Pues eso: hacer caso al maestro y cuidado con las empanadas, que nos vamos a liar.
Como alguna vez he comentado desde aquí, somos un pueblo tendente a las explosiones de corta duración y mucha carga legislativa de fácil olvido. Si un menor hace una salvajada, poco menos que la calle quiere legislar para que, más que un castigo correctivo, se legisle la venganza y eso no es nada positivo para nada, que así nos va.
A raíz de la pifia de Juan Carlos, que nadie niega, las masas han tomado el imaginario palacio de invierno y poco menos que piden que ya no vuelva a la Zarzuela, que del hospital vaya al exilio tras abdicar- Ahora ,mismo, pero ¡Ya! – en el pobre Felipe, que debe estar hasta los pelos de toda esta coña.
Desde el más absoluto convencimiento republicano, vamos a calmarnos todos y a dejar que la marea se retire, hagamos balance de los daños y planifiquemos, con mucho cuidadito, el futuro de nuestro país, que no estamos para muchas juergas.
Como no creo que sea tonto, Juan Carlos ya estará pensando que hacer, cuando hacerlo y como hacerlo para que todo salga lo mejor posible. Se juega mucho en la partida y tiene la lealtad y confianza de los partidos más grandes para ayudarle a hacerlo. Con un poco de suerte, seremos capaces de hacer las cosas despacito y con la mejor letra posible, que la cosa no está para derrochar habilidades y talentos.
Juan Carlos todavía puede dar juego y Felipe debe tener –en teoría así lo han educado –la mejor preparación para convertirse en un funcionario de lujo en una Casa Real mucho más ajustada a la realidad de unos tiempos en los que los partidos ya son mayores y el jefe del estado puede tener un papel menos relevante que el que Juan Carlos tuvo entre el 78 y el 92, por poner una periodo bastante “calentito”.
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