Leo en El País la antigua, constante, olvidada y espantosa situación del delta del rio Níger; zona en la que, copio textualmente, “se ha vertido el equivalente a un Exon Valdez al año, durante cincuenta años” y comparo esa desvergüenza con la revolución que supone un pequeño vertido en las costas de los países del primer mundo, en Alaska, La Coruña o lo ocurrido con la plataforma de BP en el Golfo de México.
África no cuenta y va a tardar mucho en hacerse oír, pues occidente se beneficia del silencio, de la corrupción generalizada que ha contribuido a solidificar en el cuerpo de los estados para proteger sus intereses. Podemos comparar la inmediata constitución de un fondo de reserva de veinte mil millones de euros a cargo de la BP con la impunidad con la que la Shell opera en el delta.
La foto que encabeza la entrada es espectacular, pero hay muchas mas; muchos relatos de enfermedades en la piel, vertidos que dejan las aguas eternamente inservibles para todos; pescadores que solo pescan cieno y petróleo; aldeas enteras dedicadas a la limpieza contratadas por la Shell en un circulo infinito de cinismo.
Estas cosas hacen que me acuerde del discurso de una taxista de Chicago, ex-habitante de Showeto y estudiante de un máster en economía política de la Universidad de Chicago (con dos cojones la niña, con perdón) que, camino del aeropuerto y tras poner de chupa de domine a todas naciones europeas que se dedican al sano deporte de sobornar, corromper y explotar las materias primas africanas a cambio de dejar aquello hasta la bandera de contaminación, miseria, guerras y guerrillas, nos ofreció la única receta viable para cambiar la situación de África: potenciar a la mujer.
Según ella y, por datos que recogemos en la India sobre la repercusión de los microcréditos a mujeres en las economías locales, yo haría mucho caso de la afirmación, es la mujer la que quiere y puede cambiar; es ella la que cuida del bienestar de la familia mientras el hombre es un completo desastre: o vago, o borracho o perdido para la causa.
Pienso en la base evolutiva de nuestra especie y me doy cuenta de que este tipo de acciones no hacen más que volver la vista hacia las raíces. En Huelva pusieron un programa en marcha que se orienta a la contratación de mujeres en los pueblos de Marruecos. Funciona, y ellas funcionan, como un reloj. Ni un solo problema: se organizan, trabajan, ahorran - el dinero ganado revierte en al comunidad - retornan todas, tras acabar el contrato, para seguir cuidando de los hijos. En resumen: Rendimiento máximo y mínimos problemas.
¿Volveremos a consagrar la naturaleza de estabilidad de la hembra en contra de algunos siglos de dominación del macho y sus sueños de gloria? ¿Sera posible, algún día, encomendar la estabilidad del grupo al sabio y cuidadoso celo de las hembras? No creo que nadie pueda poner en duda una verdad consagrada: lo que el gobierno de los machos ha hecho con África no es para estar orgullosos, de forma que es muy difícil que ellas lo consiguieran hacer peor de lo que ellos lo han hecho, pero algunas cosas serian seguras: la mujer no abandonaría a la tierra bajo capas y capas de petróleos y vertidos; ellas no cambiarían la cosecha y la labranza por el sueño que cabe en el anima de un fusil; ellas cuidarían de los niños sin mandarlos a la guerra para destrozar su alma y su vida: ellas protegerían la vida, una apuesta que, creo, merecería la pena apoyar.
Pero mientras ese día llega, la desproporción se mantendrá como siempre, como cuando el SIDA solo fue plaga cuando comenzó a matar blancos famosos; como cuando las hambrunas se silenciaron bajo el polvo de los secarrales que mataron el verde; como ahora mismo, cuando varias guerras se ponen al servicio de la extracción del Coltan o de los diamantes: África no cuenta y su tragedia solo sirve para darnos idea de la desproporción con la que nuestro egoísmo silencia sus muertes mientras vela por la seguridad de nuestros privilegios.