Quietud
Un día, bajo el calor, la inmovilidad no será suficiente refugio y la humanidad se deshará. El infierno que hace años construimos habrá triunfado por fin y la nuestros huesos se blanquearán sobre la tierra expuestos a los infinitos aires del calor.
Somos cuerpos de agua que añoran el mar desde la memoria genética de la humedad y el frescor; nos revitalizamos en contacto con el verde mientras que el desierto nos impresiona por lo que encierra de reto, misterio y desafío; por lo que sabemos e intuimos de su esencia, ajena por completo a la nuestra, propia de animales primigenios que habitaron el mar.
Bajo el calor, los jóvenes explotan de energía contenida y los mayores la ahorran como antiguos reptiles al acecho de los días de escasez: el calor nos coloca ante raíces y verdades olvidadas; nos obliga a tomar decisiones que el frío hace imposibles.
El frío nos recluye, nos encierra sin otra opción que buscar la supervivencia en el calor domesticado de vestiduras y hogueras confinadas. El calor nos ofrece alternativas con diferentes caminos que, al final y como último destino, nos conducen a la quietud mojada del sudor.
La exuberancia del verano se resume y se contiene en el suave balanceo sombreado de un botijo colgado de la parra, el árbol o la pérgola. La vieja sabiduría de los pueblos encontró, hace siglos, la verdad en la atronadora calma de de la siesta veraniega como última estrategia.
Somos todos como ese y otros muchos viejos botijos olvidados y rotos; recipientes de agua antigua que se encierran en una sombra de tierra añorando la luminosa y soleada espuma de las olas. Sueño de agua en el verano sediento.
esto si mola.
ResponderEliminar