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lunes, 7 de enero de 2013

La Academia de la Historia reivindica el fascismo


La Academia de la Historia se suicida apoyando la intelectualidad de Millán Astray

Siempre se ha dicho que la historia la escriben o los cobardes o los vencedores, nunca héroes o vencidos. Lo que es nuevo es que la historia la escriban inútiles o mentirosos compulsivos y malintencionados, pero parece ser que nuestra excelsa Academia de la Historia se dedica a proahijar a éstos últimos para llenar su diccionario de lo que se podrían llamar sandeces si no fueran peligrosas manipulaciones de la historia en favor de la vuelta del fascismo.
La última de los ínclitos, tras lavarle la cara y las miserias al franquismo y a Franco, es colocar a Millán Astray entre los intelectuales de su época. De Millán Astray se han dicho muchísimas cosas todas ellas relacionadas con la más brutal concepción de los asuntos militares; se han elogiado mutilaciones y valor, pero hasta la fecha nadie había tenido la osadía de hablar sobre su supuesta pertenencia al gremio más odiado por el mismo personaje: los intelectuales.
El que gritó en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca la famosa imprecación de mueran los intelectuales” se ve hoy, paradoja curiosa, ensalzado como intelectual por un rastrero turiferario descerebrado que trata de que los anales no registren la verdad de tan siniestro personaje.
Millán Astray fue un golpista cruel, vesánico y entregado al corrupto sueño militarista del imperio marroquí al servicio de espadones y chusqueros. Millán Astray no tiene, en toda su vida, una sola aparición cercana a lo que se podría considerar mundo intelectual y la Academia de la Historia debe, sin dilación, erradicar esa entrada de forma inmediata y concluyente.
Desacreditada la clase política, parece que también el mundo académico y docente se empeña en potenciar el suicidio de clase, de manera que desde hoy mismo, podemos dar la misma credibilidad a la Wikipedia que a la Academia de la Historia. Cosas de la modernidad, de la desmemoria y del fascismo imperante (de nuevo). Hay que joderse!

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