Un libro muy recomendable para analizar la sociedad actual.
Vivimos tiempos en los que tener a tiro los soportes tecnológicos que facilitan la inmediatez para el lanzamiento de exabruptos (incluidos los míos) nos hace convivir con el peligro. España es un país visceral que ha sobrevivido -a duras penas – gracias a que las explosiones de ira nacidas en el hígado morían sin consecuencia alguna en el universo cotidiano. La pereza colaboraba mucho en esa muerte llegada entre el grito y el trabajo.
Hoy en día las redes sociales de internet, los teléfonos móviles con sus chats y sus SMS y el acceso directo a los sistemas de autoedición como este blog, nos han colocado al borde del abismo inmediato. Giovanni Sartori en su libro Homo Videns ya advertía, hace años, del peligro de esa efímera democracia directa que, en nuestro caso, nos condenaría a una eterna Yenka de pasos adelante y pasos atrás: de la República sangrienta nacida de la guillotina a la Monarquía; de la pena de muerte a la permisividad absoluta según sea el sentido de la corriente dominante.
Cuando Clístenes (que sería de estas erudiciones espontáneas sin la Wipedia ) consiguió su famosa ley del ostracismo, los ciudadanos participaban en largas meditaciones antes de pronunciarse depositando la famosa concha o pieza de cerámica con el nombre del ciudadano condenado. Esa democracia directa y fulminante sería un juego de niños comparada con lo que hoy en día podría pasar si se abriese la posibilidad de actuar –influir se influye poco a poco – sobre la vida pública. No quedaban ni los rabos.
Hay que tener en cuenta que hoy se ciernen sobre nuestra sociedad varias sombras oscuras que reunidas y actuando a la vez, pueden hacer un daño terrible a nuestro modelo social y a nuestra convivencia colectiva.
La primera sombra es la crisis y lo que ésta facilita. Populismos, nacionalismos exacerbados, divisiones, enfrentamientos y una fuerte tendencia a adoptar soluciones y esquemas arbitrarios y totalitarios.
La segunda está capitaneada y representada por unos medios de comunicación cada vez más banalizados en torno a una televisión que alimenta los más bajos instintos y el rechazo hacia las formas educadas de confrontación y diálogo. Lo que prima, lo que más audiencia genera y lo que queda en el inconsciente colectivo es el insulto, la descalificación visceral y, con perdón de las honrosas y escasas excepciones, una exhibición chabacana, soez y poco cultivada.
La tercera sombra, extendida y rápida, proviene del desarrollo de la sociedad de la información a un ritmo cada vez más acelerado: los diarios mueren en minutos, no hay reflexión, todo nace y muere a ritmo de un movimiento de ratón y la verdad se evade, se transforma, se desvanece y acaba perdida en el tumulto de las versiones interesadas o el voluntarismo amateur de los “twiteros”,” blogeros” y demás fauna entre la que me cuento.
¿Qué decisiones sensatas puede tomar una sociedad que no es capaz de exigir a sus políticos el detallado examen de sus programas y propuestas? ¿Podemos con sensatez adoptar como válidas las propuestas populares sobre penas de cadena perpetua, condenas a menores como si fueran adultos y un largo rosario de iniciativas callejeras que han saltado al cuerpo legal del estado.
Me da miedo que las manipuladas imágenes de revueltas callejeras presten excusa para que, como ahora se pretende, demonizarlo todo y que encadenarse pacíficamente a un banco para protestar de cualquier cosa se considere resistencia a la autoridad, colaboración terrorista, mal gusto y al incauto de turno lo enchironen por diez años tal y como la justa indignación social –es decir, la suya, la de los fachas que nos están amargando la existencia – reclama al ejecutivo.
Creo que es momento de pensar y de transmitir de forma coherente lo que es reflexión y lo que es cabreo y explosión sin consecuencias, no vaya a ser que, de repente, nos metamos en un callejón del que sólo se sale a bofetada limpia.
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