La desnuda inocencia de un serafín en la nieve.
Ya he dicho alguna vez que la Sierra de Madrid guarda historias y misterios que no revela sino a quien ella quiere y a quien está dispuesto a dejarse enseñar sin juzgar lo que ella enseña. Hoy, mientras las nubes nos rodeaban y nuestras huellas se marcaban en la nieve, mi compañero de caminatas y yo hemos tenido la suerte de que la anciana Sierra nos enseñara uno de sus secretos mejor guardados.
Dice la mitología que los serafines son criaturas celestiales, criaturas cercanas a Dios y que una sus tareas principales es cantar la gloria de su creador: Kadosh, Kadosh, Kadosh y así sin descanso, pero como eso sólo no basta para rellenar la eternidad también tienen tiempo para otras tareas acordes a su perfil, caracterizado por el ardor y la pureza con que aman las cosas divinas y por elevar a Dios a los espíritus de menor jerarquía. En cuanto a su pinta, también son raritos ellos, que además de no haber sido creados a imagen de Dios, tienen seis pares de alas y de ellos, dos dedicados solamente a taparse un rostro tan bello que sólo puede ser contemplado por papá.
Pues bien, hoy mi amigo y yo hemos visto un Serafín caminando entre las nieves, arrebolado de nubes y con su ardiente naturaleza apagada por el frío reinante en las cercanías del Pico de Abantos. Harto de intentar convencer a los españoles de las bondades celestiales y sin tener la presencia de ánimo de sus antiguos compañeros que tan cumplidamente se encargaron de arrasar Sodoma y Gomorra con bolas de fuego, este errante Serafín se pasea por la Sierra de buena amanecida para que la fresca se encargue de apagar sus divinos ardores y así lo vimos mi amigo y yo: sin envolturas de fuego divino, sin entonar grandes loas ni polifonías sagradas, andando tranquilo camino de ninguna parte y pensando en sus cosas y en lo raritos que somos nosotros, los humanos empeñados en mirar hacia la tierra en vez de al rostro de Dios.
Mi amigo Jorge y yo hemos visto esta mañana un Serafín frustrado, solo, desencantado y tan en pelotas como su madre lo trajo al mundo, con una bolsa en su sobaco izquierdo en la que guardaba su uniforme de Serafín y los bastones de andar y, eso si, calzando unas botas montañeras que le protegían del suelo frío y nevado. Con la piel enrojecida, amable y bondadoso, el Serafín de la mañana nos ha colocado, una vez más ante la realidad de la sentencia de Rafael El Gallo: tiene que haber gente “pa tó”. Lo único que hay que hacer para comprobarlo es vivir lo suficiente y dejarse contar historias por la Sierra de Madrid.
Doy fe de ello. Yo soy el compañero de caminatas dominicales y la presencia del individuo en pelota picada caminando como su madre le trajo al mundo en una mañana al menos fresca, no más de dos grados, ha sido toda una aparición. Dos palabras ha cruzado con nosotros a modo de salud y tal cual ha continuado camino. Como si tal cosa hemos continuado y el único comentario posible y como si fuese lo más normal del mundo ha sido el ya mencionado en la entrada: "Hay gente pa tó" y a seguir con nuestras charlas que son mucho más interesantes.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y seguro que está no será la última que los caminos de la Sierra de Madrid nos guardan.