¿Veis el tono y el ambiente de la fotografía?
Pues juro que, por dentro, el Casino Militar y de la Armada, mantiene el alma en consonacia.
Dicen los que saben de eso, que viajar en el tiempo no es posible; y mucho menos hacia atrás, hacia el pasado. Los que me conocen saben de mi respeto y admiración por aquellos que dedican sus esfuerzos y la salud de sus neuronas al loable estudio de esas cuestiones, pero esta vez tengo que llevarles la contraria: el viaje en el tiempo no sólo es posible: es barato, sencillo, asequible y al alcance de cualquiera que se de garbeo por la Gran Vía Madrileña. Me explico.
Cualquiera que pierda sus pasos y se deje llevar de camino hasta el número 13 de la Gran Vía, podrá ver que se encuentra frente a un portal que abarca la esquina entera y que da paso al pasado: al otrora nombrado como Casino Militar y de la Armada cuyos vetustos salones nos están vedados pero que, en concesión al vil negocio, nos permite subir hasta el segundo piso para acceder al comedor; dependencia que, esta vez si, es de publico acceso.
Una vez dentro, habremos llegado al pasado, a los restos de los peinados Arriba España; a los rosarios de la tardes, a las visitas de pastas pasadas, a las misas de domingo a las doce y “vermouth” a la salida. El comedor, que ha conocido mejores días y más ágiles comensales, está dominado por el tiempo y por las - repito, las - clientas de toda la vida que, en grupos más o menos numerosos, hablan de alifafes, bodas, descendencias perdidas en las modernas costumbres y de las pasadas glorias de los jerifaltes del régimen franquista, ahora reconvertido en simplemente autoritario gracias a la domesticación de la Academia de la Historia. Con lo que a ellos les gustaba tener un Generalísimo de ordeno y mando: hasta eso han tenido que perder en aras de la modernidad.
Hasta allí me llevó el azar, pero juro que he de volver en compañía de amigos para observar el entorno con más detenimiento, pues el ambiente merece ser observado con el mismo mimo y cariño que los naturalistas observan a los últimos pandas o leopardos de las nieves. Es una fauna extinta que reverdece en las siguientes generaciones de la especie reconvertida en neoconservadores, pero que no niega sus orígenes y el profundo olor cuartelario que impregna, todavía, las casas y mansiones familiares. Allí se conservan, seguro, fotos, retratos y espadones de los que, hasta sus últimos alientos, quisieron, para ellos y para todos, una España antigua, rancia, pacata y puritana en la que acumular la mierda debajo de las apolilladas alfombras.
Gran Vía 13, viaje al pasado. Recomendable.
P.D. Para los que ya sabéis: tenemos que ir a comer un lunes, sin falta.
menos mal que volveras un lunes, el comedor, asi contado, rezuma moho.
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