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Ahora, precisamente ahora que dominan las corrientes contrarias a los derechos humanos y laborales; ahora, que Europa se haya sumida en la renuncia más absoluta de las conquistas sociales que tanto esfuerzo y sangre costaron; ahora, que la deslocalización ha conseguido cambiarle el nombre a la trata de esclavos; ahora, cuando todos tenemos que competir con nóminas escasas y amenazadas contra las industrias chinas que no pagan ni perdonan; ahora, en mitad de todo este caos de humanidad doliente, reivindico la creación de un nuevo tipo de asilo; modesto, inocuo y de alta valoración personal: el asilo intelectual.
Es un asilo que no tiene ni una sola consecuencia práctica o económica; no cuesta nada y sólo da derecho a elegir el lugar al que el individuo quiere ser adscrito dentro de la taxonomía humana. Hay quien reivindica el asilo por razón de sexo, de raza o de persecución política y es algo a lo que nos hemos acostumbrado sin problemas. Bueno, pues yo quiero ampliar este asilo - sin derecho a nada más que a una inocente clasificación - y nunca más verme incluido en el mismo casillero atestado ya de determinada gente.
La clasificación biológica convencional es muy pobre y después de varios cortes sólo nos lleva a la familia, el género y la especie, que incluso la raza, algo tan importante para algunos, se considera como algo menor y nos confirma el desprecio por lo particular que tienen esos bichos raros que se dedican al noble oficio de la taxonomía.
Pues bien: me niego a tener nada que ver con gentes que dedican sus escasos recursos mentales a la tele basura; a la depravación política de la corrupción y el compadreo; a la degeneración ideológica de unos sindicatos que no merecen ser considerados como tales y mucho menos, herederos de aquellos gigantes de la lucha obrera que tanta sangre derramaron para conseguir que todos disfrutemos de unas condiciones laborales dignas; me niego a formar parte del mismo paquete que Rajoy, Esperanza Aguirre, Leire Pajín o de la versión chupa de cuero de esta Heidi madrileña encarnada en Trinidad Jiménez. Pero es que la cosa no acaba con esta selecta caterva de impresentables: se puede prolongar “ad-infinitum y ad-nauseam”” con las Belén Esteban, Pantojas, Campanarios, Duques o Condes de cama y revista de cotilleo que nos persiguen desde televisiones, radios, prensas y entradas de internet y extenderse hasta el horizonte con guionistas de series de Tv y gentes de similar ralea.
Por favor, que alguien consiga que yo pueda pedir asilo intelectual en Finlandia o similar. Mejor aún: que me dejen gestionar un pequeño territorio intelectualmente soberano, reconocido internacionalmente, en el que yo pueda acogerme a mí mismo en mi singularidad no compartida y proclamar, con todo el derecho y justicia de mi parte, que yo no tengo nada que ver con esa gentuza y que mi individualidad está a salvo.
Mis aspiraciones son sencillas y yo creo que ese alto comisariado de la ONU, encargado de que los ciudadanos no suframos de injusticia y vejación, podría dedicarle al tema diez minutos mal contados para dejar establecido ese nuevo status en el concierto de las naciones y que aquellos que, como yo, sufren con una carencia tan señalada, puedan descansar en paz reconocidos por todos como seres intelectualmente acogidos a asilo. Sería realmente estupendo.