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sábado, 5 de enero de 2013

Mejorar el silencio



Vaya pifia

Como uno va cumpliendo años y se huele las tostadas según van camino de la plancha, ayer evité por todos los medios verme sometido al cruce de previstas obviedades entre el rey y Hermida. Algunas mezclas deberían estar sometidas a legislación especial, por cierto. Según leo, escucho y recibo, el resultado acabó ajustándose a las más negras previsiones, de manera que las preguntas de hoy no deberían estar enfocadas hacia los temas no tratados, que se sabía de antemano no iban a tratarse, sino que, desde mi punto de vista, deberían enfocarse hacia los resultados obtenidos comparados con los objetivos buscados.

A pesar de lo que piensa de mi mi amigo Jose Luis, no soy monárquico, ni mucho menos, pero he ido haciendo un balance temporal y la cosa no salía del todo mal hasta que la corona ha decidido suicidarse públicamente y cagarla con vistas a la calle. Así las cosas, creo que cuando se plantea una ¿entrevista? al rey en un momento como el que se vive ahora en España, hay que tener en cuenta los riesgos que se asumen en función del estado general de la cosa.

Estamos acostumbrados al silencio de la casa real, de manera que si se rompe el silencio hay que plantearse mejorarlo, que para hacer lo que ayer se hizo es mucho mejor estarse calladito. Ni los peores tiempos del  “Franco, ese hombre” y la famosa pregunta de “Excelencia, ¿somos los españoles tan difíciles de gobernar como se dice?” del hagiógrafo de turno, no se había visto nada igual en la tele oficial y oficialista. ¿A que viene esta cagada? ¿Quién es el que ha parido tanto despropósito? ¿Es que de verdad no saben el cabreo general del populacho?

España tiene un problema de modelo de Estado, de libre elección de régimen sin la amenaza de los tanques y las últimas representaciones de la corona están complicando la cosa mucho más; muchísimo más. La corona se deshace encima de la cabeza de Juan Carlos y al paso que va la cosa, lo que reciba Felipe va a ser un cadáver imposible de resucitar, por mucho que la clase política se empeñe en mirar hacia otro lado. Sin que el juicio de Urdangarín se haya puesto en marcha, sus consecuencias se anticipan y los daños empiezan a notarse. 

Mal pronóstico, la verdad

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