El mal, el verdadero mal, ese que es calmado, paciente, insidioso, frío y con apariencia de bondad, se oculta hoy en silenciosos despachos de mullidas moquetas en los que ocupan sus días gentes muy poderosas. Son ellos los que, gracias a enormes cantidades de dinero, poder e influencias, mueven los hilos que pocos ven pero a los que obedecen muchos.
Con dinero van manteniendo o abriendo medios de comunicación, con dinero compran caras y obediencias de personajes ambiciosos que cambian su popularidad y su prestigio por dinero, ese poderoso caballero que domestica voluntades y calma ánimos; compañero inseparable de políticos retirados o activos que quieren cómodas butacas en consejos de administración. Desde esos consejos se determina lo que es bueno y lo que es malo para ellos y para sus negocios, no para las naciones. La cosa está tan complicada que ya es imprescindible conocer con detalle quien es el amo de cada medio para establecer las corrientes dominantes. Cuando un diario como Wall Street Journal ¿debemos pensar que está informando o que está transmitiendo lo que su amo desea transmitir? ¿Es Aznar el que orienta el sentido de las informaciones sobre España para favorecer al PP?
Estos personajes –no sólo Rupert Murdoch da la cara - son los que de verdad crean las grandes corrientes de opinión de las que se aprovechan sus lacayos; esos que los amos ponen en primera línea de fuego. Como en la película Cabaret, sueñan con que esos chicos, violentos, pero bien orientados, les libren de las hordas populares para luego hacer ellos una sociedad a su medida.
Crecidos por al falta de respuesta, se van confiando y elevando el listón de sus exigencias, como si lo que ya tienen no fuera bastante y necesitaran más. En los últimos años han conseguido arruinar a medio mundo; dejar a los países occidentales sumidos en la tragedia del paro y del marasmo económico, pero ellos se han enriquecido; han expoliado las arcas públicas pidiendo ayudas que luego niegan a otros poniendo el grito en el cielo y diciendo que el Estado no debe intervenir salvo a su favor y ahora, cuando el dinero sigue llenando sus bolsillos, se permiten el lujo de especular contra naciones enteras bajo la bandera de la liberalidad financiera, el consentido flujo de capitales entre países y favorecer, como siempre, la economía de los EEUU.
Para el capital si hay libertad; la misma libertad de movimientos que se les acaba de negar a los gitanos; la misma libertad que les niegan a los gobiernos que no quieren plegarse a sus exigencias; la libertad que sólo tiene un beneficiario: ellos.
Me espeluznan los perros del fascismo con sus manifestaciones de brazos en alto y cruces gamadas en las mangas; pero me dan más miedo los silencios complacientes de esos despachos que ven pasar las turbas delante de sus ventanas pensando que los siervos van cumpliendo los objetivos marcados.
El peligro verdadero se esconde en esos nidos de serpientes en los que reina la frialdad del cálculo, los rendimientos de capital y donde se besan las manos poderosas que dan y quitan el pan. En esos nidos ven la luz los verdaderos dueños del fascio: los otros, los que gritan, son mera carne de cañón que dejarán morir cuando la tengan amortizada.
No hay nada nuevo bajo el sol.
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