La mejor experiencia que un niño puede tener: la incondicional amistad de un perro.
España no ha conseguido jamas convivir con sus animales domésticos de una manera evolucionada, dándoles el lugar emocional y afectivo que otras culturas si han alcanzado. España ha mantenido a sus animales bajo un régimen de terror espeluznante. No hay uno sólo, si exceptuamos los primeros años de vida del toro de lidia, años que luego paga con sangre, que haya conseguido alcanzar un status que le permita ver la vida con cierta seguridad.
España no pasa el más mínimo examen colectivo sobre el trato a los animales, a todos los animales. El último capítulo de la larga novela de salvajadas y bestialidades lo escribe el ayuntamiento de Tenerife y su autorización para cazar a tiro limpio a un grupo de pobres chuchos abandonados y asustadizos que tratan de sobrevivir como pueden y en muy malas condiciones.
España, ante la posibilidad de maltratar a un pobre bicho lo olvida todo: la sensatez, la decencia, el buen gusto, la humanidad y lo que haga falta. Este ayuntamiento no ha caído, pero tal como está la cosa, habrá alguno que se de cuenta de que vender licencias para tirotear a todo chucho que se deje ver entre farolas puede ser un ingreso extra que compense tanto recorte.
Que nadie se extrañe si nos enteramos de que nuestra querida Botella publica, dentro de poco, que se abre el concurso de licencias para acabar con tanto perro y tanto gato que ensucian aceras, molestan al vecindario o simplemente, se empeñan en existir sin asumir su papel de víctimas propiciatorias de nuestras ansias de crueldad.
No tenemos remedio.
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