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jueves, 3 de octubre de 2013

Mare nostrum, mare mortuum (*)


Esperando un pasaje hacia la muerte

Entre Túnez y Lampedusa, en las mismas aguas que han llenado las páginas de la historia con batallas, gestas, culturas y lenguas, se vive hoy una historia trágica que llenará nuestro futuro de vergüenza.  Hace tiempo que el hambre, la desesperación, la guerra y la miseria empujan a miles de seres humanos hacia un destino incierto que se promete más allá del horizonte y que sin embargo, a la hora de la verdad, se esconde tras la noche del frío, el abandono, la indiferencia y la muerte en un mar insensible que todo lo acoge y que todo lo olvida.
Hoy los diarios nos arrojan  a la cara una nueva tragedia, otro esperpento humano que suma decenas de muertos a la larga lista de los sueños rotos; de las esperanzas perdidas. Decenas de emigrantes se han ahogado y el mar muestra muchos cuerpos flotando a la deriva siguiendo un camino ya perdido por hombres, mujeres y niños que creyeron, inocentes, que en el mundo había un lugar para ellos lejos de la destrucción de la guerra y del azote del hambre y la sequía.
Son decenas de muertos que no pertenecen a nadie; son vidas que nadie reclamará jamás y que sin embargo, nos estigmatizan a todos con la pestilencia de la culpa. Nadie puede volver la cara ante esa realidad y la realidad nos alcanza para hacerse oír por encima del silencio con el tratamos de cubrir el horror de más de veinte barcos mirando, indolentes e indiferentes, esta tragedia humana de proporciones homéricas sin un solo acto de ayuda.
Todos somos culpables porque alimentamos un sistema injusto, inhumano y atroz; todos vivimos acomodados en la abundancia de una pobreza que, a los ojos de los verdaderamente pobres, se trastoca en abundante riqueza. Vivimos en un reducto de derroche que creemos protegido frente a la marea del hambre y esa marea nos pasará por encima, nos arrollará y además de inevitable, hará que ese final sea justo; sangrientamente justo.
África se muere lentamente a las puertas de la insolidaria Europa, la misma Europa que les infectó con los peores modelos de corrupción, injusticia social y esclavitud; la misma Europa pacata y puritana que parece sonrojarse con el resultado de su creación mientras cierra puertas y bolsa sin poner remedio a lo que ella misma creó.
“Debemus animas multas” les debemos muchas vidas; generaciones enteras desfilarán sobre nuestras tumbas reivindicando aquello que les robamos y aquello que, pudiendo darles, les escatimamos. Pudimos enseñar lo mejor y sin embargo, les dejamos lo peor de nuestro mundo. Somos culpables y algún día, los muertos que hoy flotan en las aguas de la historia, caminarán de nuevo y se alzarán todos para pisar las playas y los campos que el futuro sabe les pertenecen. Ese día, el silencio que edificamos en su contra, se derrumbará sobre nosotros y se habrá hecho justicia.
 (*)Mare mortuum: mar de muertos

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