Desde ayer han entrado las hordas en el “sancta sanctorum” del edificio del estado y la celda ha desvelado sus carencias más que sus secretos. Las masas, cuando pierden el respeto, tienen eso: que no conocen los límites y vale todo. En dos días se ha hablado de los que hace años permanecía tras el milagroso velo del pudor público: desavenencias familiares, cuernos, dineros más o menos oscuros y una población que no tiene deudas heredadas y que del 23 F sabe muy poco y le importa menos. Ni habían nacido ni el Franquismo y su negra sombre les dicen nada, así que Juan Carlos no tiene saldo en sus cuentas corrientes más allá de lo ganado en los escuetos mensajes de Navidad.
Lo que ha explotado es un “hasta aquí llegó el agua” complicado de gestionar y al que la Casa Real, probablemente, no hará caso alguno. Decía una coletilla de hace años que los Borbones eran lentos en el aprendizaje, pero que no olvidaban jamás. Los años de bonanza y la marea favorable han llevado a la Corona a una dinámica complicada y autosuficiente. No me creo que el rey no tenga a nadie cercano para avisarle de peligros y navegaciones complicadas. ¿Nadie avisó a Juan Carlos de que irse a Botswana a pegar tiros no mola?
La caza mayor en África es algo que suena antiguo y “demodé”; algo que está a años luz de la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los españoles. La mayoría de los cazadores patrios, que los hay y muchos, se contenta con pegar tiros en un coto de conejos, de perdices y si tiene suerte, participa de un par de monterías sin demasiada sangre. El resto es cada vez más contrario a la ancestral manía de hacerles la vida imposible a los pobres bichos del campo.
La aventura africana de Juan Carlos ha roto el velo del sagrario y el sagrario ha quedado vacío, no hay nada, no queda nada, sólo una memoria mutilada que confirma la historia de España: al final, entrar en el panteón de los grandes cuesta mucho y es fácil resbalar y perder el sitio. Juan Carlos se ha escurrido y el resbalón está a punto de costarle muy caro. Tan caro como una corona.
En su momento, Antonio Tejero salió a cazar paquidermos y el Rey Juan Carlos se lo impidió, aunque había sido educado para aguantarse en el molde y beneficiarse del atraso de España. Ahora el rey metió la pata hasta el cuadril, pero se había ganado el derecho a algunos errores. Se los dice un republicano furibundo que en su momento quedó asombrado con el gesto. Una vez un taxista argentino me confió que él tenía la solución para la pobreza endémica de América del Sur. Había que imponer una Monarquía para los 21 o 23 países; una sola para todos. Nos saldría más barato, decía, y como los reyes y príncipes son unos pelotudos no gobernarían que es lo que se necesita. Así no tendríamos que alimentar a ese barril sin fondo que son los políticos renovados cada cinco años y siempre con ganas de más y más dinero.
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