad y la cobardía de no dar el paso genial, el paso que nos lleva a la máxima expresión de la espiritualidad por encima de la condena animal con la que nacemos y que nos acompaña en forma de segura cobardía: el miedo a la muerte.
Como Enrique Vila-Matas, pienso en él y trato de reforzar mis convicciones de cara al futuro; ese futuro en el que, acabadas obligaciones y compromisos morales, pueda reivindicar mi libertad por encima de mi miedo cuando llegue el momento de la verdad. ¿Seré capaz?
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