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jueves, 10 de junio de 2010

La patria del hombre


Leo un titular en el que Antonio Muñoz Molina comenta que le gustaría ser, como el capitán Nemo, apátrida y la manifestación, que percibo en su sentido positivo y en ningún caso desde el aspecto negativo, me hace pensar. No conocemos el origen del patriotismo nacionalista y beligerante, pero si tenemos observaciones de primatólogos y naturalista confirmando que el incremento de inteligencia de la especie y la dinámica de los grupos formados por individuos de esas especies, tienden a organizarse, de forma fundamental, sobre la diferenciación de dos mundos: el “nosotros” y el “los otros”.
Los míos forman mi conexión más primaria, configuran la fuerza con la que ocupamos el territorio, lo defendemos y aprovechamos sus recursos; mientras que el grupo de “los otros” se presenta como la amenaza que intenta quitarme el territorio donde la horda prospera. Parece que ese esquema primario sigue vigente, haciendo de “los míos” y de “los otros” grupos mayores o menores, pero con la misma base: el territorio y sus recursos; origen de la prosperidad, riqueza y vitalidad del grupo. ¿Ha cambiado el esquema como fruto de los cambios sociales que ha ido experimentando la humanidad? Me temo que muy poco y que la catalogación de apátrida sigue conllevando el estigma del rechazo, de la adscripción a “los otros”, a la amenaza indeterminada pero reconocible, siempre, en el ajeno.
La raíz es profunda y lo que me sorprende es que milenios de civilización, entre 10 y 15 de agricultura y sedentarismo, no hayan sido capaces de cambiar unos patrones tan primarios. El esquema es tan sencillo, tan elemental, que parecería que ya no es capaz de operar, pero sigue condicionando la actuación de la especie sin un ápice de variación, de forma que todo nuestro actual ordenamiento internacional no es más que la sofisticación de aquellos primeros límites que nuestros ancestros defendían a mordiscos.
Frente a estas pulsiones primarias de pertenencia a una parte, de repente surge un sentimiento nuevo, que se contrapone - por su positivismo - al antiguo negativismo del apátrida y manifiesta su pertenecía al todo; su absoluta sincronía con la especie como colectivo superior al grupo y la grandeza del planteamiento lo rompe todo. ¿Qué pasaría si ese “nosotros” fuera lo mismo que “todos”? Verdaderamente, la jugada podría ser bonita: el apátrida como modelo de patriota universal. Mola.

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