Días de reencuentros con amigos perdidos hace largo tiempo; esos amigos con los que siempre es ayer a pesar de lustros de ausencia, esa ausencia con la vida nos demuestra que ella está al mando rigiendo destinos y jugando con voluntades que nada cuentan ante la fortaleza de su corriente.
Deviene nuestra vida en los estados y las cosas que jamás pensamos que formarían parte de ese pequeño mundo en el que nos movemos con ilusión de enorme universo, pues el es que conocemos como nuestro y por tanto, único y grande.
Nos separamos, nos reunimos, nos añoramos y sin más causa o razón, sin cambio alguno, todo cambia y muda mientras pensamos en las causas y razones, en qué hemos hecho para que tal o cual cosa suceda. La vida no es justa de la misma manera que no es injusta, es caótica, impredecible, es errática e impredecible y nos ensalza o nos hunde sin consideración alguna sobre nuestra opinión. Enfermedad y salud, ventaja y desventaja se suceden sin que podamos aludir a la justa recompensa de nuestras buenas acciones o castigos por lo que algunos llaman pecados o faltas.
Ajena nuestro planes, la vida nos decide y nos manda; la vida se acuerda o se olvida de nosotros, nos favorece o nos abandona de muchas maneras, siempre según una secuencia que nadie controla.
La noche del viernes y el desayuno del sábado han sido momentos en los que este caos se ha demostrado evidente. Dos llamadas, dos casualidades, un motivo y el azar consigue que lo que no se ha producido en lustros, recupere un espacio de normalidad que nunca debió perder.
La vida fluye y nos lleva en su cauce sin que podamos, apenas, decidir las playas en las que el reflujo nos abandona. Cuando la playa es hermosa podemos y debemos disfrutarla simplemente.
La diosa fortuna es una amante exigente que juega con nosotros.
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