Misterios de la técnica: no me deja subir el chiste de Forges de El País de hoy, así que a buscarlo aquí:
Los genios, que para eso son genios, son capaces de resumir en una idea simple y sencilla, lo que otros intentamos explicar en varios folios sin conseguirlo. Forges, en este dibujo, muestra la cruda realidad de una dinámica que conduce al desastre. Algunos amigos me han dicho que estas últimas entradas son manifiestamente derrotistas y exageradas, pero reivindico la exactitud y lo inevitable de la confrontación armada.
Los romanos, que no eran tontos y tenían una enorme masa de pobres –los llamados capiti censii – se dieron cuenta de que, además de muchos, estos ciudadanos de segunda eran muy fácilmente manejables: lo resumieron bajo el lema de “panem et circenses”, o lo que es lo mismo: no dejes que se acuerden de que son pobres y de que tienen hambre o lo pasarás mal, muy mal. No eran nada, pero les dieron diversión y un sueño de superioridad que se plasmaba en espectáculos que ponían de manifiesto la grandeza de Roma.
Mucho más tarde, los gobernantes del Imperio Austro-Húngaro prefirieron gobernar sobre pueblos ricos, cultos y capaces, antes que sobre masas de indigentes sometidos al terror, que fundamentalmente era caro, inseguro y bastante sucio: los intestinos secos se pegan a las fachadas y luego no hay quien los quite. Unos se prolongaron bastante y otros, los que pretendieron gobernar sobre las masas empobrecidas, demostraron lo adecuado de la guillotina para cumplir los fines para los que fue creada.
Mucho más tarde, y ya centrados en España, fueron los tecnócratas franquistas los que descubrieron las bondades de una clase media motorizada bajo el paradigma del Seat 600. Se había cambiado el slogan y del pan y circo pasamos al 600 y a las vacaciones en Benidorm, pero el anestésico funcionaba igual y, básicamente, era el mismo.
Las clases medias, que siendo pobres se creen ricas, acaban siendo conservadoras, temerosas por perder su escaso patrimonio y muy fácilmente manipulables, pero hay que dejarles un espacio; hay que respetarles el terreno o, como los Mihuras, tirarán derrotes y cornadas realmente peligrosas. Hoy, tras la estafa, los desahucios y expropiaciones, esas clases medias se han convertido en proletarios desarraigados que, además de no tener nada, lo deben todo; incluso la vida. Los bancos se están pasando de la raya y enceguecidos por el beneficio a corto plazo y la mansedumbre de los gobiernos, se olvidan que aquellos que echan a la calle y a los que piden el trabajo del resto de sus vidas, ya no tienen nada que perder y es muy posible que quieran ganar su despreciada dignidad. Se habrán convertido en forzados Espartacos luchadores por su supervivencia. Y no olvidemos que los modernos amos –los bancos –ni siquiera asumen el coste de alimentar a estos esclavos del tercer milenio.
¿Que puede perder aquel que, sin casa, sin trabajo y sin ayudas, ve como su vida se ha convertido en una condena de años en los que trabajar para pagar una deuda, inflada artificialmente, de la que no le dejan escapar? ¿Nadie se da cuenta de que pretender que cientos de miles de esclavos, condenados a trabajar para los bancos a cambio de nada, sean mansos y dóciles como corderos es un absurdo? ¿Es que soy el único que asume que esa situación es el perfecto caldo de cultivo para consagrar una lucha armada llena de dignidad, justificación y validación moral? Me asombra que yo lo vea tan claro y que nadie más asuma que esas masas están condenadas, y digo bien, condenadas, a alzarse en armas contra la usura y la estafa de la que han sido víctimas; idiotizadas por una sociedad deslumbrada que no supo levantar las barreras de la sensatez ante el engaño.
El ser humano debe mantener una esperanza, una razón para vivir y un sueño al que servir: si le quitas eso, no es más que un animal doliente que lucha por la comida como una bestia más, sea lo que sea lo que se le ponga por delante. Y no olvidemos una cosa: esas bestias desahuciadas a las que tanto desprecian los poderosos –financieros, bancos y gobernantes – tienen, hoy, un arma que no tuvo Espartaco: internet y la comunicación global.
Dos más dos suelen ser cuatro, aunque a algunos les joda mucho.
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