Como antiguos bambúes en el fondo de las trampas, los bolardos de Madrid aguardan a los motoristas para romperles la cara en la caída.
Alegaré defensa propia. Se que no me entenderán, pero no tengo más remedio que defenderme de él. No hemos vuelto a hablar desde que teníamos cinco años y nadie podía adivinar en nuestras caras el destino que la vida había preparado para nosotros, así que nadie podría establecer ninguna relación entre nosotros que justificara mi acción. Vivimos la vida desde perspectivas distintas y reconozco que hago lo posible para que mi dinero no acabe en sus ávidas manos, aunque no creo que eso justifique su obsesión por acabar con mi vida.
Es cierto que no pago cuando aparco, que la ORA no me afecta y que los demás conductores me miran con envidia, pero su venganza es excesiva y justifica plenamente que tome medidas que garanticen mi defensa. Cuando analizo su conducta, me doy cuenta de que su odio crece día a día y que el cerco se estrecha: en pocos meses lo habrá conseguido y mi cuerpo yacerá en cualquier calle con la manta de aluminio del SAMUR ocultando mi rostro. Ni siquiera me dejará el romano consuelo de tapar yo mismo rostro para que, como soñaban los clásicos griegos, “la muerte no descubra en mi nada que no sea hermoso”. Deberán ser otros los que se ocupen de esa tarea, qué le vamos a hacer.
Se que su necesidad de dinero es mucha, así que estoy dispuesto a negociar el precio de mi vida, pero eso no le basta: el ejemplo de mi caída debe disuadir a los que, como yo, consiguen evitar su rapiña: mi cabeza debe ser mostrada en la tribuna clavada en una pica y no hay más opción.
Ante esta situación, se que debo defenderme y acabar con su vida, pues mientras le quede un soplo de aliento seguirá firmando mi sentencia de muerte para que otros de su equipo ejecuten la tarea. Cada vez que salgo de casa debo estar atento para descubrir sus trampas y que éstas queden vacías, pero su imaginación está alcanzando cotas que nadie podía prever.
Os hago una pequeña lista de las añagazas con las que me enfrento todos los días y que, hasta ahora, no han conseguido saborear mi sangre, pues es preciso que alguien me vengue si llega el día en el que no pueda escapar y todos debeis saber que cuando me monto en mi moto, Ruiz Gallardón me vigila y lanza sus ejércitos contra mí en forma de:
.- bolardos de granito acabados en filo en la zona del barrio de Salamanca
.- múltiples y variadas rejillas metálicas de ventilación que se convierten en pistas de patinaje en cuanto caen dos gotas
.- adoquines de granito perfectamente pulido colocados para que entres despistado en ese giro y te abras la cabeza
.- kilómetros de pintura deslizante en pasos de cebra, flechas de dirección y cualquier tipo de señalización en la calzada brillando bajo la lluvia
.- miles de zanjas de obra tapadas con planchas metálicas de máximo deslizamiento y agarre inexistente
.- metros y metros de ese extraño cacharro azul para separar e tráfico de los autobuses que me esperan acechantes para atraparme y hacerme caer
.- miles y miles de tapas de alcantarilla y registros de teléfono y luz y gas y de ... que, de vez en cuando, se levantan para intentar que meta la rueda delantera y me deje la cara en el asfalto.
Debo tomar medidas y defenderme de este alcalde enloquecido que ha conseguido llenar la ciudad de trampas para moto sin que la DGT haga nada, sin que el Colegio de Arquitectos retire la licencia a los que firman esos proyectos en los que, con toda la mala baba del mundo, incluyen los diseños de las trampas con nombres bonitos que ocultan su verdadera naturaleza. Es mi vida o la suya. Me asiste el derecho a la defensa propia. Es una cuestión personal.
esperemos que no pase nunca
ResponderEliminarSecundo el comentario de Bego, pero además te animo a que en un acto de incívica insumisión le devolvamos la amenaza al personaje. Seguro que en una iniciativa colectiva algo se nos ocurre entre todos para que pague. Yo he sido motero por Madrid y aspiro a serlo de nuevo, y desde luego reconozco cada trampa mortal que las motos tienen que sortear cada día.
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