Hora y media en un paraíso estético irrepetible.
Hoy ha sido uno de esos días en los que el ánimo se ve sorprendido por una realidad excesiva que rebasa nuestros sueños. Hoy, a las 8 de la mañana, tres amigos nos poníamos en camino hacia Navacerrada con pocas esperanzas de que la mañana aportara nada especialmente agradable. Viento helado arriba y comentarios sobre lo breve que se presentaba la aventura y de repente, sin que nadie se lo esperara, la naturaleza ha decidido hacernos una exhibición de belleza infinita sin darnos tiempo a protegernos.
Mientras que los caminos no habían sufrido cambio alguno, los árboles y arbustos habían decidido vestirse de cristales de hielo blanco y ofrecernos un espectáculo imposible. Uno tras otro, sin darnos descanso, cada composición mejoraba la anterior: verdaderos conjuntos decorativos como los que se pueden encontrar en las mejores exposiciones de bonsáis.
No era nieve y ninguno sabemos que fenómeno ha podido crear el espectáculo que nos ha tenido en vilo durante algo más de hora y media. Ni fotos ni escritos pueden acercarse remotamente a lo vivido en ese bosque.
¿Otra más para convencer a aquellos que no entienden que cada instante en la naturaleza es único? Posiblemente, pero ni siquiera hago el intento de compartir algo que quedará para siempre en ese rincón esocndido de los momentos más maravillosos de mi vida.
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