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jueves, 17 de octubre de 2013

La Almudena


El adefesio en todo su esplendor


La ciudad de Madrid, villa recrecida con vocación de vecinal pueblo manchego apegado a la modestia de sus costumbres, no suele mear fuera del tiesto cuando se trata de realizar obras públicas. Las dimensiones de su calle Mayor así definen y marcan la naturaleza de las restantes, por fuerza menores y más humildes.
Como es lógico, Madrid alberga desde antiguo y como está mandado, un Palacio Real que podemos definir como "cumplido" y sin excesos, pero marcado por el buen gusto en cuanto a localización, vistas y decoración de sus exteriores, tanto hacia la plaza de oriente, preciosa, como hacia la vega del manzanares donde, reino de los famosos Jardines de Sabatini,  máximo exponente de la naturaleza domada por los enciclopedistas  de la época. 
En ese entorno preciosista, cuidado y amado por los madrileños de hace siglos, se ha entronizado un monumento al mal gusto, a la zafiedad desmedida, a la desproporción y a la desmesura en forma de la que, seguramente, sea la catedral más fea de cuantas llevan ese título en Europa: la catedral de Almudena.
La arquitectura es técnica pero sobre todo es arte, conocimiento de las proporciones, de las armonías; es organización de los espacios de convivencia ciudadana, es belleza en las formas es, exactamente, lo contrario de todo lo que esta mole de granito desmedida y absurda, supone para el paisaje de Madrid.
La Almudena es un adefesio con una aberrante y única cualidad orgánica: es capaz de crecer y dominar el paisaje día a día. Como un ser maligno se hace grande y domina, crece en todos sus aspectos negativos y como una enfermedad colectiva, cada vez se hace más omnipresente y molesta. Lejos de adormecer los sentidos, su constante presencia se hace cada vez más patente y más insidiosa; ruidosa en su silencio de piedra mal medida, amenaza con demoler el vecino palacio y el barrio todo. Hacerme caso, es un "poltergeist" arquitectónico que arrasará con todo.
La Almudena es una voz blasfema que insulta al dios que pretende albergar y que, de existir, seguro que jamás se rebajaría a habitar tan funesta casa.
No tiene excusa ni salvación, es una ofensa perpetua y permanente que agrede a la ciudad, al buen gusto y a toda posible concepción estética ajena al narcotráfico gallego. La Almudena ha convertido a dios en un narcotraficante de mal gusto derrochando dinero en granito y vidrieras cuyo único destino sensato debería ser el de servir de blanco a los tirachinas de los niños madrileños; inocentes vengadores del ultraje colectivo. 
No hay marcha atrás y no podremos librarnos de esa atrocidad elefantiásica y absurda, pero si hubiera justicia, los dinamiteros patrios deberían hacer sus prácticas sobre los pilares de tan señalado esperpento. Es una sugerencia que regalo a los responsables de la escuela de minas, por si sirve de algo.

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