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martes, 14 de junio de 2011

El triste acierto de Thomas Jefferson

El castizo diría que "le joden los profetas", pero más clavado, imposible.

El calor ha conseguido asentarse sobre Madrid y el mediodía comienza a poblarse de luz y caras encendidas de calor. Es verano, y por mucho que el calendario lo niegue, el cuerpo ya pide otras cosas, otros aires más tranquilos que ayuden a olvidar crisis, política, partidos y miserias: queremos dejarnos llevar por el calor hasta la sombra de los árboles o los patios; queremos dejar pasar la noche entre charlas, risas y copas a la espera del fresco amanecer y el aire nuevo, pero no: hay que seguir y cumplir, así que esta entrada toma el primer desvío y se dirige a lo más convencional de los comentarios habituales. Otra vez será.
Me manda un amigo, sin comentarios al respecto, una foto y un texto de Thomas Jefferson que, como habréis podido comprobar si os habéis detenido a leerlo, es un anuncio lejano, certero y muy preciso de algo que ya estamos comprobando en el cuerpo social de los estados modernos.
La doctrina imperante no sólo entrega al poder financiero el control de la economía, le entrega el estado, le ofrece la capacidad política de gestionarlo y, lo que es mucho más grave, pretende que no haya salida, que sólo haya una opción y que la opción profundice en el error sin dudas y sin titubeos. El dinero moviliza la peor naturaleza del ser humano y si al dinero se le añade el poder, entonces habremos roto todas las barreras que encerraban a la bestia. Y ha pasado exactamente eso: los estados han sucumbido a la avaricia, la corrupción, la usura y a la estafa y han hecho culpables de esa traición a los ciudadanos a los que han condenado a la miseria en lugar de enviar a la cárcel a los poderosos corruptos.
Necesitamos plantear y diseñar una salida y lo necesitamos de forma urgente. La deuda de las naciones se ha convertido en víctima propiciatoria de un “gangsterismo” económico sin precedentes y sin que se haya demostrado, por parte de los estados, ni ganas de cambiar la tendencia ni, peor todavía, la conciencia de necesitar medidas que eviten una situación dantesca para los ciudadanos, víctimas sacrificiales de esta colosal estafa.
Portugal tuvo que ceder, Islandia está amenazada por no ser capaz de reconducir la rebeldía de sus ciudadanos; Grecia está cadáver y, en general, todos los países son más o menos esclavos de sus deudas y de un sistema financiero que especula sin generar riqueza y que succiona a la sociedad hasta el último suspiro de sus fuerzas.
Soy pesimista sobre la posible solución y de ese pesimismo me nace la esperanza precedida y anunciada por la cercana desesperación colectiva: vendrá la crisis más negra sobre la actual crisis y traerá, no hay otra posibilidad, una verdadera revolución. Los poderosos no van a ceder y quieren nuestra sangre, de manera que cuando todos veamos que el final está ya próximo y que no hay salida, la certeza del desastre nos dará fuerzas para derramar, en las calles y en la lucha, esa sangre que otros quieren en forma de hipoteca. Llegará, debe llegar un final para este absurdo y colosal error histórico.

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